La incertidumbre me come por dentro mientras recorremos los largos pasillos del palacio. El calor me asfixia, las ropas se pegan a mi cuerpo, incluso en lugares muy desagradables. Tanto las sandalias de la sirvienta como las mias hacen ruido contra el suelo de piedras, mis pies a veces resbalan un poco contra la piel de las mismas.
-¿Está muy lejos? -pregunto, caminando a unos pasos por detrás de la sirvienta, a pesar de que mi posición es. técnicamente, más alta que la suya.
-Al otro lado del palacio -pregunta ella con la garganta seca, y me pregunto cuánto hace que no bebe, o si este aire le reseca la garganta tanto como a mí.
Me entretengo el resto del camino, hasta una parte que nunca he visto del palacio, observando todas y cada una de las pinturas que decoran paredes y techos. Ha habido días en los que me he sentido afortunada por estar aquí, y he llorado de felicidad ante ver convertida en realidad semejante belleza. Otras tantas veces he llorado por mi madre, sobre todo aquellas veces en las que pierdo la esperanza y creo que jamás podré volver a verla y contarle todo esto.
-Te está esperando -dice la sirvienta mientras señala una puerta doble frente a nosotras, en uno de los pasillos más sombríos y frescos en los que he estado.
-¿No vienes? -pregunto con reticencia a acercarme por mí misma a la puerta y abrirla con mis propias manos.
La sirvienta niega y me alienta con la mano a que me atreva a entrar.
-¿Debo llamar? -pregunto mientras agarro uno de los pomos.
-No -suspira la sirvienta, cansada de mis preguntas-. Te está esperando. Ya sabe que vienes.
E, incluso antes de que yo entre, ella desaparece por el pasillo, la cola de su traje flotando en el aire mientras desaparece por una esquina.
-¿Hola? -pregunto con cautela mientras abro la puerta lo suficiente para poder asomar la cabeza-. Me han dicho que me han llamado -explico.
Espero unos segundos por una respuesta, tratando de captar cualquier sonido, pero no hay suerte. Abro algo más la puerta y me adentro en el interior de una habitación. Se parece mucho a la de la Gran Esposa Real, aunque está mucho más desordenada. Hay grandes capas de tela tiradas por el suelo, formando montones sin control. El incienso es tan fuerte que hace que arrugue mi nariz, y que tema que mis ojos puedan comenzar a picar si permanezco mucho tiempo dentro. Los colores son vivos, de los difíciles de conseguir. Hay muchos rojos, azules y dorados. Dioses en las paredes, también escenas de matrimonio, familiares, y otro murales sobre naturaleza. Todos ellos sin profundidad alguna, sin dejarte saber qué está en primer plano y qué en segundo.
Camino alrededor, con sigilo, hasta que me detengo frente a la gran cama.
-¿Señora? -pregunto mientras toco su hombro con cuidado.
No sé lo que siento ante tal imagen, ante tal situación. Nunca antes he visto un cuerpo sin vida, pero los hombros de Hatshepsut no se mueve, nada en ella se mueve. Le doy la vuelta al cuerpo. Su cara redonda está ahora frente a mí. Sus ojos cerrados, la cara relajada, aunque la boca un poco abierta. Un segundo de cordura se apodera de mí. Recuerdo con fuerza que estoy tenía que pasar. Que ella ya estaba muerta de todas formas, que sé de qué ha muerto, que no debo sentirme culpable, sino que incluso debería sentirme aliviada de que su sufrimiento haya acabado.
Las puertas de la habitación se abren de par en par. Y la sirvienta entra junto con algunos guardias. En un impulso, aparto las manos rápidamente del cuerpo de la ex reina. Ya es demasiado tarde para mí.
Los guardias y la sirvienta hablan tan rápido que no entiendo lo que dicen.
-¡Esperad! -grito mientras me arrastran por el pasillo, tirando de mi largo pelo una de las veces en las que logro soltarme del fuerte agarre de los guardias-. ¡Ya estaba muerta cuando llegue! -sigo gritando, en pos de mi inocencia.
