Epílogo

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Meses después...


El día era frío, digno de inicio de marzo. El sol brillaba débilmente y la música de la radio resonaba en el coche.

-¿No le hicieron un funeral en condiciones? -preguntaba Emilio sin quitar la mirada de la carretera.

-Nah. Al ser suicidio, no le pueden hacer ceremonia porque cumple no se qué pecado y bla bla bla -dije haciendo que mi mano pareciera hablar para sacar burla.

-Es una pena...

A los pocos segundos, Emilio aparcó y, después de que sonase el freno de manos, me desabroché y abrí la puerta rápidamente.

No esperé a mi acompañante y corrí hacia Ivar, que ya nos esperaba en la entrada del atractivo cementerio lleno de color.

-¡Uy! Como los de Stephen King -comenté sarcástico mientras veía todos los árboles y flores del lugar haciendo referencia a los tétricos escenarios que el autos conseguía escribir.

Ivar esbozó una leve sonrisa.

-¿Vamos? -habló Emilio, rompiendo el incómodo silencio.

Ambos asentimos con la cabeza.

Pasamos entre las grandes puertas de hierro que siempre estaban abiertas.

-¡Aquí! -avisé a ambos chicos que buscaban lo mismo que yo. Mi mano apuntaba a una lápida decorada con nombre y fechas de David; mi David.

Cuando vi que los dos miraban directamente a la bonita silueta de mármol, mandé un rápido mensaje:

«Ahora.»

La hierba y algunas ramas empezaron a sonar cuando unas grandes botas militares caminaron en nuestra dirección.

Sonreí abiertamente con la emoción a flor de piel; había extrañado mucho a aquel hombre que se aproximaba.

No pude aguantarlo un segundo más.

Salí corriendo en su dirección y me lancé a sus brazos como si no le hubiese visto en años, aunque solo hayan sido unos meses.

Me bajé de sus brazos y me puse a analizarlo mientras él se dejaba.

Seguramente, desde el ángulo de Emilio e Ivar no se distinguía quién era la persona o cómo lucía, pero yo podía ver sus nuevos tatuajes, como el «King» en el pómulo derecho, la calavera sangrando de ojos y boca en el brazo, la fecha en romano en el cuello... Y sus pendientes en la ceja y orejas.

-Algo me dice que vas bastante al gimnasio -le guiñé un ojo pareciendo coquetear.

Rió mostrando sus, como siempre, separados dientes.

Alguien carraspeó a mi espalda y ahí fue cuando me acordé que no iba solo.

Me giré para poner en contexto a mis acompañantes.

-Hola -les sonreí nervioso por no saber por dónde empezar- Emm, ¡Tarán! -agité las manos en dirección al hombre tatuado.

Mi perdición [EMILIACO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora