Mis abuelos viven actualmente en Callantsoog, en la costa neerlandesa, al norte de Ámsterdam. Rodeado de dunas de arena blanca cubiertas de hierbas verdes desperdigadas que bailan al son del viento y turistas nacionales que animan sus calles en verano, aunque no es el caso en estos momentos.
No puedo culpar a Khalid, que se acerca al cristal de su ventana, porque yo también lo hago. Hace años que no vengo de visita, y tengo muy pocos recuerdos de esos momento, todo se ha vuelto borroso con el paso de los años. Las nubes cubren el cielo mientras recorremos las calles del pueblo a poca velocidad, lo suficientemente baja para absorber la arquitectura; con sus oscuros tejados empinados y fachadas de colores tierra que casi se mezclan con el paisaje de pueblo costero.
-¿Y cómo se llama el gato? -pregunta mi abuela animadamente, girando su cabeza por el lateral del asiento del copiloto y sonriendo hacia el transportín-. ¿O es gata?
La pregunta me pilla por sorpresa. Khalid le dedica una sonriente mirada a mi abuela, totalmente ajeno a lo que esto va a suponer.
-Epke -respondo después de tragar saliva.
La sonrisa desaparece de la cara de mi abuela. Es mucho peor de lo que pensé que sería. Mi abuelo se aclara la garganta y me dirige una fugaz mirada reflejada en el retrovisor. Khalid me mira confundido, incluso él nota el cambio de atmósfera, la tensión se palpa en el aire. El interior del coche casi podría decirse que se vuelve claustrofóbico.
-Al menos sabemos que tienes buen gusto -señala mi abuelo desde el asiento del conductor tratando de quitarle hierro al asunto.
-Es el nombre de su padre, Ambroos -apunta mi abuela con severidad, la mirada fija en la carretera que se extiende al frente-. Y se lo ha puesto al gato.
Pestañeo varias veces.
-Técnicamente era su segundo nombre -les recuerdo, aunque eso tampoco es que juegue a mi favor.
Mi abuela niega en su asiento sin, todavía, mirar atrás.
-En fin -suspira mi abuelo-. No hagamos que la estancia de tu nieta y su amigo sea desagradable, Femke -sugiere mi abuelo con calma.
Se lo agradezco internamente antes de que nos desviemos a la izquierda, tan solo unos metros hasta aparcar en el camino de entrada y, lo que también es, el jardín delantero. Hay arbustos altos frente a la casa que proporcionan privacidad, algo no muy típico aquí, donde las casas están muy expuestas a las miradas de los curiosos, aunque rara vez alguien se interese por la vida del resto.
-¿Recuerdas algo de esto, Valentina? -pregunta mi abuelo ilusionado.
Y me muero de ganas de decirle que sí, de mencionar algo significante que haya vivido aquí pero no es así. Niego suavemente en respuesta, intentado no desanimarle.
-Bueno, puedes crear nuevos recuerdos mientras estés aquí -asegura mi abuelo con ánimo-. Hay muchas cosas que hacer.
Le dedico una sonrisa antes de que el motor del coche se apague. La casa de mis abuelos es de ladrillos de color tierra, con un subtono mostaza, me atrevería a decir. El tejado a dos aguas de color negro es similar al del resto de la calle, ideal para un clima lluvioso. Justo al otro lado de la acera se alinean un pequeño grupo de casas adosadas menos glamurosas, quizás, que la de mis abuelos.
Tomo el transportín de Epke y me traslado a la parte trasera del coche, donde mis abuelos y Khalid están descargando nuestras dos maletas.
Una vez está todo fuera del coche, acompañamos a mis abuelos hasta la puerta principal. Al entrar, el olor a madera me inunda.
-Descalzaos, por favor -instruye mi abuela con amabilidad.
No hace falta que traduzca la frase a Khalid, quien me imita rápidamente al ver cómo me deshago de mis zapatos y los empujo con el pie hacia la pared de la entrada.
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LA HIJA DEL TIEMPO (ANTIGUO EGIPTO)
Teen Fiction4ª PARTE DE LA SAGA "LAS HIJAS DEL TIEMPO" Valentina Adams, de 19 años, viaja con su madre a una parte de Egipto para ayudarla en su expedición arqueológica. Val quiere seguir los pasos de su madre. Lo malo es que las tumbas suelen tener trampas y...