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-No pasa nada -le susurro a Khalid mientras me inclino más cerca de su asiento en el coche. 

Parece estar aterrado. Sus ojos azules parecen salirse de sus cuencas mientras se agarra al manillar de la puerta como si su vida dependiera de ello. A ver, es cierto que en Egipto las normas de conducción se las pasan un poco por el forro, y mi madre se une a la fiesta egipcia de "tonto el último" encantada de la vida, pero no conduce tan mal, solo es un poco brusca. Lo juro.

-Este artefacto vuestro no me gusta -asegura, dirigiendo su mirada hacia el espejo retrovisor, por el que puede visualizar a la perfección la expresión de concentración de mi madre. 

-Pues... tampoco es un invento nuevo -apunto con una sonrisa, tratando de suavizar el ambiente. 

-Muy bien, Valentina -rie mi madre con ironía-. Le dices eso a un chico que nació hace miles de años. 

Suspiro. 

-No va a pasarte nada -le prometo a Khalid mientras froto con cuidado el hombro que no tiene vendado-. Mi madre es una gran conductora. Además, si te relajas puede hasta que te parezca divertido. 

Khalid me dirige una mirada desconfiada, sus ojos se entrecierran y permanecen así durante unos segundos, antes de retirar la mano del tirador de la puerta y... levarlas hasta su cinturón para agarrar eso en su lugar. En fin, no hace daño a nadie. 

-Descarto por completo el plan de llevarlo al parque de atracciones Dream Park -le digo a mi madre en inglés, inclinándome un poco hacia ella. 

-No es un turista, Valentina -me recuerda mi madre con un tono que roza la tristeza-. Tiene que volver a su... siglo. 

-Sí pero, mientras tanto, podríamos mostrarle algunos lugares increíbles, ¿no? 

-Habría que vacunarlo antes de todo eso, ¿no crees? -señala mi madre mientras levanta una pelirroja ceja.

-No es un perro, mamá -puntuó con sarcasmo. 

-No, desde luego que si se enferma no será de una enfermedad canina -asegura ella con expresión seria-. Es lo mejor mientras esté aquí. 

Me encojo de hombros en respuesta. Espera a ver cuando vea la aguja cerca de su brazo. 

***

-¿Qué te parece? -le pregunto a Khalid cuando pasamos al interior de nuestro apartamento en Palm Hills Nuevo Cairo, a las afueras de El Cairo. 

-Interesante -responde mientras roza las paredes con las manos-. No tiene mucho color -apunta. 

Mi madre se rie desde su habitación.

-A mi me gusta -me excuso-. Es... elegante. 

-Es aburrido -opina él, señalando el sofá de color gris que ocupa gran parte de la sala de estar-. ¿Es ese otro artefacto? -pregunta mientras señala la televisión, sin acercarse a ella, tal vez cauteloso ante una nueva máquina capaz de hacer cualquier cosa. 

-¡Es increíble! -aseguro mientras tiro de él para acercarlo, aunque me cuesta debido a la resistencia que suponen sus pies inmóviles-. Tenemos Netflix, ¿sabes? A mi madre y a mí no nos gusta demasiado la televisión egipcia. 

Enciendo el televisor con el mando y Khalid se tapa la cara y la gira hacia el lado contrario nada más ver el primer flash de luz que sale del lugar. 

-No hace daño -aseguro con tranquilidad, procurando tener paciencia con él, precisamente la que me hubiese gustado que tuvieran conmigo en su siglo, y no haber tenido que fingir que conocía todo lo habido y por haber de aquel lugar. 

LA HIJA DEL TIEMPO (ANTIGUO EGIPTO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora