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Me encontraba en la cocina, preparándome el café cuando vi que Emilio se estaba colocando los zapatos.

-¿Puedo saber a dónde vas? -pregunté sin mirarle.

El ruido de su intento de meter el pie sin desatar los cordones cesó por un segundo, para después volver como si nada.

-¿Cómo se supone que me viste? -se escucharon las llaves.

Me giré para encararle, con mi taza celeste en mano.

-Eres un niño rico muy ruidoso -bebí del líquido amargo.

Rió bajando la cabeza para después volverme a mirar.

-Voy a mi casa, la última no pude ver la caja fuerte esa -me observó de arriba a abajo levantando una ceja burlesca. Un estremecimiento me recorrió; no me gusta que me analice y mucho menos él.

-¿Vas a ir ahora? -buqué el reloj de pared del salón con la mirada- ya son las doce.

-Bueno, yo me las apaño con eso y tú ocúpate de acabarte el café antes de la hora de comer -giró el pomo de la puerta y la abrió.

Sonreí mientras bebía de la taza, sujetándola con ambas manos, ya que tengo un pulso malísimo y con una sólo se me derramaría todo el café. Terminé en un par de segundos.

No dio tiempo a cerrarse la puerta cuando ya era otra vez abierta. La cabeza de Emilio asomó por esta. Me volvió a observar.

-Viendo que ya has acabado... -sopesó- supongo que te espero fuera -salió sin esperar respuesta.

Me ofendió y sorprendió a cantidades iguales el que diese por sentado aquello, sin embargo, fui al piso superior y, tras poner en orden la habitación, me preparé rápidamente para salir. Me puse unos vaqueros claros junto a una sudadera color crema y mis zapatos blancos; aunque parezca mentira, era lo primero que vi.

Salí de casa encontrándome con Emilio. Aún no sabía por qué había confiado en que seguiría allí, pero lo estaba.

-¿Vamos? -comenzó a caminar hacia atrás.

Seguí sus pasos.

[...]

-Podrías haber ido a ver la caja cuando fuimos el otro día -comenté ante el incómodo y silencioso camino.

-Ya lo sé -se dirigió directamente hacia la verja y sin más, llamó al timbre.

-¿Por qué no lo hiciste? -metí las manos en los bolsillos delanteros.

-¿Quién es? -preguntó una vocecilla femenina y aguda. Seguramente una mujer mayor.

-Un segundo -me susurró levantando un dedo- ábreme, soy Emilio.

Se escuchó un gritito feliz antes de que el leve zumbido avisase de que las puertas se iban a separar. Lo observé, esperando respuesta. Caminé hacia la entrada cuando esta había dejado espacio suficiente para traspasarlas.

-Te querías ir y tú solo no sabes volver -extendió un brazo entre las puertas indicándome paso.

-¿Me vas a decir que, en conclusión, no lo hiciste por mí?

No dejé que respondiese, una sutil e irónica risa me ganó.

-No me jodas, no lo ha hecho nadie, ¿Lo vas a hacer tú ahora? -le miré de reojo, aún con las comisuras levantadas.

-Siempre hay una primera vez -se encogió de hombros.

Seguí sonriendo, pero en realidad quería echarme a llorar allí mismo. No lo haría de tristeza, claro está, pero sí de emoción, pues nadie, en mucho tiempo, hizo algo parecido por mí. Me había conseguido sentir importante con un acto tan simple, que no creía que yo mismo fuese de tan fácil corazón ganar.

Mi perdición [EMILIACO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora