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Jin estaba harto de vivir huyendo de su familia. Cuando cumplió los diecinueve años, decidió que era hora de partir. Su padre era un reconocido político y su madre famosa, ya que alguna vez fue nombrada como Miss Korea. Lo que la mayoría de las personas desconocía, era la forma en la que sus próceres habían logrado ser tan influyentes.

Un día, cuando Jin tenía quince años, lo descubrió todo.

Mientras pasaba por fuera del estudio de su padre, lo escuchó hablando con algunos policías. Estos decían muchas cosas que Jin solía ver en las noticias, pero lo que más le dolió fue saber que su padre traficaba a chicas norcoreanas para ser vendidas a China. Se sintió una basura ¿Qué clase de persona sería si fue criado por alguien como ese hombre? Esperó unas semanas y se fue de casa.

Si iba a vivir de una forma poco honesta, había mil maneras distintas de serlo.

Comenzó a trabajar en un bar de los barrios menos acomodados, pensando que sería el lugar más seguro, teniendo una familia como la suya. Un día, mientras sacaba la basura, dos hombres intentaron llevárselo...

Fue ahí cuando conoció Jung Ho Seok, el chico de cabellos rojos.

Nunca cruzó palabra alguna con él, simplemente le veía carcajearse a viva voz cada vez que ganaba alguna de las tontas apuestas que hacía con la gente que lo acompañaba, pero, por alguna razón, el chico estaba en el lugar preciso. Con movimientos dignos de una película de acción, el pelirrojo se deshizo de ambos hombres y lo jaló consigo hasta que llegaron a su auto. En ese instante, Jin prefería mil veces que lo secuestrara alguien que al menos veía con frecuencia.

—De nada —dijo el ajeno—. Mi nombre es Ho Seok, chico que sirve mal la cerveza —hizo un sonido con la boca mientras hacía un gesto de satisfacción.

Jin se quedó pasmado.

—Soy Jin... Kim Seok Jin, en realidad —se apresuró a decir—. Y, sí, gracias...

—Bueno, agradece que siempre me das más espuma que cerveza, esa fue la razón por la que salí tras de ti. Iba directo a reclamarte y vi a esos tipos ¿En qué clase de negocios turbios está metido el señorito? —Ho Seok conducía con precaución.

—Creo que no eres el único al que le molesta cómo sirvo la cerveza —le guiñó un ojo, tratando de desviar su atención.

Ho Seok hizo una mueca de asco.

—O tal vez les guiñaste el ojo —asintió, convencido.



Llevaban media hora en el exclusivo restaurante de pollo frito que Jungkook había escogido para que hablaran. Taehyung aún lo miraba con incredulidad ¿por qué le había dicho eso en el columbario? El mayor sonreía como un tonto desde entonces y no le quería decir la razón.

—No voy a comer si no me cuentas —sentenció Taehyung.

Jungkook sólo negó, con esa tonta sonrisa todavía en su rostro.

—Te lo contaré todo cuando estemos solos ¿te parece? Es una buena noticia, es una muy preciada noticia, Taehyung ¿podrías confiar en mí y sólo hacerme caso? —Jungkook le dedicó una mirada llena cargada de un sentimiento que el menor no supo identificar.

Bufó mientras rodaba los ojos.

—Vale, confiaré en mi tonto y raro hyung —dijo, saboreándose los labios al ver que su comida ya venía en camino.


Pasadas las nueve de la noche, ambos estaban entrando en una lujosa habitación del hotel Hilton de Busan. Al parecer Taehyung jamás había estado en un lugar así, porque le tomó al menos diez minutos recorrer todo el lugar y prestar atención a cada detalle. Jungkook estaba muriendo de risa por dentro, porque de seguro se ganaba un golpe si llegaba a ponerse en evidencia.

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