Leila abrió la puerta luego de escuchar que tocaban tres veces seguidas, nueve golpes en total. Se asomó por la mirilla antes de quitar el seguro y girar la chapa, tan sólo para quedarse con la tranquilidad mental de saber quién estaba detrás de ella. Y aunque ya había asumido que se trataba del amo Jeremiah, verlo de pie en el pasillo se sentía fuera de lugar.
Él no necesitó explicarse, pudo leer en el ojos de su sumisa las dudas e inquietudes. Leila era, igual que su esposa, una mujer muy expresiva. Siendo el caso que compartían el mismo rostro con la misma nariz redonda y barbilla levemente sumida, no representaba ningún desafío leer sus pensamientos. Sobre todo por el accidente, después del ataque que sufrió unos días antes de mudarse a la mansión Dassel para convertirse en la segunda sumisa de Jeremiah, Leila empezó a comunicarse con el resto con los ojos, antes de aprender el lenguaje de señas desarrolló su propio lenguaje, un método que sólo ella era capaz de utilizar.
Gracias a la expresividad en sus labios, supo que ella no estaba satisfecha al verlo.
—¿Puedes invitarme a entrar? —pidió, inclinándose para tener sus ojos a la altura de los de ella.
Ella se quitó de la puerta, siguiendo de cerca cada uno de sus movimientos, desde besar sus nudillos como siempre, hasta irse a sentar en uno de los sillones como si aquel departamento fuera su casa. Cerró volviendo a poner los seguros como a Mackenzie le gustaba tenerlos, cerrados a medias para que hicieran clic al abrirlos.
Si aquella hubiera sido la mansión Dassel inmediatamente hubiera ido a arrodillarse junto a las piernas de su señor, porque esa era la actitud correcta en frente de su amo, cuando era una sumisa. En ese momento, viéndose frente a frente, él no era su amo y ella no era su sumisa. Eran dos amigos que se conocían de toda la vida, cuñado y cuñada, enfrentándose en una batalla de voluntades sobre quién cedería el control primero. Leila supo la respuesta antes de comenzar a desafiarse, sólo tenía que inclinar el cuello hacia la izquierda, muy sutil para apenas notar el movimiento, arquear las cejas en una inocente mueca de curiosidad y terminar con un puchero.
—Descuida —interrumpió Jeremiah—, no he venido para decirte que la conferencia de Yelina ha terminado —palmeó el asiento a su lado, invitándola a sentarse—. Sólo quería ver como has estado. Entenderás que los segundos que no te tengo en mi rango de visión, me muero de preocupación por ti.
Ella suspiró, quitándose el cabello del rostro.
—¿Te has adaptado bien a la vida de Mackenzie?
—¿Adaptarme? —se mofó—. ¿Cómo podría adaptarme cuando apenas he pasado quince días con ella?
Jeremiah intentó no reírse. Discutir con Leila podía terminar en muchísimas formas, ninguna en la cual él pudiera salir victorioso, pensar en la posibilidad lo devolvía los días de escuela dónde el resto de los niños tenían miedo de la pequeña y enfermiza Leila, lanzando rocas a la cabeza de otros para que pararan de reírse.
—Me corrijo, ¿te sientes cómoda a su alrededor? Amera alguna vez mencionó que no era sencillo llevarse con ella.
—Fue complicado la primera semana —empezó a narrar—, parecía tener miedo de mí, miedo a tener a alguien más en su casa que no fuera de confiar. Amera fue una gran ayuda para irla entendiendo, y sé que me faltan muchísimas cosas por conocer de ella, al inicio de esta semana me entregó un poco de su corazón, me confió secretos que parecía conservar sólo para ella —tomó una pausa. Respiró y se miró la palma de las manos.
Ya ni siquiera recordaba el sonido de su propia voz, intentaba volver a recrearlo, imaginarse qué tipo de entonación daría a las palabras, si acaso usaría un tono más meloso para la chica que le gustaba, subir el tono a uno agudo cuando se dirigiera a su amo, mostrando la entrega y dedicación que tenía para él. Una voz ronca y cascada para reírse con su hermana como antaño. Podía mostrar delicadeza con los brazos, moverlos un poco más despacio si acaso intentaba mostrarse tímida, o agitarlos rápidamente para expresar su enojo.
¿Qué voz usaría para Mackenzie?
