XIV

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Nada más abrir los ojos, me encontré con el rostro de Emilio. He de decir que mi primera reacción fue asustarme, ya que no me acordaba que él estaba allí, pero luego me fui perdiendo cada vez más y más en sus facciones, hasta tal punto que me puse a analizarlas de un modo detalladamente exquisito.

Observé sus pómulos siendo rozados por sus largas y oscuras pestañas, su mandíbula marcada, sus labios entreabiertos... Algo fallaba; algo estaba ocupando un protagonismo que no le pertenecía. Un perfectamente rizado mechón de pelo que quería tapar su rostro.

Arrastré una mano lenta hasta el molestoso nombrado y, cogiéndolo con delicadeza, lo aparté echándolo hacia atrás con el resto. Así estaba mucho mejor.

Con tanto silencio, terminé pensando en mi actual situación, es decir, aún no sabía cómo, pero aquel hombre, al cual conozco de hace un par de meses, estaba durmiendo en mí cama y a centímetros míos. Aunque sí es cierto que se había ganado parte de mi confianza y respeto desde el momento uno, aquel pobre chico no era consciente de lo que se le venía encima simplemente por haberse juntado conmigo; con la persona menos indicada para un hombre de su sensibilidad y, sobre todo, familia. Esta pequeña unión que se estaba formando, parece empezar bien, pero no tiene pinta de acabar igual.

Escuché un lento movimiento bajo las sábanas y, acto seguido, pude ver el cuerpo de Emilio estirándose cual felino para luego girarse hasta quedar boca arriba sobre la almohada.

Aproveché que no me había visto aún para hacer como si me acabase de despertar.

-¿Desde cuándo tan madrugador? -preguntó con voz ronca, digna de las primeras horas. Creo que dejé de respirar por un momento.

-Me despertaste tú -mentí escondiendo la cara en mi almohada.

-Ash, seguro... -masculló- ¿Quieres un café? -me miró de reojo.

-Por favor -supliqué completamente necesitado de cafeína.

Se levantó y oí sus pasos bajando las escaleras e incluso los armarios y las tazas en la cocina. Un conjunto de sonidos de lo más casero.

Me quedé allí tumbado sin ganas de levantarme de la cama, pero a la vez queriendo hacer algo productivo.

Me abracé a la almohada desesperezándome.

-¡Vamos! -insistió desde abajo.

Resoplé sentándome con postura cansada.

-¡No me grites! -reproché frotándome los ojos.

Levanté la vista para encontrármelo apoyado en la encimera con los brazos cruzados sobre el pecho y los ojos clavados en mí. Sentí mi corazón acelerarse y mis mejillas subiendo de temperatura, pues no hacía más que observarme con una estúpida sonrisilla en los labios.

-Se te enfriará el café -fue lo único que se me ocurrió decir.

Parpadeó un par de veces, bajando la mirada velozmente y girándose dándome la espalda.

Sonreí con una mezcla de vergüenza y diversión mientras sacaba las piernas de entre las sábanas. Busqué mis zapatillas moradas con los pies y enderecé mi enorme camiseta pálida que se había enrollado a mi torso durante la noche.

Me puse en pie y bajé las escaleras peinando mis rizos hacia atrás.

-Toma -me frenó camino al sofá con mi taza en mano. Me la acercó.

Cogí el recipiente rozando mis dedos con su piel.

-¿Acaso supiste hacerlo como me gusta? -pregunté alejándome.

Mi perdición [EMILIACO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora