—Creo que el chico ciego quiere ser mi amigo.
Tuvimos una breve llamada en uno de mis recesos.
—¿Eso es bueno o malo?
—No lo sé.
—Bueno, pero ¿cómo sabes que quiere ser tu amigo?
—Casualmente estamos cursando la misma carrera y hoy se me acercó para hablarme cuando estábamos en la residencia. Vinimos juntos a la universidad. Tessa se lleva bien con su amigo, creo que me dijo que se llamaba Rufus o algo así. Es un golden.
—Bueno, eso suena bien. ¿Qué hay de malo en que quiera ser tu amigo, Sam?
Lo escuché chistar.
—Es que... Se me hace bastante tediosa la obviedad de que quiera ser mi amigo porque los dos somos ciegos. No se acercó a ninguno de los otros chicos, solo a mí. No me gusta la idea de que nuestro único tema de conversación es que nos compramos bastones nuevos o que conseguimos un nuevo libro en braille para leer. Se me hace... patético, no sé.
No pude evitar soltar una risa.
—Tal vez no sea el único tema de conversación que tiene. Que se te haya acercado porque tienen algo en común es algo que pasa de forma natural con todo el mundo, no solo por una discapacidad. Quienes gustan del fútbol se juntan para hablar de fútbol, quienes van a academias de baile o estudian fotografía se juntan para hablar de eso. Esto es lo mismo.
—Hablar de fútbol, de baile o de fotografía suena más divertido que hablar de lo ciegos que somos.
Esta vez él fue el que acabó estallando en una carcajada. Probablemente su comentario sonó mucho más serio en su cabeza.
—Tú eres un experto en elocuencia, Sam. Busca un tema de conversación que no gire en torno a eso, dirige la charla para donde tú quieras. Puedes hablarle, por ejemplo, de lo genial y sexy que es tu novio.
—¿Estás intentando marcar territorio desde la distancia?
—Tal vez, más o menos.
Escuché una nueva risotada de su parte.
—Tengo que dejarte, Eli. Creo que ya empezó mi clase.
—Está bien. Hablamos luego.
Mis celos nunca pasaron de ser bromas tontas que hacía para sacarle una sonrisa a Samuel. Mi carácter no me permitía demostrar mucho mis sentimientos negativos, porque prefería guardarlos dentro de mí y tratar de resolver el asunto por mi cuenta. Aunque sí sabía ser cariñoso y atento con él. Ciertamente, el único sentimiento negativo con el que lidiaba muy a menudo era con la inseguridad. Pero sabía que eso no tenía nada que ver con Samuel, sino conmigo mismo. Era algo en lo que trabajaba todos los días para sentirme mejor. Era feliz, tenía una familia encantadora, amigos que me querían y un novio fenomenal, pero supongo que el ser humano nunca termina de estar conforme con nada de lo que tiene. Siempre hay un punto débil, algo que nos hace vulnerables y más humanos. Entré a clases con esa reflexión rondándome en la cabeza. Lo único que me quedaba por hacer era buscar la manera de remediar eso que, de alguna manera, me hacía infeliz. Samuel me inspiraba cada día con su personalidad. Nunca vi que su ceguera lo limitara o fuera un motivo de queja. Él solo vivía, e intentaba acoplarse a esta sociedad creada para personas perfectas. Él se había hecho un hueco en el mundo, y a todo lugar al que iba, siempre dejaba su huella. Ese era Samuel, el chico que se había robado por completo mi corazón.
Esa tarde, después de clases, decidí salir a trotar otra vez. Luego hice algunos abdominales, y acabé mi rutina haciendo pesas. Mis momentos reflexivos siempre me acababan sirviendo de motivación. Creo que había encontrado la manera de darle vuelta a la negatividad para ponerla a mi favor, y me sentía orgulloso de mí mismo por eso.
Antes de irme a dormir, intercambié un par de notas de voz con Samuel. Nuestra relación no había cambiado nada en estos tres años. Él todavía conseguía sacarme sonrojos cada vez que soltaba alguno de sus comentarios directos y poco oportunos, y yo solo me dejaba llevar por su personalidad fresca y su encanto innato.
Reproduje un par de veces más su audio cuando se desconectó, solo para volver a escuchar su voz dulce contra mi oído. En mis momentos a solas, me gustaba dar rienda suelta a mis sentimientos, aunque frente a él me hiciera el chico rudo, en el fondo sabía que no podía ocultar por mucho tiempo que estaba perdidamente enamorado. Con tan solo una sonrisa o un par de palabras bonitas, Samuel conseguía destruir mi fachada y dejarme en evidencia.
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La subjetividad de la belleza
Roman pour AdolescentsElías es tímido y solitario. Samuel es espontáneo, risueño y brutalmente honesto. Por azares del destino, estos dos chicos de quince años cruzan sus caminos cuando Samuel se convierte en el vecino de Elías. Juntos descubrirán la magia de la amistad...