XXII

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La sala enmudeció y yo no sabía cómo reaccionar.

-¿Dónde está el otro acusado? -habló Juan, viendo a todos lados.

-¿Me buscabas? -levanté la voz mostrando autoridad.

-Sí. Será mejor que vuelvas al estrado, porque traigo algo que cambiará tu testimonio.

-Señor Gressorio, -llamó su atención Ibáñez- usted no puede dirigirse directamente a los protagonistas del caso.

-No se preocupe, yo también me saqué derecho en su momento y sé cómo funciona esto, solo vine a dárselo a todo al abogado de mi amigo Uberto.

Amigo...

¿Amigo?...

No me dejó argumentar nada cuando volvió a hablar el juez:

-Joaquín, por favor, suba de nuevo.

Reprimí un resoplido.

-Empecemos, -aunució la señoría con su mítico golpe en la mesa.

-Bien, según el señor Gressorio, usted tiene a su disposición algo elemental para el caso de Renata Marconi, ¿Me equivoco? -habló Fernández ya delante del estrado, pasándose frente a este.

Un escalofrío me recorrió paralizándome.

«Espero que no hable de...»

-Yo... -titubeé- No sé a qué se refiere -evité la conversación.

-Quizás se le digo de quién es el objeto del que hablo le viene algo a la mente -sopesó pareciendo estar hablando consigo mismo- ¿Y si le digo que fue y eso de Renata?

Dejé de respirar por un momento.

-No hablará de lo que creo, ¿No? -intervino Ibáñez, mirándome con las cejas alzadas.

-Yo... -volví a intentar hablar, pero Fernández me volvió a interrumpir.

-¿Qué? ¿Está insinuando que no has tenido escondido el diario de Renata estos años? -apoyó las manos en el estrado.

-Yo... Ellos... Los agentes... -me comencé a agobiar de nuevo.

[...]

Entre pregunta y pregunta, hicieron creer a todos los presentes que estuve ocultándole pruebas al cuerpo de policía y, aún con mis súplicas por ser oído, ni el mismo Ibáñez me escuchó.

Fui sumido en un pozo lleno de agobio y desesperación al que mi propio padre me había empujado junto al público que me observaba culpándome.

No se me dejó explicar nada y Amalia ni i parecía querer cooperar, pues de milagro preguntó algo a Uberto, sin embargo, no se molestó en recalcar ningún fallo de los argumentos de Fernández, los cuales el juez tuvo que pasar por alto al no obtener queja alguna.

Una chirriante alarma interrumpió mi nuevo debate con el abogado de Uberto.

-¡Silencio! -exclamó Ibáñez haciendo uso de su martillo- ¡Se acabó la sesión de hoy! -levantó las manos en el aire, moviéndolas para llamar la atención- Tenemos que pensar que hacer con los acusados y eso nos llevará un par de semanas mínimo. -hizo énfasis en la última parte- Seguid con lo vuestro hasta que os avisemos para volver a juicio, pero tened cuidado -nos señaló a Uberto y a mí- no vaya a ser que tengáis condena y tenga que alargárosla.

La gente inició un intenso bullicio mientras salía de la sala.

La imagen de seguridad acompañando a Fernández y a Juan a la salida llamó mi atención.

Mi perdición [EMILIACO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora