II

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El pánico me comenzó a inundar.

-¿Qué haces? -susurré exasperado.

-Hago mi trabajo -dijo firmemente echándose al hombro a Emilio.

-Yo no te he dado ninguna señal.

-Su padre sí -salió de la fiesta dejándome allí, buscando a ese tal "padre" que Matías decía. Lo encontré saliendo con Niurka a rastras, acompañado por Pablo que se encargaba de Juan.

Salí detrás de ellos y me subí en el coche con Matías.

¿Mi padre? ¿Por qué está él metido en esto? Yo era el que me encargaba de Emilio, ¿de qué coño va?

Llegamos al almacén abandonado en el que la mafia lleva instalada más de diez años. Mi padre y Pablo llevaron a sus víctimas a unos cuartos que hay en la planta superior, mientras que Matías se quedó esperando al lado mía.

-¿Dónde quiere que lo deje? -preguntó formalmente, cosa bastante irónica ya que él era veinte años mayor.

-En... -iba a responder, pero mi padre se interpuso.

-Déjalo en la sala del cuero -dijo refiriéndose a la habitación que guardaba correas, sogas, látigos y cualquier cosa de cuero; casualmente estaba al lado del cuarto donde yo dormía, aquello sería una faena.

-Señor, yo no sigo ordenes suyas -se disculpó Matías.

-Me importa una mierda, ya te he dicho donde debes dejarlo -indicó con serenidad para después marcharse.

Matías me miró buscando aprobación.

-Haz lo que te ha dicho -dije de mala gana, cruzándome de brazos.

Asintió con la cabeza y entró en el cuarto.

-Emm, Matías -le llamé antes de que cerrase la puerta tras de sí.

Se giró hasta mirarme.

-El suelo está asqueroso, ponle un colchón -ordené.

Asintió y se metió. Me dirigí hasta mi habitación y la observé detenidamente (cosa que siempre hacía por si alguno me había cogido algo) todo estaba en su lugar: la cama al lado de la puerta y un armario empotrado al otro lado; no había nada más. Me acerqué a las dos puertas de madera que guardaban mi ropa; un par de conjuntos viejos, unas sudaderas que me quedaban enormes, la percha del traje que me iría a quitar en ese momento y el diario de mi hermana escondido en un compartimento que yo mismo había hecho bajo el último cajón (vacío como los otros dos) de mi armario. Todo perfecto.

Me quité el traje, lo colgué en su percha y cogí una camiseta negra con unos pantalones grises. Me tiré a la cama.

Se puede saber, ¿cómo voy a acabar con ese chico?

La imagen de su sonrisa mientras bailábamos me vino a la mente.

Mierda, esto no está bien. Esto va fatal. Jodido, estoy jodido hasta el cuello. ¿Qué me pasa? Es mi jodida víctima.

Miré mi móvil, era de madrugada y eso significaba que no había nadie rondando por el almacén (o al menos por la planta baja).

¿Y si voy a verle? Solo para ver que se despertó. No quiero saber nada más.

Me levanté y me dirigí sigilosamente hasta la puerta de al lado.

Y si está despierto, ¿qué le voy a decir?

Mi perdición [EMILIACO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora