XXIX

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El corazón se me iba a salir del pecho.

El mero pensamiento de volver a ver a Emilio después de casi un año me emocionaba hasta el punto de hacer mis manos temblar.

Quedaba poco para mi hora y antes de nada estiré bien las sábanas de la cama de David, que es en la que había dormido esa noche. Colocando bien la almohada, rocé un papel con las yemas de los dedos.

Saqué lo que acabó siendo una hoja repleta de bolígrafo negro. Únicamente me fijé en la parte superior, en la que ponía un poco practicado «David». No me dio tiempo a leer ya que Albert hizo resonar su grave voz llamándome.

Metí la carta entre el pantalón y mi cintura y salí de la celda.

Albert me acompañó hasta la sala por la que entré aquel fatídico día en el que mi mundo se vino aún más abajo. Allí, una fea y descuidada mochila cuidada a base de parches me esperaba en una silla junto a la puerta de salida. Guardé ahí la hoja de David con el resto de mis pertenencias.

-No me lo creo... -murmuré absorto en mi cúmulo de emociones.

Conforme me acercaba a la gran entrada de comisaría, mis ojos se iban humedeciendo y mi pecho se calmaba.

A unos metros de la puerta, justo al lado de la columna rodeada de sillas donde hará más de un año que le conté a Emilio la noticia de Amalia y su posible ayuda, que resultó ser una auténtica farsa, alguien entró esposado y con la cabeza gacha.

-¡Camine más rápido, Marconi! -exclamaba la mujer tras él.

Se me desencajó la mandíbula al ver a mi padre allí, camino a la sala de la que acaba de salir.

-¿Se lo llevan? -le pregunté a Albert.

-No tengo respuesta para todo lo que pasa aquí dentro, pero sé de alguien que le puede explicar todo -fue lo único antes de soltar mis muñecas.

Las miré viendo que no solo me habían quitado unas simples esposas, sino que también la cadena que aquel sitio te colgaba al cuello.

Miré al frente y abrí la puerta con la barbilla en alto.

Las piernas me flojearon al ver aquel hombre frente a mí. No daba crédito.

-¡¿Matías?! -exclamé con la vista nublada.

Corrí hacia aquel hombre de tez oscura que tan bien había hecho de papel paternal durante toda mi infancia y, mejor dicho, vida.

Le abracé con fuerza después de tanto tiempo.

-Uberto ha sido condenado. -comentó con su serenidad tan propia.

-¡¿Sí?! -me separé de él rápidamente, dando un paso hacia atrás, recordando la imagen de mi padre con las esposas.

-Vamos, te cuento de camino -señaló su gran coche con la cabeza.

Entré prácticamente saltando de alegría, sentándome en el asiento del copiloto.

El coche arrancó y Matías comenzó a explicarme lo que había pasado durante ese tiempo.

-Uberto y Juan iban a salir de país, pero tu padre debía pagarle una enorme cantidad por los supuestos daños causados entre el juicio y la intervención de Emilio. Uberto no tiene ese dinero, ni ahora ni nunca lo ha conseguido, por lo que solo Gressorio consiguió salir de aquí. Ahora está en paradero desconocido mientras que a tu padre lo pillaron intentando saquear la casa de un gran empresario.

-¿Lo van a meter por eso? Lleva años suelto por la mierda que le hizo a mi...

-Cállate. -me cortó con tono compasivo- Ya sabemos lo que pasó; perfectamente. Si me dejases acabar, te diría que un tal Ivar me contactó y me comentó que te conocía y me contó toda la historia. Cuando llegó la policía, me llevaron a interrogación. Les conté todo lo que había pasado dentro del almacén y con Renata y Elizabeth. Casi me dan años por complicidad, pero Emilio se empeñó en pagarlo todo ya que se supone que ha heredado todo.

Mi perdición [EMILIACO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora