Capítulo treinta y dos

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Una mujer morena entra por la puerta. Es más o menos de estatura media y lleva el pelo recogido en un moño perfecto, va vestida elegante y desprende confianza en sí misma. En su bata lleva un pin con un cerebro dorado, mi instinto reacciona al instante, es la psicóloga.

—Buenos días, ¿Elizabeth Taylor Shepard—Sanz?

—Soy yo —me incorporo en la cama y me siento —. Eres la psicóloga, ¿verdad? —pregunto sin tapujos.

Avery comienza a levantarse —no por favor, quédate —le dice moviendo la mano hacia arriba y abajo—. Sí, soy psicóloga, pero no soy detective. Tú decides qué contarme y yo te ayudaré a comprenderte, desde fuera suele ser más sencillo ordenar las ideas.

Tiene una sonrisa que deslumbra, sus ojos desprenden lealtad y me invitan a ser yo. Aunque ahora mismo no me siento con las ganas de hablar de lo que ella quiere que hable.

—¿Está segura de que debo quedarme?

—Sí, creo que será interesante. Y por favor, ambos podéis llamarme Eloa —está parada frente a nosotros con un maletín en la mano de cuero marrón, lo deja sobre una silla, agarra otra y se sienta junto a mi cama.

Se queda mirándonos en silencio, me siento analizada.

—Bueno... ¿Algo que queráis preguntarme? ¿O contarme?

—¿Por qué debo quedarme? ¿No sería mejor que hablaseis solas?

—Por vuestra situación no, ella ha creado un vínculo contigo; eres su persona de confianza y siente que está protegida a tu lado. Quizá si no estás, no se sienta cómoda e intente ocultar cosas, pero no a mí. Puede que se mienta a sí misma y acabe aún más confundida de lo que empezó —nos comenta sin tapujos, es directa y precisa como una bala—. Quiero que estés en un entorno de comodidad —me mira.

—¿Entonces, para qué te necesito a ti? —pregunto, con el tono más borde que he usado en la vida.

Se ríe para sí misma —solo estoy para ayudarte a ordenar el caos de cabeza adolescente que llevas sobre los hombros. Solo tú sabes la verdad, pero yo te ayudaré a dar con ella.

—Ya he llegado, un ser repugnante me violó y me dio una paliza—. Con el corazón en un puño por la impotencia, prosigo —no olvidemos el hecho de que creo que fue una apuesta del estúpido verdad o reto y que ahora todos me han visto mientras abusaba de mí.

Suelto todo de carrerilla sin pensarlo mucho mientras espero a que me diga lo que sea que se le está pasando por la cabeza.

Cruza las piernas y pone la postura más erguida y confiada que he visto en la vida —esos son los hechos. La verdad a la que me refiero es tu interpretación, quiero que consigas explicar con palabras ese mejunje de emociones que no puedes controlar.

—¿Cómo pretendes que lo explique si ni lo siento correctamente?

—Pues si te soy sincera; con mucho tiempo, paciencia y esfuerzo por tu parte —agarra un pequeño diario y lo coloca sobre la cama—. He oído que te gusta escribir.

Dirige laa mirada hacia Avery, ¿en qué momento han hablado?

—Aquí eres libre para escribir lo que quieras, desde la historia de un perro verde hasta el guión de tu película favorita.

—¿No vamos a hablar de mi embarazo?

—Adelante, cuéntame.

La situación empieza a estresarme demasiado, ¿qué clase de psicóloga entra por la puerta y ni siquiera se interesa por la razón por la que estás ingresada? Está claro que solo está aquí porque mis padres no tienen intenciones de guardase la billetera, piensan que pueden arreglar a su pequeña.

Él [#1]  (COMPLETA)✓ (Pronombres Que Terminan En Mi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora