Siguiendo la detallada lista de pasos a seguir para preparar el "té para las pesadillas", que Amera le envió tres segundos después de que le mandara un mensaje, Leila suspiró. No tenía la más mínima idea de lo complicadas que podían de ser las cosas.
De alguna forma logró convencerla de volver a la cama, recostarse un poco mientras ella preparaba algo, de preferencia un poco de leche tibia, a ella le ayudaba demasiado cuando tenía sus propios recuerdos invadiendo el presente. Pero tan pronto salió el mensaje hacia la conversación con Amera, entendió que no iba a ser posible. Mackenzie, con la explosiva personalidad que mostraba a todo el mundo, tenía el mismo defecto... no, esa palabra sonaba muy grosera, Mackenzie tenía el mismo tic que su amo Jeremiah.
Hervir agua a treinta y cinco grados durante cuatro minutos, infusionar tres hojas de bla... bla... bla. Nunca pensó que estas palabras pasarían por su mente, le daba todas la gracias posibles al esposo de su hermana por ser tan quisquilloso con sus bebidas. Eso volvía mucho más tranquilo el proceso de preparar el té de una forma específica, y más cuando la adorable Amera envió una respuesta con quince pasos.
Tapó la tetera contando mentalmente setenta y cuatro segundos. Hasta ese momento el pensamiento de que el tiempo y todos los detalles dentro de la preparación del té eran para ayudar a Mackenzie, seguramente ella se sentaba en la cocina con Amera, esperando y contando el tiempo antes de que el té estuviera listo.
—Uhm... ¿ya está listo? —la bonita pelirroja giró su rostro, para que pudiera verla al hablar y leer sus palabras.
Leila asintió con una sonrisa. Llenó las tazas y extendió una hacia Mackenzie, quién la tomó con manos temblorosas, un diminuto gesto que fácil podría pasar desapercebido. Entendió entonces porqué manoteó el aire cuando se acercó para despertarla, no fue intencional y se disculpó una y otra vez ocultando el rostro en sus rodillas, volviendo incomprensibles para ella sus palabras.
—Amera te dijo como hacerlo, ¿cierto? —Mackenzie alzó el rostro, esperando una respuesta.
Ella tardó unos segundos en voltear, inclinó la cabeza y sus pestañas aletearon en un parpadeo. No estaba segura de que era lo que se le ofrecía con exactitud, y sus labios permanecían sellados. Solo hasta ese momento Mackenzie se dio cuenta que habló en voz alta, por supuesto, Leila no iba a poder responder cuando no escuchaba.
—Amera, ella te dijo cómo preparar el té —repitió, asegurándose de enunciar con claridad.
Una vez más, Leila sonrió al responder.
Aguardó a que Mackenzie terminara su té para arrastrarse por el sillón hasta quedar junto a ella, atoró un mechón de cabello detrás de su oreja, preparada para el respingo.
Mac retrocedió, sujetando la muñeca de Leila en un reflejo.
Es una bruja, no deja que nadie la toque, ni siquiera Amera, ¿qué clase de amistad es esa?
Fue lo que dijo Ryan en alguna ocasión durante sus visitas a la mansión Dassel. El amo Jeremiah reprendió su comportamiento, siempre quejándose, siempre hablando mal de otros, no tomaba en consideración la opinión de Ryan, porque él no era objetivo. Al igual que Amera. Les tenía cariño a ambos, agradecía que se hubieran tomado el tiempo de aprender el lenguaje de señas para poder comunicarse con ella, pero empezaba a resultar complicado confiar en alguno con respecto a la pelirroja que conformaba el mayor misterio en su vida.
—Cuando perdí la voz —explicó con movimientos lentos de sus manos—, mi hermana y Jeremiah dormían en la misma habitación que yo —hizo una larga pausa, permitiéndole a Mackenzie visualizar la imagen—. No podía hablar, o gritar si al dormir revivía el ataque, apenas había salido de la operación, así que había demasiadas cosas en riesgo —Leila tocó su garganta, buscando la cicatriz en la que dedicaba diez minutos de sus mañanas para cubrir—, hubo noches en las que Jeremiah tuvo que dormir en la cama conmigo, las pesadillas eran tan horribles y vividas que me obligaban a gritar hasta despertar.
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La voz del Silencio
RomanceSu infancia estuvo resumida al silencio, mantener la cabeza baja y esconderse en un hoyo dónde nadie pudiera encontrarla. Ahora, como una mujer adulta, no tiene que rendirle cuentas a nadie. Dice lo que quiera. Hace lo quiere. Mira a todos como sere...