—Quisiera poder entregarle la misma confianza que ella me dio —continuó—, quiero ser la persona en quién piense todos los días, a todo momento, quiero que cuando platique con los demás internos les hable de las voces que compartimos cuando ninguna de las dos está hablando.
Jeremiah cubrió sus manos con las suyas, el contraste en sus pieles siempre le asombraba, él tenía una piel negra, brillante y hermosa que obligaba a todo el que caminara a su lado a verlo, era un hombre de rasgos afilados, varoniles con matices estéticos. Mientras que ella tenía una piel morena mucho más clara, en algunos lugares podría considerarse un bronceado, en otros un tono más, ella y su hermana seguían cargando los genes de bellas mujeres con rostro ovalado, barbilla pequeña con labios carnosos.
—¿Sigues teniendo problemas para dormir? —preguntó al fin Jeremiah.
—No desde que llegué —Leila se levantó para ir a su habitación, regresó con un pequeño frasco de medicina—, he podido dormir con total libertad aquí.
Jeremiah sonrió al ver que el contenido apenas y había cambiado desde que se marchó.
—¿Ni una sola pesadilla?
Leila negó con la cabeza, sin cambiar de expresión.
—Yelina estaba preocupada de que tal vez, pasar tanto tiempo lejos de la mansión pudiera haber sido el causante de una recaída o algo semejante.
Leila torció los labios, su hermana siempre fue así, incluso antes de haber pedido la voz. Como siempre se estaba enfermando cuando eran niñas, desarrolló un instinto materno para detectar cuando su humor cambiaba, o saber diferenciar una enfermedad de mentira de una real, incluso antes de que ella misma pudiera notarlo. Crecer no hizo que eso cambiara, al contrario, lo tradujo a un nuevo nivel de preocupación.
—También yo —admitió al final—, me aterraba tener que despertarla a mitad de la noche por... uno de mis terrores, intenté no tomar la medicina como un experimento. Descubrí que apenas puse la cabeza en la almohada me quedé dormida —Jeremiah parpadeó, no esperaba esa respuesta—. Ella tiene sus propias pesadillas y no ha podido superarlo. Quiero ser quién le ayude a dormir por las noches.
Jeremiah se levantó, Leila pensó que le iba a decir algo al respecto, dejar de ser el amigo de toda la vida que conocía, la persona en la que confiaba cuando sus miedos tomaban control de su cuerpo, para convertirse en el amo. Le ordenaría volver a la mansión Dassel con él, porque el permiso que le dio fue sólo mientras su hermana estuviera de viaje, ni un minuto más ni un minuto menos. Y si no fuera por los días que pasó con Mackenzie, estaría de acuerdo.
Ahora no era capaz de imaginarse volver a casa y no poder verla.
—Muy bien, déjame hablar con mi esposa, no creo que ella tome muy bien tu decisión de quedarte unos días más aquí.
Leila alzó las manos, no podía expresar su indignación en voz alta, seguía siendo algo frustrante después de tantos años.
—Tendrás que discutir tú con ella, y después tendrás que volver a la mansión para hablarlo. Cielo, sabes mejor que sólo abandonar a tu amo sin más.
Ella imitó su rostro al hablar, Jeremiah odiaba cuando la gente lo remedaba, Leila lo hacía con la intensión de molestarlo. Pero no por mucho, dejó caer los hombros rendida. Era consiente de eso, seguía siendo una sumisa devota y entregada a su señor, amaba ese papel de su vida, lo presentaba todos los días incluso sin que su amo lo pidiera. Solo que ahora adoraba ver el rostro de Mackenzie al llegar del trabajo.
Quería tener ambas y no podía.
Porque la bonita Mackenzie vive en Inglaterra, mientras la mansión de su señor estaba en Irlanda.
—Todo a su debido momento, no creo que Mackenzie aprecie una interrupción indefinida.
Leila sonrió, arrodillándose frente a él para abrazarlo.
De sus dos guardianes, el amo Jeremiah siempre estuvo más dispuesto a darle libertad.
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La voz del Silencio
RomanceSu infancia estuvo resumida al silencio, mantener la cabeza baja y esconderse en un hoyo dónde nadie pudiera encontrarla. Ahora, como una mujer adulta, no tiene que rendirle cuentas a nadie. Dice lo que quiera. Hace lo quiere. Mira a todos como sere...