Suspiro con fuerza mientras mi madre abre la puerta del apartamento. Hemos llegado más tarde de lo habitual por lo que el profesor de Khalid no debe de estar ya en casa. Eso me pondrá las cosas algo más fáciles. No me gustaría tener testigos de esta debacle universal a punto de acontecer.
Nos damos cuenta de que la televisión está encendida nada más entrar, encontrando a Khalid tumbado en el sofá, mirando hacia la pantalla. Absorto, más bien. Aunque no tarda en incorporarse y, nada más verme, su boca forma una o lo suficientemente grande como para mostrar sus casi perfectos dientes.
-Algo muy malo ha tenido que pasar -murmura mientras señala mi regazo, levantándose del sofá y caminando de forma pausada hacia mí. Inseguro quizás-. Algo muy muy malo ha tenido que pasar para que vengas a casa con eso.
Paso mi mano por encima de la bola peluda que descansa en mi regazo. Asiento sin poder decir nada. Al final, mi madre ha logrado convencerme de que lo mejor es que Khalid y yo nos alejemos, pero tan solo durante unos días, o eso dice ella.
-Las cosas han cambiado -señalo, sin poder forzar una sonrisa, porque, aunque traigo un regalo, es justo por la razón equivocada.
De hecho, es por la única razón por la que mi madre habría dejado entrar algo así en casa.
-Tú madre juró que nunca dejaría entrar un gato en esta casa -me recuerda, mientras le lanza una mirada a mi madre, que nos observa en silencio desde la esquina del salón-. Hasta le enumeré todas las razones por las que deberíamos tener uno.
Eso consigue sacarme una sonrisa muy a mi pesar. Khalid toma a la bola peluda y pelirroja. No es un gato joven y pesa lo suficiente como para calentarte el antebrazo rápidamente.
-Es como tú -señala Khalid sin apartar la mano del animal y esbozando una sonrisa.
Mi madre suelta una risita desde su sitio, llevándose una mano a la boca para ocultar su sonrisa. Incluso desde aquí, puedo ver la emoción en sus ojos. Sé que estaba profundamente en contra de permitir la entrada de un animal en nuestro apartamento pero... la ocasión requiere de la ayuda de un ser puro. Y a Khalid le vendría bien un compañero.
-Perdona Sarah -se disculpa mirando a mi madre, sin dejar de acariciar al gato-. Sé que también se parece a ti.
-¿Cómo lo vas a llamar? Es un chico -le pregunto a Khalid, acercándome más a él para poder acariciar al gato al mismo tiempo.
-Es un miw entonces... -murmura mientras desvía su mirada hacia abajo-. Es... diferente -comenta mientras lo acaricia ahora con gran detenimiento, pasando su mano incluso por encima de la mía.
Un escalofrío me recorre la espalda y aparto la mano del cuerpo del gato con disimulo.
-Lo sabemos -apunta mi madre, alejándose de su esquina y acercándose más a nosotros, uniéndose a la conversación pero sin tocar al gato-. Todos los seres humanos evolucionamos con el tiempo, los animales salvajes especialmente. Y los domésticos como los gatos y perros... Bueno, su evolución fue más forzosa de lo que me gustaría admitir. Pero eso es una conversación para otro día.
Asiento para decir que estoy de acuerdo con lo que dice mi madre.
-Deberías ponerle un nombre -sugiero con una sonrisa, una que Khalid no tarda en devolverme, levantando la mirada.
Pero la sonrisa no tarda en borrársele de la cara.
-Parece un gato adulto... -señala con algo de preocupación en su voz-. ¿No tenía un nombre ya antes? Creo que no deberíamos cambiarle el nombre, sería una falta de respeto.
Mi madre levanta las cejas con sorpresa, tal vez incluso admiración.
-Eso es un gran detalle, Khalid -admite ella mientras aprieta el hombro de él con afecto-. Pero el pobre no ha tenido nunca un nombre. Quizás sea momento de ponerle uno, ¿no crees? Se merece algo digno.
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LA HIJA DEL TIEMPO (ANTIGUO EGIPTO)
Ficção Adolescente4ª PARTE DE LA SAGA "LAS HIJAS DEL TIEMPO" Valentina Adams, de 19 años, viaja con su madre a una parte de Egipto para ayudarla en su expedición arqueológica. Val quiere seguir los pasos de su madre. Lo malo es que las tumbas suelen tener trampas y...