Por alguna razón creyó que un día era suficiente para tener a Mackenzie todo el tiempo que ella quisiera. Imaginó despertarse temprano, hacer el desayuno, acomodarlo todo sobre la bandeja de cama que encontró en la cocina, se metería con ella en cama y desayunarían en una agradable y coqueta atmosfera, acurrucadas bajo las cobijas. Este era otro de esos días dónde los planes no salían como ella deseaba.
Apenas sonó la primera alarma de Mackenzie, se escurrió de sus brazos con tal lentitud que fue incapaz de darse cuenta de su ausencia hasta la segunda alarma. Cuando la pelirroja salió del baño, con las pestañas más gruesas que el día anterior por la máscara, los labios brillantes en el tono de rojo que la incitaban a mordisquearlos un poco, todos los días. El atuendo parecía ser una copia exacta de los otros catorce que la había visto usar hasta el momento, pantalones de mezclilla con agujeros en las rodillas suficientemente grandes para poder sacar una pierna por uno de ellos, las gruesas botas (más bien militares) para darle una ilusión de tener piernas más delgadas.
Colgó sobre el perchero en la entrada de la habitación su toalla, en la otra mano llevaba un cepillo en el cual iba enredando su cabello, mechón por mechón hasta crear un volumen que en su cabeza resultaría imposible. Fue en ese instante cuando Mackenzie se percató que estaba despierta.
Su reacción no fue lo que Leila estaba esperando cuando se despertó. Imaginó a Mackenzie retrocediendo, alejándose de su campo visual, como si acabara de recordar algo importante, el tipo de actitud de alguien que olvidó por completo su desagrado por el contacto humano. Eso fue para lo que, idóneamente, se hubiera preparado si no hubiera sucedido en un lapso de treinta segundos. En lugar de eso, ella le sonrió. Un suave gesto, casi imperceptible a menos que estuvieras buscándolo, Leila no podría poner en palabras su reacción aunque tuviera un mes para preparar un ensayo.
Tan sólo se levantó de la cama para alcanzar a Mackenzie antes de darle la oportunidad para abrir la puerta, le echó los brazos al cuello y presionó sus labios contra los de ella. La besó con suavidad, recargando el peso de su cuerpo en el suyo hasta sentir las manos de Mackenzie tomándola por la cintura.
—Buenas —gesticuló lentamente, esperando enunciarse con claridad.
—Buenos días, Leila —susurró Mackenzie con ese modo tan peculiar de ella de pronunciar las vocales—. ¿Te desperté?
Ella respondió juntando el índice y el pulgar, utilizando la expresión universal de "poco". No negaría que su teléfono logró despertarla, porque obtuvo una gran recompensa con ello.
—¿Te vas ya al hospital? —preguntó, separándose un poco de ella para mover las manos con libertad. Mackenzie asintió, quitándole un mechón de cabello de la frente.
—Tengo rondas, debo estar ahí temprano —Leila cerró los ojos, disfrutando el cosquilleo que recorrió su cuerpo cuando Mackenzie cubrió su rostro con ambas manos—. ¿Te gustaría repetir la cena esta noche? Creo que puedo salir temprano.
Como respuesta Leila presionó un dedo contra los labios de ella. Esbozó una amplia sonrisa antes de mover las manos para comunicarse con ella.
—Sal a la hora que termine tu jornada, te prepararé algo para comer cuando llegues.
Volvió a besarla antes de escucharla hablar, una vocecita en su cabeza le advertía que sería incapaz de dejarla marchar, sin haber probado sus labios por lo menos dos veces más. Cuando Mackenzie jaló su rostro hacia ella, deslizando su lengua dentro de su boca con desesperación, decidió ignorar a la voz y sólo seguirla besando.
Sólo hasta haber escuchado la tercera alarma del teléfono, esa que le recordaba la salida del departamento para poder alcanzar a Amera en la entrada, notaron el tiempo. Mackenzie gruñó hacia el aparato, debía de controlar el instinto primario que la obligaba a lanzarlo hacia la esquina del cuarto, provocando así su destrucción inmediata. Leila giró su rostro hacia ella, repartiendo pequeños sobres en su rostro, la comisura de sus labios y descendiendo hacia su cuello.
—Ve al trabajo, yo puedo arrastrar a Ryan para llevarme a hacer compras.
El comentario, aunque Leila lo decía con la intención de tranquilizarla para irse a trabajar, llenó de una amarga felicidad a Mackenzie, incluso con Amera, disfrutaba ver a Ryan transformarse en una grúa humana para cargar bolsas y bolsas. Suponía que Leila, al ser la sumisa del antiguo amo de Ryan, sería más abusiva de lo que su novia podía ser. Amera nunca sobrepasaba el límite de paciencia del chico.
—Muy bien, volveré más tarde —Mackenzie besó su mejilla con una rápida inclinación.
No necesitaba bajar al estacionamiento, seguían en casa de Amera, se quedaron ahí luego del episodio de su amiga la noche anterior. Ahora sólo necesitaba alcanzar a su amiga en la puerta de entrada, ya subida en el coche y lista para marcharse al trabajo.
Mientras se subía al coche tuvo un pensamiento rápido al respecto, en Irlanda, cuando todavía asistían a la preparatoria, Amera era incapaz de poner en marcha un coche, ya fuera un hibrido como el que ella conducía o un manual como el convertible de Ryan, simplemente no parecía ser capaz de comprender el funcionamiento del coche. Fue pocos meses después de comenzar la universidad, luego de haber tenido una larga discusión con Ryan en el teléfono dónde él se disculpaba por no poder ir a visitarla, que Amera se obligó a sí misma a aprender a conducir. Porque, de acuerdo a sus palabras, si Ryan no podía viajar para pasar unos días con ella, entonces sería ella quién lo visitaría.
—¿Sucede algo, Mac? —preguntó la rubia, abrochándose el cinturón.
—Nada, algunas cosas que... no, no importa. Vamos, se hace tarde.
—¿Estás segura de eso? —la mano de Amera apretó su rodilla con suavidad.
—Totalmente, deja que yo encuentre mi propio ritmo para adaptarme a los cambios de mi vida.
Amera sonrió, esperó a que Mackenzie se abrochara su cinturón y encendió el motor.
En el piso de arriba Leila se asomó por la ventana, agitando la mano suavemente para despedirse de ambas chicas.
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La voz del Silencio
RomanceSu infancia estuvo resumida al silencio, mantener la cabeza baja y esconderse en un hoyo dónde nadie pudiera encontrarla. Ahora, como una mujer adulta, no tiene que rendirle cuentas a nadie. Dice lo que quiera. Hace lo quiere. Mira a todos como sere...