—¿Te sientes más tranquila?
Amera cerró los ojos, sopesando las palabras dentro de su mente antes de pronunciarlas en voz alta. La extraña necesidad de permanecer en cama todo el día empezaba a perder fuerza, todavía no sentía confianza para levantarse, mucho menos sentarse y comer el desayuno que Mackenzie había preparado. Tenía hambre, eso podría considerarse una ganancia.
Y mientras más tiempo permaneciera en silencio, significaba que Ryan iba a quedarse ahí, a su lado. Cuando podría estar atendiendo sus responsabilidades en el trabajo, ya había hecho daño suficiente al pedir que volviera de Alemania, sacarlo de su reunión tan importante que lo hizo viajar de regreso. Además ahora lo tenía encerrado en la habitación con ella.
—Si no me respondes tendré que asumir que no —añadió él, moviendo las cobijas para buscar el cuerpo de su pareja en el interior—. Y tendré que arrastrarte fuera de la cama, aunque ambos sabemos que eso sólo empeoraría tu humor.
Amera tuvo la tentación de responder, quería decirle algo que podría decir Mackenzie y demostrarle que se sentía bien.
Pero no pudo.
—¿Hay algo que necesites, amor? Creo que es la primera vez en años que te veo así.
Ella giró en la cama, mirándolo directamente.
—No estoy segura, solo siento que hoy será bueno quedarme en cama... tampoco tengo muchos ánimos por levantarme.
Ryan besó su frente, acunando su rostro entre sus manos. Sentir el contraste de sus palmas, suaves y cálidas, con los dedos que tenía callosos en las puntas y fríos, le ayudó para encontrarle un orden a las emociones que giraban como tornado en su mente.
—¿Quieres que llame al trabajo y les diga que hoy estás un poco indispuesta?
En el hospital estaban al tato de su condición, eran consientes de que en cualquier momento ella podría sencillamente explotar. Con ella se comportaban, hasta cierto punto, permisivos. Incluso después de haberse ligado las trompas, le dieron unos días extra de descanso, y en los días que tenía bajones como ese, tampoco la presionaban mucho por levantarse e ir a trabajar.
Saber que le daban trato especial la desanimaba más.
Quería luchar. Deseaba seguir viviendo como si su vida fuera normal. Como si el mes anterior no hubiera intentado apuñalar a Ryan en la mano porque creía haber visto una tarántula cerca. Ni siquiera cuando llegaron a urgencias, porque su novio necesitaba unos puntos, hicieron demasiadas preguntas. ¿Quién tendría ganas de levantarse con eso?
—¿O prefieres que me quede contigo todo el día esperando a que tengas ganas de sexo?
Ah.
Contener la risa no fue una opción.
Ocultó el rostro el pecho de Ryan, abrazándolo por la cintura.
Existía una forma de subirle el ánimo rápido, Ryan. Él siempre lograba hacerla reír, tal vez no al primer intento, pero eventualmente lo hacía y se quedaba a su lado, esperando paciente a que ella decidiera levantarse de la cama.
—Podrías intentar, es posible que sí.
—Antes de que empiecen... la comida ya está puesta en la mesa para alimentarse —Mackenzie se asomó, insegura de cruzar la puerta—. Yo puedo terminar de comer todo sola... pero me arriesgo a que Leila me grite cuando llegue a casa.
—Ya vamos, Mac —Amera esperó hasta ver su cabello desaparecer en el pasillo—. ¿Me ayudas a levantar, amable caballero?
Con un rápido movimiento de muñeca la sacó de la cama, cargándola en brazos hacia el comedor.
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La voz del Silencio
RomanceSu infancia estuvo resumida al silencio, mantener la cabeza baja y esconderse en un hoyo dónde nadie pudiera encontrarla. Ahora, como una mujer adulta, no tiene que rendirle cuentas a nadie. Dice lo que quiera. Hace lo quiere. Mira a todos como sere...