Nadie se digna a decir palabras. Ni siquiera me dirigen ante cualquier figura de autoridad para que me defienda. Simplemente me llevan a una de las habitaciones para animales, justo al lado de las cabras. Me tiran allí, entre la mezcla de barro y paja, y cierran la puerta con llave.
El vestido blanco está ahora cubierto de barro, el sabor a vómito sube por mi garganta, las lágrimas calientes de rabia inundan mi cara. Grito con todas mis fuerzas hacia la puerta de madera astillada con rejas, las cabras balan en respuesta.
***
Paso lo que parecen ser horas y horas dando vueltas dentro del pequeño cubículo. El barro acaba manchando por completo mis sandalias, hasta meterse entre los dedos de mis pies, y algo tan asqueroso como esto, me acaba recordando a mi madre, y a aquella vez en la que nos echamos barro por todo el cuerpo en una de las playas de Egipto.
-¿Val? -pregunta una voz conocida desde la puerta.
Me acerco a ella a toda prisa y sujeto los barrotes con tanta fuerza que parece que fueran lo único capaz de sostenerme a la tierra.
-¿Khalid? -pregunto mientras echo un vistazo fuera.
Una vela ilumina el exterior, apenas dejando ver ciertos rasgos de la cara que se encuentra al otro lado. Sus ojos parecen tan negros como su pelo, y por un momento, tengo miedo.
-¿Es cierto lo que cuentan? -pregunta levantando la vela y acercándola a los barrotes, para mirarme a los ojos.
Los abro bien para que los vea con claridad, para asegurar que no miento, y respondo:
-Yo no he matado a Hatshepsut -prometo. Y me mantengo firme, esperando que él se lo crea, sin poder decirle de qué ha muerto la reina, sin poder confesarle la enfermedad que padecía, dado que en este momento, la enfermedad es tan desconocida que es inexistente.
Él se mantiene callado, en su sitio, observándome con atención.
-¿Khalid? -pregunto en un susurro-. Yo no la he matado -vuelvo a repetir-. Estaba muerta en su cama cuando llegué.
-Van a celebrar un juicio mañana. Tutmosis será el juez. Pero antes vendrán a hacer preguntas -expone.
Niego con la cabeza.
-¿Solo me van a juzgar a mí? -pregunto con rabia-. La sirvienta no estaba, el guardia no estaba. Todos desaparecieron antes de que yo entrara en la habitación. ¿Lo entiendes?
-¿Estás acusándolos? -pregunta con escepticismo, y siento que lo estoy perdiendo.
-¡No! -exclamo rápidamente-. Solo estoy diciendo que no entiendo porqué solamente se me acusa a mí. Podría haber sido cualquiera, ¿verdad?
-Puedes decirle eso al juez -sugiere.
Gruño casi como un animal desde mi lado de la puerta, y piso el barro con fuerza.
-¿Crees que el Faraón me creerá? -pregunto. Él no responde-. Sabes que el Faraón y Hatshepsut no se llevaban bien -señalo.
-¿Y tú cómo sabes eso? -pregunta a la defensiva.
-Entiendo a la gente -respondo con rapidez para excusar mi metedura de pata. Khalid no sabe que conozco gran parte de la historia-. Sé cómo se miraban. Sé cómo él la trataba.
Khalid niega con la cabeza.
-¿Y ahora qué? -pregunta sin más.
Suspiro con fuerza, y se me calman los humos, mi cuerpo comienza a sentir el frío de la noche.
-¿Me crees? -pregunto esperanzada, pegando mi cara del todo a los barrotes.
-Supongo -murmura-. Pero, ¿cómo te sacamos de esta? -pregunta mientras lanza una mirada a su espalda, quizás mirando hacia el palacio.
-Puede... que logremos pensar en algo -sugiero con cautela, intentando no parecer demasiado entusiasmada ante la idea de salir corriendo de aquí.
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LA HIJA DEL TIEMPO (ANTIGUO EGIPTO)
Teen Fiction4ª PARTE DE LA SAGA "LAS HIJAS DEL TIEMPO" Valentina Adams, de 19 años, viaja con su madre a una parte de Egipto para ayudarla en su expedición arqueológica. Val quiere seguir los pasos de su madre. Lo malo es que las tumbas suelen tener trampas y...