Caminar por los pasillos del hospital, especialmente de noche, siempre le producía una relajante sensación de seguridad. Era consciente de la realidad, no sucedían cosas buenas en algunas ocasiones, si se descuidaba o no miraba con cuidado el camino, podría terminar como aquella pobre enfermera; violada y despedida por tratar de denunciar al doctor que abusó de ella y arruinar la reputación del hospital.
Aunque tampoco es que fuera tan estúpida como para no cuidar su periferia con cada paso, sabía exactamente dónde estaban las enfermeras del piso, conocía los exactos movimientos de los residentes y los internos. Y aunque fuera el caso de que alguien quisiera atacarla (lo cual era aún más estúpido), terminaría con el rostro embarrado en la pared más cercana y un brazo torcido, probablemente en peligro de romperse.
Eso eran sólo unas cuantas cosas de permanecer hasta tarde en el hospital que la mantenían alerta. Muy pocas. Lista de todas las circunstancias y situaciones que disfrutaba de cuidar a un paciente durante la noche, era mucho más larga. Empezando con la tranquilidad.
Sí, eso era lo que más disfrutaba.
—¡Mac! ¿Te quedas la noche?
Cuando sucedía.
Quitó los ojos del historial médico de la chica, sosteniendo la pantalla bajo su brazo mientras Gaynor se acercaba a ella con saltos infantiles. No era su interna, lo cual era una fortuna, hubiera sido una absoluta pesadilla mantener una relación con alguien que debía de ver todo el día, todo el tiempo. Tampoco terminaba de entender que hacía todavía en el hospital a esas horas.
—Iba de salida, pero si necesitas ayuda puedo quedarme un poco más.
Mac la vio atorar un mechón de cabello detrás de su oreja. Un gesto que aprendió a leer cuando se escapa de su residente para hablar con ella, el lenguaje habitual de una mujer, cuando deseaban coquetear con alguien, era fingir una risa infantil, mirar fijamente a la persona y atorarse el cabello detrás de la oreja. Gaynor había creado su propio lenguaje con el paso de los años. Más específico, cuando se dio cuenta de su sexualidad. Sí movía su cabello era porque deseaba llamar la atención, que preguntaras si algo estaba mal.
Detestaba admitir con cuanta eficiencia funcionó las primeras veces, al punto que gracias a ese simple movimiento Mac se interesó en ella.
Ya no más.
—No, estoy bien. Puedes volver a casa sin culpa.
—Bueno —insistió, caminando al paso de Mackenzie—, tal vez con un poco de ayuda extra puedas salir temprano.
—No será necesario, voy a quedarme monitoreando al paciente.
«Al paciente». Siempre cuidaba mucho el tono de voz que utilizaba con sus compañeros, no formaba parte de sus planes darles indicios de preocupación, pasaría por el hospital (por lo menos hasta su especialización), como la chica a la que no le importaban los sentimientos del paciente. Sería la doctora que nadie quería en su equipo porque no mostraba emociones. Aunque fuera lo contrario en la realidad. Hasta el momento sólo Amera sabía que se quedaba hasta tarde cuidando a sus pacientes, cuando se trataba de casos graves, como el día de hoy.
Todos sus compañeros creían que volvía a casa tan pronto terminaba su turno. Quería que siguiera siendo así, no le gustaba mostrar la suavidad de su sonrisa a otros. Cuando se quitaba la máscara de arpía y sus rasgos se volvían blandos, lo hacía para tranquilizar a las personas recostadas en la camilla. Conocía el miedo del hospital, el pánico de ver personas en bata caminar frente a ti sin darte una respuesta. Desconocidos que se paraban al pie de tu cama para leer tu ficha clínica, estudiantes con caras aterradas durante las rondas matutinas.
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La voz del Silencio
RomanceSu infancia estuvo resumida al silencio, mantener la cabeza baja y esconderse en un hoyo dónde nadie pudiera encontrarla. Ahora, como una mujer adulta, no tiene que rendirle cuentas a nadie. Dice lo que quiera. Hace lo quiere. Mira a todos como sere...