La hora en que despertó para volver a casa no era una de su agrado para conducir. Había luz natural en el cielo, sí, las lámparas todavía no se encendían y técnicamente podría considerarse temprano, eso también era verdad. Pero pasaba de las cuatro con quince, y eso ya no entraba dentro del horario marcado y estipulado por ella para conducir.
Cuando alguien le preguntara cuál era el problema, su respuesta sería la misma, arrugar el ceño, torcer los labios y alzar el dedo medio. ¿Cuál era la jodida necesidad de preguntar todo el tiempo? No era su puto problema, no tenían por qué andar de entrometidos en su vida. Razón principal por la que deseaba Leila no hiciera preguntas cuando le pidiera conducir de regreso. En ese punto de la amargura era una respuesta automática, ya no se detenía a analizar si debía hacerlo o callarse el hocico.
Quizá la única persona capaz de mantenerse su pregunta guardada era Amera, y eso fue a base de escuchar la misma grosera y pedante respuesta durante tres años consecutivos.
¿Por qué tenía que ser así? ¿Por qué era tan jodidamente complicado quitarse los malos hábitos de encima?
Parecía un puto alcohólico, asistiendo todas las noches a sus reuniones de AA para liberarse del pecado que era su adicción. La diferencia era el veneno que metía a su cuerpo, mientras que los asistentes de AA destruían su hígado y con lentitud el resto de su sistema, ella arruinaba relaciones con el resto del mundo. ¿Existiría alguna diferencia?
—¡Mackenzie, espera! —su cuello tronó por la velocidad en que levantó la cabeza.
Corriendo a toda la potencia de sus cortas piernas, Gaynor Wilson llegó a su altura, deteniéndose un momento para recuperar el aliento cuando la alcanzó.
—Pensé que no te alcanzaba, ¿volvemos juntas? —la rubia sonrió. Era el mismo gesto con el que logró hechizarla en primer lugar.
Obligándola a creer que era una persona distinta, alguien con madurez mental suficiente para saber diferenciar cuando estabas ocupado, a cuando deseabas ignorarla por completo. Esa suave curva de labios delgados, acompañada con mejillas sonrojadas y un "inocente" juego con los mechones de cabello la trataron como estúpida.
Leila levantó la cabeza de su hombro, seguía sujetándose de su brazo, y Mackenzie permanecía de pie, sin responder.
—No —contó hasta cinco, luego añadió—, no voy para mi casa, tengo un compromiso.
Gaynor inclinó la cabeza hacia un costado, pretendiendo que no comprendía lo que estaba insinuando Mackenzie. Incluso murmuró en un tono alto, como si de verdad estuviera esforzándose por pensar en el significado detrás de sus palabras.
Jodida sonrisa. Jodidos ojos. Jodida actitud. Jodida Gaynor.
—Pero si Amera todavía no sale del hospital, ¿a dónde más podrías ir?
Mackenzie notó la presión en su brazo, Leila le apretó por reflejo. Aquella chiquilla estaba ignorando su compañía con desagradable descaro.
Aunque era consiente que vería su peor faceta, tarde o temprano, no deseaba mostrársela justo después de haber toma una agradable siesta en su compañía. Sus manos se apretaron en un puño dentro de los bolsillos de su chaqueta, si fuera una chica que usa uñas largas, justo ahora estarían sangrando sus palmas por la dureza. En el exterior Leila y Gaynor verían como su expresión facial se suavizaba, mostraba su sonrisa de superioridad con la que acostumbraba a burlarse de otros.
—Mi vida social no gira en torno a Amera, quizá no estés enterada, pero vive con su esposo... novio... prometido... —fue su turno de fingir que pensaba—, el hombre con el que ha decidido compartir el resto de su vida, ergo, no necesito estar pegada a su lado todo el tiempo.
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La voz del Silencio
Storie d'amoreSu infancia estuvo resumida al silencio, mantener la cabeza baja y esconderse en un hoyo dónde nadie pudiera encontrarla. Ahora, como una mujer adulta, no tiene que rendirle cuentas a nadie. Dice lo que quiera. Hace lo quiere. Mira a todos como sere...