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Mi madre se ha despertado excesivamente temprano. Sé que ha dormido mal esta noche, lo he notado en la forma en la que daba vueltas en la cama constantemente. No es de extrañar que por eso se haya levantado con pelos de loca y unas ojeras del color de las lilas. 

Hemos desayunado las dos, en silencio, como hacemos siempre. Respetando ese momento, la una por la otra, para disfrutar de un buen café, a ella le gusta caliente y en taza, pero a mí me gusta el café con leche y con cubitos de hielo, bien frío en un vaso grande, con pajita. Siempre lo bebo de pie, con la espalda apoyada en la encimera, los pies descalzos y cruzado uno sobre el otro. Mamá prefiere estar sentada en la pequeña mesa de la cocina, mirando al frente, sin ver nada en realidad. 

-Me voy a preparar -anuncia mi madre mientras deja su taza dentro del fregadero y la llena con agua. 

Me giro hacia ella. 

-¿Adónde vas? -pregunto confundida, ni siquiera hemos comido algo todavía. 

-Voy a hacer una rápida compra, ¿vale? -asegura con tranquilidad-. Con todo lo que pasó ayer se me olvidó que no teníamos nada para desayunar. Además, mientras tanto voy a aprovechar para hacer unas llamadas. 

Suspiro y me hundo todavía más en la encimera. 

-¿Me vas a dejar sola con él? -la pincho, sabiendo que ella teme por mi segura, sabiendo que no conocemos al principito de Egipto lo suficiente como para confiar en él. 

Mi madre suelta un pequeño gruñido mientras me dispara una mirada, viéndose algo salvaje con todo el pelo rojo zanahoria alborotado sobre su cabeza, quizás como un zorro. 

-No intentes manipularme, Valentina -me advierte desde el umbral de la cocina-. Solo quieres ser adulta cuando te interesa, ¿verdad?

Me encojo de hombros mientras sonrío con inocencia hacia ella. 

-Volveré antes de que te des cuenta -asegura-. Además, si algo malo pasa, puedes llamarme o... avisar al vecino. 

Pongo los ojos en blanco. Nuestros vecinos, una familia egipcia compuesta por cuatro personas, y un perro, son con los que prácticamente me he criado en mi tiempo libre. Solía jugar con sus hijos, cuando éramos pequeños sobre todo. Después no fuimos al mismo colegio, sus padres son... más ricos que mi madre, por lo que fueron a uno incluso mejor que el mio. Tanto Tarek como Rania se han ido ya de casa, a alguna de esas universidades super caras del país, viviendo en otros apartamentos de lujo, quizás compartiéndolos con sus otros amigos y dando fiestas espectaculares. Sí, supongo que echo de menos jugar con ellos en el parque de la urbanización. 

Mi madre termina de arreglarse muy rápidamente, y abandona la casa con una rápida despedida desde la puerta principal. 

Limpio lo que hemos usado rápidamente, y no me doy cuenta, hasta que no termino de fregar, de que Khalid me observa desde el umbral de la cocina, apoyando el costado contra la pared y estudiándome con atención. 

-¿Qué haces ahí parado? -pregunto con nerviosismo, como si me hubiesen pillado haciendo algo malo y tratase de ocultarlo fingiendo normalidad. 

Se despega de la pared y se queda parado, entonces me doy cuenta de algo, y me llevo una mano a la boca para ocultar mi risa descarada. El camisón que le dejé ayer... quizás no fuese una buena idea. Una erección matutina se proyecta de forma descarada contra la tela. Estoy segura de que debería darme asco, pero es que únicamente me provoca risa. 

-¿Es que no tienes ropa interior? -pregunto entre ataque de risa y ataque de risa. Cuanto más lo miro, más me río. 

-¿Ropa interior? -pregunta mientras se acerca a mí, con eso amenazante entre las piernas-. ¿Qué es eso?

LA HIJA DEL TIEMPO (ANTIGUO EGIPTO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora