IV

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Me acerqué rápidamente a Emilio y me tiré de rodillas al suelo. Antes que nada lo analicé durante unos segundos; observé sus rizos pegados a su frente por el sudor, sus ojos húmedos, su misma camisa de la fiesta ya sucia y ahora con unas pequeñas gotas de sangre que caían de su boca... Sinceramente, me daba lástima; él ya me había dicho que no sabía nada de esa caja e igualmente había pagado las consecuencias.

-Ven, levanta -dije cogiéndolo del brazo.

Se puso en pie entre siseos y, encorvado, se sujetó a mis hombros mientras yo pasaba un brazo por su cintura. Lo llevé al baño más cercano, al lado de las escaleras que llevaban al piso de arriba. Le ayudé a sentarse en la taza del váter.

-¿Por qué me ayudas? -preguntó sin andarse con rodeos.

Me agaché enfrente suya con un trozo de papel mojado en alcohol en la mano.

-Sí quieres dejo que te desangres -me encogí de hombros.

-Sino muero ahora lo haré en unos días -no entendía por qué ahora sonaba tan deprimido ante la idea.

-Pues nada -me levanté del suelo dispuesto a recogerlo todo cuando me cogió de la muñeca con fuerza, manteniéndome en el sitio. Por mi mente pasaron muchas cosas, pero ninguna buena según cualquier iglesia. Tragué saliva y volví a mi posición inicial.

No pude evitar quedarme mirando sus facciones mientras me encargaba de su labio partido; mentiría si dijera que no me fascinaron sus ojos y su sonrisa desde aquella noche, incluso me atrevería a admitir que en ese preciso momento sentía ciertas ganas de probar sus labios.

¡¿Qué?!

Me di una bofetada mental y me levanté, recogí cualquier prueba que diese a entender que lo ayudé y me dirigí a él con las manos apoyadas en el lavabo de mármol.

-Bebe agua -ordené señalando con la cabeza el grifo.

-No quiero.

-No recuerdo haberlo ofrecido.

Se levantó de mala gana y bebió cogiendo el agua con sus manos.

-¿A que no te ha pasado nada? -pregunté ocultando una pequeña sonrisa orgullosa.

Puso los ojos en blanco al mismo tiempo que se apoyaba al igual que yo.

-Hay que volver, ¿No?

-Supongo.

-Vamos

Lo llevé de nuevo a su encarcelamiento y cerré la puerta con seguro, no quería más interrupciones. Emilio se sentó en el colchón. Imité su gesto.

-¿Sabes algo de esa caja? -pregunté por decir algo.

-Solo los he oído que tiene algo más que dinero -suspiró dejándose caer en la pared.

-¿Nada más?

-Nada más.

No continué, le creía, ¿Por qué? No lo sé, pero algo tenía que me hacía pensar que decía la verdad.

-Oye -llamó mi atención- sé que no tiene sentido que te pregunte, pero, ¿Qué relación tienes con tu padre? -preguntó con una notoriamente sincera curiosidad.

-No lo sé, una distinta a las demás, eso está claro -dije ocultando parte de mi gran pena. Nunca había tenido una gran relación con él.

-¿Qué haces aquí? -insistió tomándome por sorpresa.

Mi perdición [EMILIACO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora