La puerta se abrió sin mayor resistencia, considerando los problemas que había dado los días pasados, Mackenzie esperaba mayores problemas al abrir el seguro. Tal vez Amera llamó, finalmente, al cerrajero y pidió un arreglo o un cambio... aunque de ser ese el caso su llave no habría sido capaz de abrir con tal facilidad.
Tal vez ella simplemente tenía más fuerza que su amiga.
Como fuera el caso entró a la casa seguida de Leila. La cena, que según la experiencia de Mackenzie estaba yendo de maravilla, tuvo que ser interrumpida por una llamada de emergencia... por parte de Ryan.
Si bien el hacha de paz seguía enterrada desde el aborto de Amera años atrás, no había ningún apartado dónde él pudiera hacerle llamadas de 112, tan pronto lo encontrara le dejaría muy en claro que... sus pies se detuvieron en el umbral de la sala de estar, Leila chocó en su espalda. Desde la mudanza Mackenzie había visitado la casa de Amera una considerable cantidad de ocasiones, ella le ayudó a acomodar los muebles para sentirlos como un hogar, se encargó de pasarle los cuadros y fotografías que colgó en las paredes.
El lugar que tenía enfrente no se parecía en nada al sitio que visitaba. ¿No había mencionado su amiga unas velas? Dijo que encendería unas mientras esperaba el regreso de Ryan, el tren bala no tardaba mucho en hacer el recorrido de Alemania de regreso a Londres.
—¿Áilleach? —llamó dudosa. Ocho años habían pasado desde la última que lo llamó por su apellido.
Ryan apareció por el pasillo que daba a las habitaciones. No tenía el aspecto de alguien que, de acuerdo a la suposición de las velas, estaba teniendo un agradable momento con su novia, era todo lo opuesto, se veía agitado, sudaba y juzgando por el corte en su mejilla algo malo había sucedido.
—Disculpa por haber interrumpido su cita de esa forma yo... no sabía qué hacer, Amera tuvo un ataque o algo... está encerrada en la habitación y se rehúsa a abrirme la puerta —se pasó la mano por el cabello, observando el pasillo que daba hacia las habitaciones, el lugar dónde su amiga parecía haberse aislado—. He intentado razonar con ella pero no quiere escuchar.
Mackenzie puso una mano en su hombro, se trataba de un tacto amable, tanto así que Ryan se sobresaltó a la espera de algo más agresivo.
—Déjamelo a mí —pidió una disculpa a Leila antes de perderse en la oscuridad de la casa.
Tocó la pared para guiar su camino, esperando ver las fotografías en retroceso que contaban la historia de su vida. Su último cumpleaños, estaban ella y Amera en el centro con una corona de cristal. Le seguía el momento en el que Ryan, de manera oficial y seguro de lo que quería, le pedía matrimonio, porque Amera afirmaba con uñas y dientes, la petición previa ya no era válida, no luego de estar separados por cuatro años. La siguiente debería de ser la fotografía de la graduación, su abuela y tío (o padre adoptivo) estaban a su lado, abrazándola.
Pero ahí se detenía el recorrido. Se detuvo cuando escuchó algo crujir a sus pies, miró hacia la alfombra y encontró los marcos faltantes de las paredes. Reconoció pocos, los demás estaban de cabeza complicando la tarea de identificarlos, respiró profundo, avanzó cuidando dónde ponía los pies y tocó la puerta con suavidad. Dos golpes, uno, tres golpes y uno más.
Aguardó por una respuesta, un ruido, un gemido, alguna palabra algo para así saber que Amera la escuchó y sabía quién estaba afuera.
Dos minutos pasaron sin tener respuestas, volvió a tocar, respetando el orden de golpes el ritmo y la suavidad que debían de tener.
ESTÁS LEYENDO
La voz del Silencio
RomanceSu infancia estuvo resumida al silencio, mantener la cabeza baja y esconderse en un hoyo dónde nadie pudiera encontrarla. Ahora, como una mujer adulta, no tiene que rendirle cuentas a nadie. Dice lo que quiera. Hace lo quiere. Mira a todos como sere...