Capítulo 9: En el que la felicidad es real

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Mackenzie estacionó el coche frente al garaje en casa de Amera, asegurándose de centrarlo bien con la puerta, de esa forma, aún si Ryan salía para ir al trabajo no estaría entorpeciendo el camino. Muchas veces lo consideraba un inútil, en realidad jamás lo llamaba por su nombre, después de que se cambió el nombre comenzó a llamarlo por el nombre de bautizo otorgado por su abuela... aunque solo en ocasiones. Aun así, no deseaba atormentarlo cuando debía de salir al trabajo. No era tan perra.

Recargó los brazos en el volante, aguardando.

Su amiga no tardaría mucho en salir, unos tres o cuatro minutos como mucho, ella también tenía muy claros sus tiempos. Además, Leila les haría compañía durante ese viaje, eso significaba que tendría una oportunidad para poder conversar con ella... o intentar. Porque mientras estuviera conduciendo sería imposible responder, y aunque tuviera sordera parcial ella necesitaba poner música durante el trayecto, simplemente era así.

Cuando había mucho silencio es cuando...

—¡Perdón por tardar! Tuve que convencer a Ryan de venir con nosotros.

¿De qué?

—Iré en mi coche, no usé dinero del diablo para traerlo desde Irlanda y no usarlo, mi amor.

¿Qué quién iba a ir en su coche?

—No, no, vamos al mismo sitio, más vale ahorrar viaje e ir juntos. ¿No lo crees, Mac?

—No —respondió cortante—. ¿Por qué tiene que venir ese en mi coche?

Ryan suspiró, sin sentarse. Amera mantenía un firme agarre de su brazo, ambos sabían que ella no lo soltaría ni aunque se quitara lo pantalones.

Ni siquiera percibió cuando Leila ocupó el asiento de copiloto.

—¿Recuerdas que Ryan empezó a trabajar en una compañía tecnológica? —Mackenzie movió la cabeza, vagamente creía haber ignorado esa conversación—. Les llamaron del hospital para renovar el sistema de seguridad, y claro, mi novio el genio presidente de la empresa antes de los treinta tiene que ir —la ceja de Mackenzie dibujó un arco en su frente, observando a su amiga con ingenuidad. Luego volteó hacia el hombre del que ella estaba locamente enamorada.

—¿Qué tu no sabes quedarte quieto en un solo sitio? ¿Tienes TDA o algo por el estilo?

Cediendo a los deseos de Amera, Ryan se sentó en la parte trasera del coche.

Su estúpido rostro de nerd estirado estaba concentrado, pensando o quizá buscando excusas, para Mackenzie todo lo que él dijera eran excusas.

Después de tantos años resultó que así era como se llevaban.

—Creo me hice un estudio cerebral en mi segundo año en la fábrica en Alemania, debe estar por ahí guardado, dice que soy un genio y puedo lo que de la puta gana, vieja bruja.

Los labios de Mackenzie se crisparon en una sonrisa, dedicó su atención en Leila, quién ya tenía puestos sus audífonos para protegerse del ruido, y con una delicadeza que no pegaba con ella, la saludó en agiles movimientos de manos.

—Buenos días, bonita —saludó Leila, inclinándose sobre el asiento para besar la mejilla de Mackenzie.

De haberle puesto atención, si tan sólo ese pedazo de idiota hubiera volteado tres segundos antes, se habría percatado del violento sonrojo en su rostro. Podría haber sido testigo de la rapidez con la que fijó su atención en el camino, encendió el motor y movió el coche para regresar a la calle principal.

La voz del SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora