Capítulo 4: Dónde hay una confrontación

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La nota giraba en sus manos como un dado. Una vuelta y otra. Un giro detrás del otro.

Comprendía que haber llegado de una forma tan repentina a su vida podía alterarla, o por lo menos cambiar ligeramente su rutina. Amera le comentó mientras esperaban, debido a su trabajo y sus estudios pasaba la mayor parte del tiempo en el hospital.

Justo como su hermana.

Parte de la vida de Yelina era debajo de una bata blanca de hospital. Una que, por supuesto, el amor Jeremiah compró para cada una, él insistía en que le gustaba la imagen. El morbo detrás de un atuendo dedicado a salvar vidas, viajando por pasillos pulcros y habitaciones esterilizadas, colando cuando daban la vuelta al cambiar de dirección.

Ella no era capaz de comprenderlo.

Después de todos estos años viviendo como la sumisa del amo Jeremiah, observando en silencio el avance del matrimonio de su hermana, seguía siendo todo un misterio como ambos lograban que funcionara. Las veces que podía verla en casa eran contadas, y todas las ocasiones que Ryan y Amera visitaron la mansión Dassel, Yelina había liberado su agenda para estar ahí. Era su deber estar presenta durante la doma del pequeño Ryan. Oh, y cuando la bonita de Amera apareció en sus vidas, tanto ella como su hermana deseaban que las cosas funcionaran con ellos.

¿Qué ganó de pedirle al amo Jeremiah enviarla a Inglaterra?

Mackenzie de todas formas no estaba en casa. Salió temprano hacia el trabajo. Tuvo que haber sido de madrugada, de lo contrario no le perdonaría marcharse sin haberle dicho adiós. No de frente a frente por lo menos, sino con una nota. Un cuadro de papel cualquiera.

«Tengo rondas temprano.

Hay lasaña en el refrigerador si te da hambre.

Mackenzie.»

Leila soltó el aire de sus pulmones con un gesto cansado. En diez años no extrañó su voz, porque encontró una nueva forma para comunicarse, su cuerpo se convirtió en un instrumento para charlar. Ryan, en alguna ocasión mientras le enseñaba a él lenguaje de señas, soltó un comentario que se quedó grabado en su mente.

—Es como ver a alguien tocar el violonchelo, tu cuerpo y brazos son las cuerdas que se tensan, mientras que tus ojos y tu rostro son el arco. Juntos entonan una bella melodía.

¿Qué utilidad tenía entonar melodías si no había ninguna pelirroja con pecas en los hombros cerca?

Oh, y enviarle un mensaje de texto no era una alternativa. Respondería dentro de tres horas, igual que su hermana. No había forma en que Leila pudiera saber si estaba en un descanso, o revisando a un paciente, o sí acaso estaba en el quirófano. Porque Amera lo mencionó. Mackenzie quería volverse cirujano.

El conjunto de emociones en su pecho cuando la escuchó fue... doloroso.

Mackenzie ya era una persona compleja por si sola, alejándose de la gente, pretendiendo que no le importaba la opinión de los demás... y luego sucedían cosas como anoche. Cuando despertó gritando. Cubierta en sudor y temblando. Demasiado asustada para rechazarla, darle un manotazo e impedir que la acunara en su pecho. Estaba furiosa de verla tomar un camino dónde su vida estaría reducida, confinada a un edificio dónde vio a su hermana sufrir y volver pálida.

Y estaba tan feliz por ella.

¡Oh, dioses! Se sintió tan contenta cuando visualizó a Mackenzie en su bata, caminando por pasillos similares a los de su hermana. Atendiendo a quien lo necesitara, salvando vidas.

La voz del SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora