V

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Habían pasado un par de días y había estado tan liado ayudando con algún robo tonto que otro que no pude ir a ver a Emilio en ese tiempo; simplemente para ver cómo iba.

Esa tarde al fin la tendría libre tras ayudar a guardar cierta mercancía por lo que había pensado en pasarme por el cuarto donde él estaba, pero algo hizo que mis planes se adelantaran; tres golpes sonaron contra la pared de mi cuarto, mas eran muy flojos; me quedé esperando por si lo repetía y así fue, solo que no una más sino dos e incluso tres veces, cada vez más fuerte. Vale, algo pasaba, pues después de los últimos toques, se escuchó la voz de mi padre.

Salí de allí y me encontré con Pablo en la puerta de la habitación del cuero como un portero.

-No puede pasar -fue lo único que dijo el hombre de tez oscura.

-Necesito entrar, esta es mi parte del caso -exigí con cierta desesperación.

No se movió. Justo en ese momento bajó Matías por las escaleras echándome una rápida mirada, la cual yo aproveché para hacerle una veloz señal de un disimulado toque en la nariz.

-Oye, Pablo, necesito tu ayuda -le llamó entendiendo la referencia.

El portero caminó hacia mi cómplice y yo entré en el cuarto. Mis ojos no daban crédito; mi padre estaba sentado en el suelo, al lado de lo que parecía nuestra imitación de la tortura medieval llamada "Doncella de Hierro" (aunque nosotros le habíamos quitado los numerosos pinchos), por lo que me alarmé al ver como del interior de esta caja metálica salían golpes y súplicas.

Ahí fue cuando me acordé de la claustrofobia de Emilio y caí en lo mal que lo tendría que estar pasando.

-¿Qué haces aquí? -exclamó mi padre poniéndose en pie.

-¿Qué hace ahí dentro? -pregunté firmemente- sácalo.

-¿Qué crees que soy como Matías? Déjalo que suplique -sonrió maliciosamente.

-No... puedo... respirar -se oía decir a Emilio con una dificultad bañada en ansiedad y agobio.

Un pánico lleno de preocupación de desesperación me cogía del cuello.

-¡Sácalo! -di un paso al frente, quedando a un metro suya.

-¿O qué?

-Le cuento la verdad a Matías -le miré de arriba a abajo- y créeme, no le va a gustar nada -levanté una ceja- quién sabe -caminé hacia atrás manteniendo la compostura y dejando de oír súplicas y golpes por parte de Emilio- a lo mejor se plantea el denunciar todo esto -elevé las manos en el aire.

-Reza porque no me entere el por qué de tu preocupación -se alejó entre maldiciones.

Corrí hacia el sarcófago de pie y lo abrí. Emilio cayó al suelo con las manos y rodillas, hiperventilando; tenía los ojos húmedos, los rizos pegados a la frente y temblaba.

-¿Estás bien? -pregunté instintivamente agachándome a su altura. 

-S-sí... -dijo sentándose en el sucio suelo, con las rodillas flexionadas, los brazos apoyados en estas y la cabeza hacia abajo.

Reprimí un suspiro de alivio, poco más y me daba algo.

-Gracias -susurró con la respiración controlada, mirándome con una sonrisita sin dientes.

Le devolví una sonrisa más amplia en modo de respuesta. Apoyé la cabeza en la pared blanca de detrás.

¿Y si le digo...? No, o bueno...

-Emm... -se me escapó de entre los labios. Mierda, mejor me hubiera callado.

Me miró pillando la misma postura que yo.

Mi perdición [EMILIACO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora