Pensar que tendría que volver al hospital en esas condiciones.
Ni siquiera con un pensamiento o deseo propio.
Cuando el acuerdo con el amo Jeremiah para quedarse una temporada con Mackenzie, en lugar de permanecer en casa con todas sus comodidades, era para quedarse el tiempo completo sin viajes sorpresivos en los que sólo pasaba para tomar el té. Porque cuando le rogó al amo Jeremiah la libertad para visitar a esa hermosa chica de ojos azules, lo hizo para poder acercarse a ella y meterse tan profundo en su piel que no quedaría otra opción más que ser honesta.
Y aquí estaban. Mackenzie, Amera y ella.
Su hermana seguía en Seattle, no había nadie en mayor rango (por lo menos alguien en quién ella confiara) para saltarse el protocolo del escritorio, subir al piso dónde la madre de Mac estaba internada y tener un poco de calma. Por desgracia no era así.
Joanna tampoco estaba cerca para ayudarles, dos años después de haberse tomado un descanso por haber sido atacada por el doctor Carmichael, retomó el negocio del burdel. Estaba a unas dos horas de distancia del hospital.
—¡Y yo le repito que no pienso quedarme aquí tres horas hasta que le autoricen la información! —Mackenzie golpeó el escritorio, atrayendo la atención de todos—. Tanto como si manda a seguridad a perseguirme como si me da el número de habitación, tomaré ese elevador y abriré puerta por puerta hasta encontrar a mi madre!
Así que tuvo que intervenir antes de que la situación escalara en cuestión de gruñidos.
Ah, ¿era correcto sentirse tan bien por empezar a conocer las respuestas de Mackenzie hacia el mundo? Quizá en ese preciso momento no.
Se paró junto a Mackenzie, poniendo una mano sobre su hombro. La respuesta de la chica detrás del escritorio fue automática. Había altas probabilidades de que la llamara Yelina nada más verla, si no se hubiera fijado primero en la cicatriz en su cuello.
—Señorita Deligiannis —Leila suspiró, moviendo la cabeza en un gesto afirmativo—. P-p-pero... no podemos simplemente dar... —la expresión de Leila se oscureció—, sí, ahora mismo.
Un par de minutos después, las tres ya estaban dentro del elevador en dirección a la habitación de la madre de Mackenzie. La pelirroja era la única zapateando, mirando la pantalla con fiereza, cómo si ese gesto pudiera hacer que subieran más rápido. Al llegar al piso, fue la primera en salir corriendo, ignorando a la enfermeras y doctores que gritaban a su espalda.
Amera tuvo que sostenerse de su brazo, no para ayudarla a caminar, ella parecía ser quién tenía problemas para sostenerse.
—¿Estás bien? —preguntó Leila, sosteniendo su rostro para poder verla.
—No... creo... necesito un momento antes de ir con ella. Tengo miedo de que este sea el momento en el que digan que no hay nada más que hacer, Mackenzie va a estar destrozada y yo... —se soltó unos momentos para golpear sus mejillas, lo suficiente para controlar sus lágrimas—. Esto sonará estúpido, y lo es —agregó. Leila no logró comprender porqué—, pero si Mac ve a alguien más llorando, o tiene la sensación de que otra persona está sufriendo y necesita desahogarse de alguna forma... ella no se va a permitir sentir nada. Pondrá su actitud dura y sus gestos.
—¿Por qué? —Amera se dejó caer en el suelo, enterrando la cabeza entre sus rodillas. De modo que Leila se vio obligada a seguirla, por mucho que considerara denigrante sentarse en lugares públicos.
—Su infancia... se convenció a sí misma de que esta mal cuando ella sufre, no merece mostrar su dolor a otros y es menos importante al de otros —respiró repetidas veces, antes de continuar—. Así que, aunque sea sólo un momento, lloraré sin que ella me vea. Porque si yo estoy bien, no se sentirá culpable de llorar.
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La voz del Silencio
Storie d'amoreSu infancia estuvo resumida al silencio, mantener la cabeza baja y esconderse en un hoyo dónde nadie pudiera encontrarla. Ahora, como una mujer adulta, no tiene que rendirle cuentas a nadie. Dice lo que quiera. Hace lo quiere. Mira a todos como sere...