VI

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No me creía que el día hubiese llegado ya. No había pegado ojo en toda la noche. Después de un mes teniendo a Emilio en la habitación de al lado, mi padre se había hartado de su sincero silencio y quería acabar con él.

Estaba vistiéndome cuando tres golpes en la pared llaman mi atención. Termino de cambiarme de ropa y salgo hacia su cuarto con mi sudadera rosa y mis vaqueros azules.

Entré lentamente en la habitación. Allí se encontraba él, junto a su mirada perdida y su jugueteo de dedos.

-¿Qué querías? -pregunté tan débilmente que incluso a mí me asustó.

-Quería verte antes de nada -dijo con normalidad.

-No se te ve muy afectado -me senté al lado suya, en el mugriento colchón de siempre.

-Fíjate que hasta hace nada, me habría dado exactamente igual esto -suspiró apoyando la cabeza en la pared de detrás.

-¿A qué te refieres? -aquello de veras no me lo esperaba; me atrevería a decir que me había producido una afilada punzada en el pecho.

-Me habría dado lo mismo, no hay nada que explicar -se encogió de hombros.

-¿Y ahora?

-No... -dijo al mismo tiempo que negaba con la cabeza lentamente.

-¿Qué ha cambiado? Tu vida de marqués se redujo a un cuarto sin comida -le miré con inocencia, pues no le entendía.

-No te voy a decir -me sacó la lengua- pero es una persona.

Se me encogió el pecho, ya no por lo tierno que se vio durante esos milisegundos de burla, sino porque, ¿Y si hablaba de mí?

La puerta se abrió, dejando ver el rapado de Matías asomar.

-Su padre... -fue lo único que dijo antes de tragar saliva con notoria dificultad- vengo a por él.

Miré al de rizos, me sentía jodidamente culpable; yo podría hacer algo, ¿El qué? No lo sé, pero algo.

Emilio se puso en pie dejando caer alguna pelusa que otra del polvoriento pantalón ese que le dejé hace ya dos semanas. Matias cogió sus muñecas, colocándolas tras su espalda y salieron. Salí corriendo detrás.

Allí había un escenario de madera pegado a la pared y una cuerda colgada al techo cayendo sobre él. Todos los que trabajaban en el almacén estaban.

-Traelo que acabemos ya -ordenó mi padre al lado de la soga.

Antes de que Matías llevase a Emilio donde Uberto decía, lo cogí del brazo reteniéndolo.

-Necesito tu ayuda -susurré.

Él solo asintió con la cabeza y siguió su camino hasta entregarle a mi padre el cabizbajo Emilio. Este me miró por lo que, esperaba, no fuese la última vez.

-Va a salir bien -dije sin emitir sonidos mientras mimetizaba lo más claro posible con mis manos. Espero.

Él solo me observó y sonrió de lado para después bajar la vista a la madera bajo sus pies.

Matías volvió en seguida.

-Necesito protección, eso que llevas ahora me vale -indiqué en cuanto lo vi.

Me tendió su pistola semiautomática y un par de recargas para esta.

-Bien, ve a mi cuarto y quiero que te lleves la ropa de arriba y el libro, ese está dentro de la pared del armario, ¿Entendido? -me guardé el arma de fuego en el bolsillo, poco práctico.

Mi perdición [EMILIACO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora