XVI

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-Date prisa, por lo que más quieras -le dije con el agobio comiéndome por los pies.

Noté sus brazos rodear mi cintura y su pecho contra mi espalda.

-O sea, ¿A tí? -dejó un suave beso en mi hombro cubierto.

Reí deshaciéndome de su amarre. Para suerte o para desgracia mía, mi móvil sonó.

Descolgué la llamada poniéndome el teléfono en la oreja.

-Dime, Diego -respondí poniendo los ojos bajo la divertida mirada de Emilio.

-¿Dónde estás? Llevo diez minutos esperando -se escuchó notoriamente desesperado.

-Un momento, ya vamos -dije lo más paciente que pude.

-¿Vamos?

-Sí, vamos. Hasta ahora -me despedí ansioso por cortar aquella conversación.

Colgué resoplando exasperado.

La voz de Emilio llamó mi atención:

-Si tan mal te cae, ¿Por qué vas a hablar con él? -decía mientras cubría su torso con la camiseta. Una auténtica pena, no se puede mentir sobre ello.

-Porque si tan cercano a Ren era, algo ha de saber y, ahora mismo, hasta lo más mínimo es importante -me di la vuelta caminando hacia la puerta.

-Que emoción, veré tú lado más falso -sonrió alcanzándome saliendo de casa.

Reí por la nariz.

A medio camino, a Emilio pareció encendérsele algo:

-¿Por qué vamos a un lugar público si se supone que huimos de ello?

Sentí cierta lástima por él, es decir, él había caído en una situación que no le pertenecía.

-Conozco este sitio y ellos no. Mi madre nos trajo a Ren y a mí un par de veces -dije melancólico mientras sonreía. Carraspeé despejando aquellos recuerdos de mi mente- ya llegamos -levanté la barbilla con orgullo.

Pasó un brazo por mis hombros al mismo tiempo que entrábamos por la puerta.

Los rubios mechones de Diego llamaron mi atención desde una de las esquinas del restaurante.

Caminamos hacia él y nos sentamos en las sillas frente a un refresco servido en vaso.

-Hola -saludó con una sincera sonrisa.

Le dediqué otra algo más forzada.

-¿Qué tal? Veo que no vienes solo -comentó mirándonos con diversión.

-Bien, estoy bien, como siempre -respondí amablemente.

Observé a Emilio indicándole que se presentara.

-Emilio -saludó con un movimiento de cabeza.

Diego devolvió el gesto para, después, centrase de nuevo en mí.

-¿Para qué estamos aquí? Hacía mucho que ni te acordabas de mí, algo pasa, ¿Cierto? -levantó la ceja.

Nunca había soportado su manera de mostrarse superior. Reprimí un suspiro.

-Venía a preguntarte algunas cosas de Ren -dije seriamente.

Su rostro palideció al mismo tiempo que el interior de su labio inferior era mordisqueado. Aclaró su garganta carraspeando.

-¿Q-qué pasa? -preguntó con un fallido intento de compostura mantenida.

-Estuviste con ella los últimos días, ¿Cierto?

Mi perdición [EMILIACO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora