Volver a casa y sentarse a charlar fue la parte fácil. Hacer un genuino esfuerzo por decir las palabras que daban vuelta en su mente, ahí es donde se encontraba el verdadero desafío.
Se quedó el resto del día anterior en casa de Amera, charlando, dejándose sermonear por su amiga. Era una de esas raras ocasiones durante las cuales no tenía ningún argumento para seguir discutiendo, estaba agotada, física y mentalmente ya no encontraba fuerza para levantarse y decir algo en su defensa.
Ahora que estaba sentada, observando la espalda de Leila deslizarse por la cocina, terminando de preparar lo que ella solo podía asumir era el té de las conversaciones complicadas, no sabía ni por dónde comenzar a hablar. Lo primero que diría, y eso lo decidió subiendo las escaleras, era una disculpa por lo que ocurrió la noche de la graduación. Sí, empezaría por el tema que consideraba el más complicado y difícil de todos.
Confiaba en que si podía empezar por eso, el resto de la conversación sería, usando una de las expresiones de Amera, pan comido.
Excepto que cuando Leila se sentó junto a ella extendiéndole su taza de té, no encontró valor para empezar a hablar. Abrió la boca y las palabras quedaron atoradas en su garganta, incapaz de salir, solamente dándole la imagen de una chica estúpida que no sabía hablarle a la chica que le gusta. Lo cual ahora que lo estaba considerando, se sentía exactamente como esa estúpida chica.
Gruñó y enterró el rostro entre sus manos.
—¿Te sientes bien, Mac? —preguntó Leila, después de que Mackenzie volviera a levantar la cabeza. Hizo un gran esfuerzo por no sonreír al verla sonrojarse.
—Hoy, por primera vez en toda mi vida, admití la negligencia que he tenido para mi salud mental —su voz era fuerte y clara, pero como habló presionando una mano contra su boca, de modo que Leila batalló un poco para comprenderla—. Fui al hospital para pedir el día libre porque... no podía simplemente ir a trabajar en el deplorable estado que estaba ayer —el siguiente gruñido vino después de un largo suspiro—. Ni siquiera estoy segura de lo que quiero hacer después de esto, es la primera vez en mi vida que... no tengo un plan de reserva.
Las dos se quedaron en silencio, Leila dando pequeños sorbos al té, disfrutando del sabor amargo del té negro, mientras que Mackenzie lo bebió todo en dos tragos. Respuesta que asombró a Leila y la obligó a bajar la tasa, esperando el momento de la queja por haberse quemado la lengua.
Una vez terminó su bebida, aunque sentía el ardor en la lengua por haberse acabado el té de esa forma, no se detuvo. Dejó la tasa a un lado suyo en el sillón girando para encarar a Leila, al hacerlo no esperaba verla directamente a los ojos, tuvo que haber asumido que lo haría, su comportamiento era algo para preocuparse. No le permitió a la ansiedad provocada por la suavidad de sus ojos detenerla.
Se inclinó para sostener su rostro, dispuesta a seguir adelante sin oportunidad de arrepentirse.
Y la besó.
Un beso que ambas llevaban años esperando, un acercamiento tan fácil para el resto de las personas y, aun así, resultó ser algo complicado en su caso.
—No tengo plan de reserva... pero sé que voy a odiarme por el resto de mi vida si permito que mi orgullo te aleje de mí.
Respiró, humedeció sus labios y relajó su cuerpo.
Recargó la cabeza en su hombro, necesitaba darse tiempo para hablar o nunca lo diría.
—Sé que te di una impresión equivocada de mí esa noche, parecía ser como si no hubiera ningún problema conmigo, como si fuera capaz de lidiar con mi propia mierda sin repercusiones emocionales —levantó la cabeza, las lágrimas ya humedecían sus ojos—. Pero no es así... cuando nos conocimos fue cuando me encontraba en el peor momento de mi vida. Apenas llevaba cuatro años de tratamiento. Nos mudamos a Wisconsin antes de terminar la secundaria, después de que Amera me obligara a decir la verdad, a contarle a mis padres del abuso de mi tío. Papá insistió en que irnos del país era lo mejor para mí, convenció a Amera de sus palabras, ir a Estados Unidos debía de ser un proceso para alejarme del lugar dónde fui infeliz.
ESTÁS LEYENDO
La voz del Silencio
RomanceSu infancia estuvo resumida al silencio, mantener la cabeza baja y esconderse en un hoyo dónde nadie pudiera encontrarla. Ahora, como una mujer adulta, no tiene que rendirle cuentas a nadie. Dice lo que quiera. Hace lo quiere. Mira a todos como sere...