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Desperté a medio día, dos horas antes de lo que había previsto la noche anterior al saber que trabajaría horas extra. No es que mi cuerpo haya tenido suficiente descanso, para nada; simplemente se debió a mi mala suerte de tener el sueño ligero y que justo este día alguien se mudara al apartamento de al lado.

Tapé mis ojos con el brazo, pretendiendo que mi cuerpo cansado retomara el sueño, pero fue imposible, mi mente ya estaba trabajando al cien. No puedo salir y quejarme tampoco, sería absurdo reclamar que interrumpió mi descanso y pedirle que hiciera lo que sea que estuviera haciendo a horas decentes. Sólo espero que no sea algo cotidiano; aunque, pensándolo bien, no es que pase la mayor parte del tiempo aquí.

Resignado, arrastré los pies hasta la cocina para tomar lo que quedara con pinta comestible, en realidad no tenía hambre. Abrí el refrigerador y me encontré con un envase de jugo casi vacío, en la alacena solo las tapas del pan de molde, ni siquiera me podía hacer un sándwich.

— Bueno, Gen, ¿qué esperabas si no habías pisado este lugar en diez días y no te molestas en ir de compras antes? —murmuré.

No me tomé la molestia de ensuciar un plato, me lo comí ahí mismo y llevé mi pesado cuerpo al sofá. Encendí la televisión y dejé el canal en el que estaba; en realidad no la iba a ver, su único propósito en esta casa es ser ruido de fondo. Tomé mi celular que se quedó cargando toda la noche en la mesa de centro y me dispuse a ver Facebook.

Nada interesante, como siempre.

Aun así, es sorprendente cómo puedes adormecer tu cerebro al ver tanto contenido basura y dejar tu cabeza vacía. Cuando menos lo pensé, la cálida luz naranja-rojiza del atardecer se filtró por la ventana, llevaba acostado bastante tiempo y apenas me percaté del dolor de espalda por estar en la misma posición. Mi estómago dolió, y al palparlo solo sentí la dureza de mis costillas, la delgadez de mi cuerpo.

¡No soy pobre! Asagiri Gen es un nombre que por sí sólo vende bastante bien, de serlo no estaría en este enorme apartamento en la mejor zona de Tokyo. Si quisiera, podría ordenar ahora mismo la comida suficiente para un año, no sólo para mí, para muchas más personas. Pero he ahí el problema: no quiero, me da pereza. No obstante, para evitar ser regañado otra vez por mi mánager tendré que hacerlo.

Busqué la ropa más normal posible de entre todos mis trajes extravagante, me puse una gorra y una mascarilla; lo que menos quiero es un tumulto a mi alrededor pidiéndome un autógrafo mientras decido cual es el refresco de cola que debería llevar. Salí de casa y al pasar frente a la puerta de al lado recordé la mudanza de hace unas horas, nuevamente parecía que ese lugar estaba vacío.

Llegué al súper más cercano y me encontré con una bella canasta llena de frutas bastante costosa, pero por supuesto que podía permitírmelo. Aunque no era para mí sino para el vecino, la fama no me ha quitado las buenas costumbres como lo es dar un regalo de bienvenida y fomentar una sana relación. Además de eso, no hay mucho más que relatar, sólo vine por lo necesario para un par de días.

De regreso, me detuve frente a la puerta color ébano y toqué el timbre esperando respuesta. Una vez, dos... y nada. Suspiré, ahora tendría que comerme todo eso si no quiero que se eche a perder en casa; bien pudiera buscarlo más tarde o al día siguiente, pero quiero evitar salir cuando no sea absolutamente necesario.

Me preparé un sándwich y tomé una soda para comer en el balcón. Ese lugar era mi favorito dentro del apartamento, siendo este por lo que decidí mudarme aquí, pues tiene la particularidad de tener dos muros a los lados lo suficientemente altos para darme total privacidad respecto a la casa vecina. Me senté a observar los pequeños autos debajo y las luces titilante de los edificios en el horizonte, tan cerca y lejano del ruido.

— La luna está hermosa... —dije en voz alta para mí mismo—. Tal parece que es luna llena.

— En realidad será pasado mañana, por lo que el término correcto sería gibosa creciente.

Me sobresalté más de lo que esperaba, soltando un pequeño gritito ¿había alguien en mi apartamento? No, la voz vino de al lado. Era el vecino, entonces.

— Disculpa si te asusté, creí que te diste cuenta de que estaba en el balcón y por ello me hablabas a mí.

La voz pertenecía a un hombre joven ¿quizás en sus veintes? Y a juzgar por su formalismo y las palabras que usó es alguien bastante culto, probablemente un estudiante universitario o un profesor.

— Ah... no hay problema, en realidad hablaba para mí mismo —respondí, modulando mi voz sonando bastante sereno—. ¿Entonces estabas en casa? Hace un momento toqué el timbre para presentarme y darte la bienvenida.

— Efectivamente, lo estaba. Me disculpo por no abrir, pero me pareció bastante sospechoso ver a través de la mirilla a un hombre vestido de negro, con mascarilla y gorra.

Me sonrojé. ¡Claro que no lo haría! No recordaba que estaba vestido así, y como dejé la canasta en el piso para poder tocar el timbre no pudo intuir para qué llamaba su puerta.

— Tienes razón, yo tampoco hubiera abierto jajaja... ¿Puedo ir ahora? Quisiera entregarte algo.

— ¿A mí? Claro, dame solo 7 minutos y medio y te recibo.

Wow, que exactitud con el tiempo. Quería deshacerme de esa canasta lo antes posible, y ciertamente me intrigaba saber cómo era el rostro del chico formal. Cambié mi ropa con el fin de inspirarle algo más de confianza después de ese primer-no-encuentro, tomé el regalo y me dirigí a su puerta, intuyendo que ya habían pasado los minutos que pidió, quizás un poco más. Toqué el timbre y cuando abrió, sentí como mi estómago se estrujaba.

— ¿Senku...?

Hierba Mora/SenGenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora