XVII

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Habíamos pasado unos días en casa, ya fuese sacando conclusiones o pasando el rato y es que cada vez me acostumbraba más a su compañía y aquello realmente me asustaba, pero, tampoco le quiero dar mucha importancia aún.

-¿Eso no se ilegal? -dijo con notoria inseguridad.

Me incorporé sobre su pecho desnudo, dejando la sábana por debajo de mi cintura.

-¿Acaso he hecho algo legal estos últimos años? -pregunté apoyando la cabeza en mi mano gracias a mi codo sobre la almohada.

-Sino fuese porque te conozco, diría que te enorgulleces de ello.

Se tumbó de lado.

Le sonreí dándole la razón.

-¡Eh!-levanté su mentón, captando su preocupada mirada- no creo ser el único que quiere entender aquellas cartas, ¿No?

-No, claro que no -giró quedando boca arriba, deshaciéndose de mi roce y suspirando a su vez.

-¿Entonces? Ese lugar está abandonado, ¿Qué podría pasar? -seguí convenciéndole, pues, claramente, no iba a dejarle allí solo ya que no se sabía qué podía ocurrir.

-Ya sé...

-¿Pero...?-alargué la palabra.

-¿Y si te pasa algo o viene "alguien" y yo no sé qué hacer? -soltó al final.

Reí por la nariz sin querer que sonase burlesco, ya que reía por lo tierno que sonó.

-Lo primero, no creo que vaya a pasar nada eso -dije sabiendo a quiénes se referían, a mi padre y el resto- y segundo, no necesito protección ajena.

-¿Y si sí?

-Pues ya tengo -me encogí de hombros.

Por la forma en la que desvió la mirada, supuse que, a regañadientes, me estaba dando la razón.

-¿Vamos entonces? -me cercioré.

Resopló volviéndome a observar.

-Es que no te puedo decir que no -se arrastró por las sábanas hasta quedar pegado a mi torso.

Me quedé mirándole expectante, pues parecía buscar algo más.

-Pero... ¿Haces algo a cambio? -hizo un sutil puchero y yo ya supe que no me podría negar.

-¿El qué?

-¿Te quedas jugando un ratito más? -preguntó sujetando mi cintura con ambas manos.

Reí con ganas mientras buscaba sus labios con los míos.

[...]

Nada más ver aquella pequeña casa de madera, la cual nos había llevado bastante encontrar entre tanto árbol, me dio un vuelco el corazón.

-¿Allanamos una morada? -preguntó tendiendo un brazo al frente, señalando más allá de la cinta policial.

Asentí con un nudo en el estómago.

Traspasé la barrera amarilla, encontrándome en un descuidado jardín que en su momento fue llamativamente verde y vivo.

Afuera estaba todo en su sitio. Allí seguía el viejo columpio basado en una tabla de madera, ya algo podrida y llena de telarañas y grietas, atada a una rama ahora más alta de lo que recordaba. Solo pude pensar en cuando Ren me obligaba a columpiarla porque, aún con su edad, no sabía pasearse.

Se me iba saliendo el corazón del pecho con cada paso que daba hacia la puerta de la entrada. Tenía las manos temblorosas y la respiración desacompasada.

Mi perdición [EMILIACO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora