Para Joaquín, mi único apoyo en este infierno:
Ya no puedo más.
El hecho de tener en mente el mísero recuerdo de mi estancia en casa me abruma.
Sé que has hecho lo que has podido y más, pero, sintiéndolo mucho, no es suficiente. No hay nada que pueda acallar los recuerdos de cada paliza y daño que he vivido. Ya sé que fueron unos pocos años, pero me atrevería a decir que aquel tiempo fue peor que las décadas que llevo tras rejas.
Ya lo he planeado todo. Se acabó mi lucha. El sufrir. El calentamiento de cabeza. La ansiedad. Los llantos de madrugada. Y lo más importante; se acabó el que tengas que estar al pendiente mío.
Llevo semanas guardando pastillas y ya tengo las suficientes, pero antes de hacer nada, me gustaría contarte sobre mí puesto que no sabes lo suficiente como para entender:
En el momento en el que nací, la mujer que me trajo al mundo echó de casa a mi padre. Tras aquello, en lo que debía ser un cálido hogar, entraban y salían hombres de todas las edades, desde los críos de nuestra actual quinta hasta los que parecían mi abuelo.
Un día, cuando yo ya alcanzaba los cinco años, mi madre me intentó explicar que se iba a juntar con un polaco que acababa de llegar a la ciudad.
Lo metió en casa y ahí empezó todo.
Todos los días habían peleas y cuando no discutían conmigo lo hacían entre ellos, pero no creas que eran simples palabras; he tenido que quitar botellas y muebles rotos de la alfombra mientras ella lloraba y el dormía. Igualmente, cuando estaban de buenas se la pasaban en la cama, o sea que yo parecía sirviente.
Me acuerdo que lo único que en su momento me iluminó la vida fue saber que tendría un hermano, aunque, al mismo tiempo, me aterraba la idea de que llegara a ese campo de batalla.
Durante el embarazo, la situación fue a algo más:
Las cenizas de los cigarros acababan en mi espalda y los golpes los recibía yo.
Recuerdo que una vez se me cayó una botella de cerveza cuando se la iba a entregar con todo el terror del mundo y él, junto a su marcada vena en el cuello, se me abalanzó a zancadas, me cogió del pelo y me hizo arrodillarme sobre el vidrio para recogerlo.
En su momento me daba miedo, pavor, pánico... Cómo quieras llamarlo. Pero ahora lo pienso y me da asco. Me dan náuseas al pensar en su mandíbula tensa, sus ojos oscuros, sus tatuajes, su saliva escapando de la boca cuando gritaba... Me da tal repulsión que no soy capaz de controlar mis emociones cuando pienso en ello.
Por otro lado, cuando nació Ivar todo cambió. Me convertí en su figura paternal.
A mis ni siquiera diez años ya había aprendido a hacer cosas simples en la cocina como pasta o sopa, de igual modo, en casa no había para mucho más.
No fui al colegio, pero cuando ellos salían, una vecina nos llevaba a su casa y nos juntaba con su hija bastante más mayor que yo para que nos enseñara al menos a escribir y sumar; el resto de cosas las fui aprendiendo en el reformatorio.
Ivar tendría 5 años cuando todo se salió de control:
Ella había pasado la noche con otro hombre y él no aguantó, sin embargo, ni tan siquiera lo pagó con ella, sino que con nosotros. Sobre todo con él ya que era "El Nuevo".
La noche en la que se enteró de todo se dirigió corriendo a nuestro cuarto donde Ivar ya conseguía dormir.
Intenté decirle que no le molestara que yo le explicaría lo que quisiera, pero igualmente entró haciendo escándalo.
Fui tras él para seguir con mi esfuerzo y quitarlo de en medio, pero no sirvió para nada.
Aún puedo describir a la perfección como su mano acabó levantando en el aire a mi hermano del cuello. El rostro de Ivar se iba poniendo de un tono azulado cuando se me ocurrió gritar. En casa no nos dejaban hacerlo porque alertaba al vecindario, por lo que encontré aquello como perfecta excusa.
Vociferé como en las películas; dejándome la garganta en el intento. Gracias a ello, Ivar cayó de bruces en la cama haciendo crujir alguna madera bajo el colchón.
Lo último que recuerdo es tener a aquel hombre sobre mí, dejándose caer de tal forma que no me dejaba respirar. Sus puños iban y venían y su vena, su jodida vena, no se iba. De fondo solo se escuchaba a Ivar llorar desconsoladamente mientras ella solo lo mandaba callar.
Tras aquello, esa misma noche, aprovechando que todos dormían, me armé de valor y con mi cara prácticamente desconfigurada y mis piernas temblorosas, fui al salón y rebusqué donde sabía que estaban sus armas.
Saqué una pequeña pistola y me dirigí al cuarto donde dormían.
Les disparé directamente; primero a él y luego a ella. No supe cómo lo hice, pero así fue.
Acto seguido, me encontré a mi hermano hecho un ovillo en su cama y escuché a la vecina aporreando la puerta.
Aunque con la respiración agitada, procesando lo que acababa de hacer, saqué a Ivar de casa y lo único que le dije frente a la mujer de la vivienda de al lado fue un simple «Se acabó.» con una gran sonrisa satisfactoria en la cara.
Después de eso ya sabes lo que pasó. Nos conocimos meses después de mi entrada.
Solo quiero que sepas que no era cruel o falto de sentimientos por gusto, sino que quería que todos me temiesen y obedeciesen tal y como me habían enseñado.
Hasta siempre, Joaco.
(Corrección reciente: Espero que esto salga bien. Te quiero)
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●●●●●●●●●●●●●●●●●●●Yo sé que la historia es emiliaco only, pero es que este personaje me ha gustado tanto que creí que se merecía un especial contando su historia.
Me parece muy traite todo lo que ha pasado y no me gustaba que le conocieran como el soso de prisión.
RECUERDEN NO JUZGAR UN LIBRO POR SU PORTADA, QUIZÁS TRAS ESA CARA FRÍA HAY UNA HISTORIA CRUDA.
Espero que os haya gustado 🧚♀️✨
Fin del comunicado, bitches 😙💖
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Mi perdición [EMILIACO]
FanficJoaquín Marconi, hijo del jefe de la mafia más poderosa de México, es solo un chico de veintitrés años, pero ya ha visto y cometido más de uno y de dos delitos graves. Su padre tiene algunas cosas sin resolver con los Gressorio, por lo que su mayor...