Capítulo 2: Dónde se pierde el control

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—¿Leila?

El brazo de Mackenzie perdió fuerza, ocasionando un fuerte chasquido en la madera dónde el bate de aluminio aterrizó. El impacto tuvo el volumen suficiente para que Leila, con la sordera parcial que tenía en su único oído sano, volteara en su dirección. Confirmando quién era el responsable de tanto alboroto.

Tardó exactamente tres segundos en identificar el rostro salpicado en pecas, las enormes pestañas sobre los ojos azules y la cicatriz que atravesaba la comisura de sus labios en una diagonal. La angustia rápido abandonó su pecho, sustituida por un cálido sentimiento de calma. Nadie se había metido por la fuerza en el departamento, sólo era la dueña... ¿con una sensación de allanamiento? Sin poder evitarlo, las cejas de Leila se encontraron en el centro de su frente.

—Amera, maldita sea, ¿qué haces aquí?

Mackenzie bajó su tono de voz al dirigirse a su amiga, la bonita rubia que siempre estaba junto a ella cuando asistían a la preparatoria. Amera; la prometida del aprendiz de su amo.

Después de años sin poder hablar o escuchar como la naturaleza lo dictaba, se volvió muy buena para leerle los labios a las personas. En términos generales no tenía problemas para entenderles, era capaz de descifrar a Jeremiah, y a él lo consideraba el más complejo por su acento. Casi cuarenta años viviendo en el mismo país que ella, sin comprender nunca porque aquel hombre parecía morderse la lengua al hablar.

Luego estaba Mackenzie, su dicción era clara, fluida y según su experiencia, no tartamudeaba al hablar, o se atoraba con las vocales como les sucedía a varios. El problema con la pelirroja era que sus labios se mantenían adorablemente juntos. Al hablar todo lo que quería expresar salía con sonidos, fonética básica y tonalidades que, desgraciadamente, no era capaz de escuchar. Leer los labios de Mackenzie era como interpretar el braille sin tener conocimiento de la escritura. Especialmente cuando hablaba con su mejor amiga.

Sin importar su esfuerzo, no lograría entenderle.

—Leila llegó a la casa, bueno, el término correcto es Jeremiah llevó a Leila a la casa —vio a Amera bajar la taza de té, de regreso en el centro del bello plato de cerámica—. Yelina tiene una conferencia y... ¿quieres un poco de té para el mal humor? Tienes esa arruga en la nariz.

Leila siguió el camino marcado por la mano de Amera, Mackenzie se tocó el rostro varias veces y luego, como si su palma fuera un borrador, se froto la nariz hasta que no hubo rastro alguno de expresiones humanas en ella.

Sus labios se movieron, no iban para ella sus palabras, así que tuvo que pretender (como siempre) que no le importaba quedarse en el segundo plano mientras la bonita Mackenzie arrastraba a Amera hasta la cocina. Aunque apreció que la última murmurara que no tardaban mucho.



*



La mano de Mackenzie apretaba alternadamente la muñeca de Amera, dándose cuenta de la presión que ponía, quitándola y volviendo a ella inconscientemente. Cerró la puerta al asegurarse de que las dos estaban dentro.

Solo existía una persona en el mundo que la conocía completamente.

Y estaba encerrada con ella.

—Uff, las cosas no salieron como debían con Gaynor, ¿cierto? —Mackenzie se golpeó la cabeza repetidas veces en el refrigerador, mientras Amera encendía la tetera.

—¡Fue una mierda total! —apretó los puños contra sus sienes—. Llegué ahí, todo el puto lugar estaba lleno de gente y pensé; vaya, tal vez tenga que apurarme, y cuando la vi de pie esperándome... —guio sus manos en puño a su rostro, cubriéndolo.

La voz del SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora