Capítulo 1: En el que las cosas cambiaron

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Si durante algún maldito momento del maldito y atareado día, pensó que las cosas no podían volverse todavía más jodidas de lo que ya estaban, pronto se daría cuenta de lo equivocada que estaba. ¿Qué era esa estupidez que Amera solía decir constantemente? ¿Sí piensas negativamente todo el tiempo, sólo atraerás energías negativas?

Bah, no le importaba. No, corrección, le importaba una mierda si atraía energías "negativas" a su vida. A comparación de lo que sucedería en unos minutos, se sentiría como una bendición... o lo más cercano a buena suerte posible. En lo que a ella se refería, las cosas pasaban cómo tenían que pasar, solo los cobardes vivían con la creencia de que tus acciones cambiarían el curso de la historia. ¡Nadie puede meterse con la historia!

Todos esos intelectuales deberían de tenerlo muy en claro. De ser posible hace mucho, mucho tiempo se hubiera hecho cargo de la suya. Asegurarse una realidad distinta, una vida que no guardara ningún parecido con la actual. Cambiaría su vida, lo haría con tanto esmero y esfuerzo, que si los malditos viajes en el tiempo fueran una realidad, la línea del tiempo que sea crearía de aquel cambio le daría a la nueva Mackenzie algo diferente. Feliz, con un poco de suerte.

Mientras que ella seguiría atrapada en la misma mierda.

Mierda acompañada de mierda y sazonada con más mierda.

Por lo menos una sería feliz.

Desechó el pensamiento tan pronto aparecieron las palabras en su mente. ¿Qué bien podría salir de permitirse ese tipo de alucinaciones? Ninguno. Falsas esperanzas. Deseos sin fundamentos. Sueños cargados de ingenuidad. Todas esas cosas estaban por debajo de ella. Su tiempo de fantasear y soñar con un héroe que la liberara de su miseria termino mucho antes de empezar.

No era una señorita que inclinara la cabeza para decir "sí, señor" o "no, señor".

Era una muñeca rota.

El juguete olvidado en un rincón que nadie quiere ver, al que todos dicen "pobrecito", "sólo necesita un poco de cuidado", "un toque de pintura y voila". ¿Quién querría jugar con algo que alguien más destruyó por pura diversión?

Oh, y aquí venía el resto de la mierda.

Gaynor.

Aún a la saludable distancia de siete locales, dos de ropa, uno de accesorios y cuatro de decoraciones y accesorios para el hogar, podía percibir el empalagoso aroma de su perfume. Si tan sólo fuera algo tolerable para la nariz humana, sería mucho más sencillo lidiar con la situación, no recordaba un solo maldito día en el que los perfumes de Amera le causaran esa sensación. Al encontrarse junto a Gaynor le entraban arcadas y se le revolvía el estómago, en el mejor de los casos.

Debo de hacerlo ahora.

Se repitió mentalmente. La única razón por la que elegiría desperdiciar su único día libre del trabajo. Si acaso quería sentirse más tranquila el resto de la semana, sabiendo que se había hecho cargo del asunto, tendría que moverse. Arrastrar los pies hasta ella, tomar una gran bocanada de aire y contenerlo en sus pulmones, esa era la parte fácil, tenía basta experiencia en contener la respiración, lo complicado sería hablar y hacerse escuchar. Gaynor tenía el desagradable hábito de jamás callarse en el instante que abría la boca.

¿Qué había orillado a Mackenzie a someterse a semejante tortura? Ah, sí, por supuesto, estatus social. Su madre le había preguntado por su pareja durante su última reunión la navidad pasada. El inicio de la conversación no tenía nada que ver con eso, meterse en su vida privada, para nada. Ella sólo se interesaba por la vida de su hija, desde que regresó a Irlanda para cursar el último año de la preparatoria sintió que se habían distanciado mucho.

La voz del SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora