XI

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Emilio se tiró junto a mí frente al armario. Puso las manos sobre su regazo y giró la cabeza hasta mirarme. Analizó mis rostro.

-¿Qué crees que sea? -pregunto mirando al techo, omitiendo su constante observación.

-¿El qué?

-La clave. Hay que meter un código para abrirlo. Serán unos cuatro dígitos, como todo -miré a Emilio de soslayo.

-No tengo ni idea -pasó sus manos por la cara.

-¿Alguna fecha? -insistí. Algo tendría que saber, es decir, era su padre.

Negó con la cabeza.

-Me hace gracia que pienses que lo conozco -sonrió sarcasmo. Suspiró pesadamente.

-Me tranquiliza, en cierto modo, que no sea así -dije.

Frunció el ceño sin entender.

Caí en la pesadez de mis palabras.

-Me refiero a que me tranquiliza no ser el único así.

-Aamm. A mí también.

Me senté bien, echando la cabeza hacia atrás con desesperación.

-¿Crees que haya algo en ese diario? -rompió el silencio.

-No es "ese diario" es El Diario -corregí sin pensar, pues me me sentí verdaderamente atacado.

-Perdón, perdón -levantó las manos en el aire en modo de defensa. Rió por la nariz. 

-No lo sé si habrá algo, me lo dejé en casa.

-Pues, no queda otra que ir a por él -se puso en pie bajo mi atenta mirada- ¿Te esperas aquí? -propuso.

-Me parece bien -me levanté- está bajo el colchón, como siempre.

Le lancé las llaves de la casa, ya que siempre las solía tener yo encima.

Le seguí hasta la salida donde, tras él cerrar la puerta tras su espalda, se me acercó María.

-¿Vas a querer un café o algo mientras? -preguntó con total amabilidad.

-No, gracias -sonreí- pero... Igual sí me puede ayudar en algo -levanté una ceja al mismo tiempo que sonreía con una idea en mente.

-Claro, ven conmigo.

Me condujo hacia la cocina. Me senté en uno de los taburetes allí presentes por mi cuenta mientras veía a María imitar mi gesto con elegancia.

-¿Qué ocurrió? -comenzó preguntando.

-¿Qué sabe de Juan?

Su rostro palideció. Mojó sus labios antes de abrirlos y, acto seguido, carraspeó.

-El señor Osorio es un hombre muy ocupado, sin embargo, lleva bastante tiempo sin pisar su casa.

-De eso soy consciente, pero, a lo que yo quería llegar es que, ¿Cómo es? Es decir, como persona fuera del trabajo.

Calló unos segundos.

-¿Entre nosotros? -cuestionó en voz baja, como si incluso las paredes pudiesen oírla.

Asentí.

-No soy quien para explicar esto, ya que en todo caso sería trabajo de Emilio, pero... -dudó de nuevo.

El timbre sonó sobresaltando a la mujer, quien, al parecer, fue salvada por la campana. Abrió las puertas.

-Lo siento, no tengo permitido hablar de temas ajenos. -se giró hacia mí, acortando las distancias- Pero, Emilio es una persona muy selectiva. No confía en cualquiera, mas, si lo termina contando él, será porque le tiene total confianza.

Mi perdición [EMILIACO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora