-¿Estás preparado? -le pregunto a Khalid mientras me termino de colocar el cinturón de seguridad en el vuelo de vuelta a casa.
Él aspira aire con fuerza por la nariz.
Coloco mi brazo sobre el apoyabrazos que hay entre nosotros dos, con la palma de la mano hacia arriba.
-Ten, toma mi mano -le ofrezco con una sonrisa que espero que sea reconfortante-. Quizás sea de ayuda. No va a pasar nada.
Khalid hace una mueca, probablemente recordando lo que pasó la última vez. El terror puro que le recorría, como si fuese un animal acorralado por su presa, el horrible olor a vómito, la sensación de quemazón en la garganta... Fueron demasiadas cosas. Yo, no recuerdo ninguna vez en la que no supiera qué eran los aviones. Viajo desde pequeña en ellos, y siempre los he visto como algo... normal. Pero entiendo que pueden ser maquinas muy imponentes para alguien tan mayor como Khalid. Creo que sería comparable a las personas que jamás en su vida han visto el mar, y que un día visitan una playa y se sienten abrumadas ante tal inmensa masa de agua que parece no tener fin.
Khalid entrelaza sus dedos con los míos y aprieta bien fuerte. Quiero decirle que debe estar tranquilo, confiar en mí porque... no voy a soltarle en ningún momento. Pero realmente nada está en mi poder. Los únicos que pueden decir en un vuelo «todo saldrá bien» «no pasará nada», son los pilotos. Y dudo que ellos vayan a salir a decirle eso a Khalid.
El despegue ocurre sin ningún altercado. La pastilla para el mareo debe de haber funcionado.
El segundo viaje en avión es mucho más relajado que el primero. Khalid logra dormir plácidamente por primera vez. Su cabeza está apoyada en mi hombro mientras duerme y, a pesar de que nuestras manos sudan, no la ha soltado ni un momento. Mi madre me dedica una sonrisa desde el otro lado del pasillo, puesto que a ella le ha tocado en uno de los laterales, junto a un hombre que se ha pasado gran parte del vuelo enfrascado en su portátil. No le digo nada, las luces del avión ya están apagadas para que la gente pueda descansar con tranquilidad.
Me coloco una gorra sobre la cabeza y cierro los ojos para intentar dormir.
Cuando llegamos a El Cairo es medio día, y tenemos todo el día por delante.
-¿Puedes buscar un taxi? -pregunta mi madre mientras toma ella mi lugar empujando el carro de las maletas.
Asiento en respuesta antes de alejarme de ellos dos y esquivar a las viajeros con maletas que ocupan la acera de forma masificada. En Egipto se regatea en casi todo lo que tiene que ver con la vida cotidiana, por lo que regatearle al taxista no es nada nuevo por aquí. El tipo del taxi se asomará por la ventanilla, me mirará de arriba a abajo y sonreirá, creerá que soy dinero fácil, que me tiene calada porque tengo el pelo rojo y la piel del color de un muerto. ¡Otra turista! Entonces yo imitaré su sonrisa, él no sabe que estoy apunto de hablar su idioma, con su acento y de demostrar algún que otro año de experiencia regateando, tengo razones para sonreír.
-Lo tengo -anuncio cuando estoy a pocos metros de mi madre y por encima del bullicio de la gente.
Ella empuja el carro de equipaje rápidamente y Khalid la sigue de cerca. El viaje en taxi es tan espeluznante como siempre, pero... hay que confiar en que el taxista sabe lo que hace.
-Estoy agotada -se queja mi madre mientras arrastra su maleta por el vestíbulo de nuestro edifico.
Me retiro la gorra y me paso el dorso de la mano por la frente para quitarme el sudor.
-Yo también -responde-. Y eso que he dormido bastante -añado.
Le dedico una mirada a Khalid, pero él parece estar incluso peor que yo, por lo que ni siquiera habla.
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LA HIJA DEL TIEMPO (ANTIGUO EGIPTO)
Teen Fiction4ª PARTE DE LA SAGA "LAS HIJAS DEL TIEMPO" Valentina Adams, de 19 años, viaja con su madre a una parte de Egipto para ayudarla en su expedición arqueológica. Val quiere seguir los pasos de su madre. Lo malo es que las tumbas suelen tener trampas y...