Capítulo 20: En el que destruimos la fortaleza

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Capítulo 20

En el que destruimos la fortaleza

Dos golpes sonaron suavemente en la puerta.

—¿Mackenzie?



*



[...] —¿Mackenzie? ¿Dónde te escondes, pequeña Mackenzie?

Presionó su espalda contra la puerta, tapándose la boca con ambas manos. Apretó con fuerza, no quería que ningún sonido saliera de ella. Si era necesario contendría la respiración hasta asegurarse de que estaba lejos.

No diría nada.

Ni siquiera pensaría.

Aunque le doliera el pecho, aunque sintiera que su cabeza iba a explotar. No respiraría. No muy fuerte al menos. Podía controlar cuanto aire metía en sus pulmones, poco a poco, largas respiraciones y mantenerlo dentro por lo menos durante treinta segundos antes de dejarlo ir en pequeñas exhalaciones.

Siguió el mismo patrón durante lo que sintió una eternidad.

—¿Mackenzie, preciosa dónde estás?

Tal vez sólo habían sido unos minutos y ella sintió que pasaba mucho tiempo. También estaba la posibilidad de haber estado ahí poco tiempo, el suficiente para que ese tipo fuera de un extremo del corto pasillo desde la sala de regreso al baño.

Las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas sin darse cuenta. Sólo hasta que el sabor salado se metió entre sus manos pudo darse cuenta de que estaba llorando.

—¿Mackenzie? —volvió a llamarla. Más fuerte, cerca.

El miedo se apoderó de su cuerpo y las lágrimas nublaron su vista.

Quiso convertirse en un bloque de hielo, una jovencita tallada el agua helada incapaz de respirar, hablar o llorar.

Abrió la puerta y la empujó hacia la tina, sin hacer el más mínimo esfuerzo. Era un hombre, un adulto contra la fuerza y deseo de luchar de una niña pequeña. Nunca iba a ganar esa batalla, de todas formas lo intentó.

Se ocultó dentro de la bañera, apretando su cuerpo en el fondo hasta sentir la coladera clavarse en sus piernas. Se vio a si misma como una escultura, una parte misma del mármol. Si se concentraba lo suficiente, podría fundirse, volverse una con ese blanco y pulcro material hasta...

—Conque aquí estabas, pequeña Mackenzie.

Oh... no lo deseo con suficiente fuerza.

Escuchó el seguro del baño, seguido de los pasos arrastrándose hasta ella, cubriendo su pequeño cuerpo con la sombra de aquel hombre ocultándola.

Cerró los ojos con fuerza, sus manos le lastimaron el rostro dónde sus uñas se enterraban. Deseo ser como mami, muda, incapaz de hablar y hacer ruido, quizá de esa forma hubiera logrado evitarlo. Si pudiera mantenerse tan callada como mami...

A lo mejor.[...]



*



Sin darse cuenta de lo que hacía, presionaba su rostro con ambas manos, conteniendo la respiración y silenciando la caída de sus lágrimas. Mantenía las piernas apretadas en su pecho, segura que esa era la única forma que tenía de mantenerse callada.

—¿Mac, estás bien ahí adentro?

Y la voz de Amera la regresó a la realidad.

No era una niña oculta en la bañera, sangrando por los labios luego de haberse mordido con fuerza, llorando y gritando porque una bestia disfrazada de adulto estaba forzando su cuerpo a hacer algo que ella no quería. Era Mackenzie. Era dueña de su cuerpo y sus decisiones.

Las piernas parecían hechas de gelatina cuando se levantó, de alguna forma logró salir de la bañera, dónde se escondió y mantuvo la frente apretada en sus rodillas. Abrió la perta sin limpiar las lágrimas de sus mejillas, no era consciente del tiempo que pasó llorando.

Amera tampoco dijo nada, hizo su mayor esfuerzo por mantenerse inexpresiva, no quería darle la sensación de que sentía lastima por ella, o por el contrario, que la consideraba como una débil y destrozada chica incapaz de poner en orden su mierda y emociones. Era complicado, Mackenzie muy pocas veces mostraba tantas emociones al mismo tiempo.

—¿Necesitas algo?

¿Necesitar?

Claro, arrancarse los recuerdos que le revolvían el estómago y la obligaban a arrinconarse en su zona de confort sin darle alternativas.

Si eso fuera una posibilidad, si tan sólo existiera ese tipo de tecnología ella sería la primera en ofrecerse voluntario para las pruebas. Nada le daría más paz y tranquilidad que borrar de un plumazo esa parte de su vida.

¿Pero eso era realmente lo que quería? ¿Borrar seis años de su vida de verdad solucionaría todos sus problemas?

—Mackenzie —llamó Amera, apretando sus brazos—. Sé que nunca digo esto, y casi siempre me comporto como si no me importara, pero eso es culpa tuya —se apresuró a decir, cuando las cejas de Mackenzie se juntaron al centro de su frente—. Eso no significa que no me preocupe por ti, porque lo hago, me preocupo mucho por ti.

Suspiró haciendo algo que nunca había hecho con ella.

Acunó su rostro entre sus manos, presionando ligeramente sus mejillas.

—Sabes que Ryan tiene razón, Mac, no es saludable seguir encerrando estás emociones dentro de ti. Aunque creas que eres capaz de hacerlo no debería de ser así, todos necesitamos ayuda externa y tú, terca y negativa Mackenzie, jamás pides ayuda.

Ahora sí fue consciente del llanto, las manos de Amera calentaban sus mejillas las enfriaban con las lágrimas. La barrera cayó sin que se hubiera dado cuenta. El muro creado a lo largo de los años se derrumbó como si hubiera sido golpeado por una bola destructora.

Se lanzó hacia su amiga, presionando el rostro en su hombro, aferrándose a su espalda como un niño desesperado al no ver a su madre y lloró. Dejó que el dolor subiera desde lo más profundo de su pecho hasta que las pequeñas lágrimas se convirtieron en gemidos e hipidos. La gentil mano de Amera sobre su cabello, acariciando su cabeza mientras apretaba su cuerpo contra ella con fuerza era como contener el agua en una olla hirviendo.

Imposible.

La voz del SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora