XXVI

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-Hay... -comenzó titubeando- hay una nueva psicóloga.

Asentí con la cabeza mostrando atención.

-Ella es la que... La que me da la medicación. -sorbió por la nariz- Yo sé que esas no son mis pastillas. -una tímida lágrima rodó hasta su nariz. Rápidamente la secó con la mano.

-¿Entonces...? -iba a hablar, sin embargo, levantó un dedo podiéndome silencio- perdón, continúa.

-No le puedo reclamar nada porque ella me ha estado controlando desde que llegó y tiene pruebas mías que ha ido ocultando y que me podrían subir la condena aún más.

Fruncí el ceño intentando deducir por qué haría eso.

-Tú... -miró al frente- tú sabes que no se pueden tener relaciones con el personal, ¿Verdad?

-Ajam. Espera -caí en lo que intentaba decirme- ¿Tú y ella?

Asintió.

-Pero, ¿Por qu-?

-Yo no quería. -me interrumpió en un murmuro roto.

Bajó la cabeza dejando caer las lágrimas a la sábana.

Me quedé de piedra sin saber qué comentar o qué hacer. La vida de aquel hombre iba de mal en peor.

-Yo... -balbuceé, pero, al no conseguir decir nada, volví a enmudecer, viendo sus hombros temblar.

-¿Qué era lo que ibas a hacer comiendo? -habló entre hípidos.

Recordé mi intento de contacto físico y lo mal que salió.

-No sé, supongo que quería demostrarte apoyo.

-¿Así? -dijo con total inocencia, mirándome de reojo.

Sentí una lástima instantánea que consiguió dejarme el corazón en un puño. Aquel hombre tuvo una madurez prematura y forzada; estaba lleno de traumas y vacío de amor. Me veía en la obligación de devolverle la felicidad que en algún momento pudo llegar a tener.

-Oye, -llamé su atención- ¿Cuándo fue la última que te abrazaron?

-Pues... Fue antes de entrar aquí. Fue mi hermano, después de eso, a él lo mandaron a una mierda de esas de acogida.

-¿No has sabido nada más de él?

-No. Espero que esté bien.

-Pero llevas aquí desde los dieciséis, ¿No? -sopesé en voz alta- Esos son...

-Diez años.

-Emm... -dudé en si preguntarlo o no por miedo al amplio abanico de respuesta negativas que podría obtener- ¿Me dejas abrazarte?

Levantó la cabeza lentamente para girarla del mismo modo hasta verme con la confusión plasmada en el rostro. Seguía sin entender cómo a esas horas había tanta luz en la habítación como para verle con total claridad.

-¿Tú? ¿Por qué querrías hacer eso?

-¿Por qué no?

-Porque hasta hace nada me odiabas.

Maldije mentalmente.

-Pero eso fue antes -intenté demostrar que mi punto de vista era completamente erróneo.

-¿Antes?

-Antes de darme cuenta de lo valiente que eres y lo mucho que te mereces -me encogí de hombros.

Me miró expectante, con los ojos muy abiertos y las mejillas aún húmedas.

-¿De verdad? No te creo -miró a un lado negando con la cabeza cual niño.

Mi perdición [EMILIACO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora