Capítulo 10

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El ejercicio de esa mañana me ayudó a darle rienda suelta a mis emociones

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El ejercicio de esa mañana me ayudó a darle rienda suelta a mis emociones. Apenas pude dormir la noche anterior, después de lo que pasó con Samuel. Me gustaba llamarlo un "casi" encuentro íntimo, aunque para mí fue mucho más que eso. Por primera vez en tres años de relación sentí que por fin estaba comenzando a soltarme, y todo fue gracias a que Samuel supo guiarme de forma asertiva. Me mordí la cara interna de las mejillas, intentando contener la emoción. A pesar de que yo era consciente de que estábamos tomándonos las cosas con calma, el encuentro de ayer fue como si me hubiesen dado un caramelo y luego me lo quitaran. No estaba completamente seguro si hubiese sido capaz de seguir adelante, así que solo dejé que nos detuviéramos antes de acabar el agradable momento con otra negativa. Aún así, me sentía feliz. Samuel me permitió ver su desnudez de una forma sutil e inocente, usando una excusa tan casual que prácticamente fue imposible de rechazar.

Cuando regresé a casa, Samuel ya se había levantado. Estaba desayunando mientras conversaba con mis padres.

—Samuel nos estaba contando lo que hicieron ayer.

Me quedé parado en la puerta de mi casa, apretando la botella medio vacía sin darme cuenta. Samuel solo sonreía mientras mordisqueaba una tostada con mermelada.

—¿Qué...?

—Yo ya le dije —continuó mi madre —, menos mal que no se perdió ni nada de eso. Con el frío que está haciendo imagínate si se enferma. Menos mal que tú pudiste ir a buscarlo, Eli.

Solté todo el aire de los pulmones de un tirón. Claro, ¿cómo se me iba a ocurrir que Samuel le contaría a mis padres lo que sucedió anoche? Yo sabía que era un descarado cuando quería, pero no lo creía capaz de llegar a tanto.

Me senté a su lado en la mesa y le toqué el hombro con suavidad. Él me respondió con una sonrisa pícara

—Me hubiese encantado ver tu cara —susurró.

—Cállate, ¿quieres?

Él volvió a sonreír.

Nos quedamos conversando un rato más con mis padres y luego fuimos a visitar a los señores Colman. Nuestros fines de semana nunca terminaban siendo enteramente nuestros, ya que teníamos que repartir el tiempo para pasarlo con nuestras familias. A ninguno de los nos resultaba tedioso hacerlo, el problema era que el tiempo se nos iba volando, y cuando por fin podíamos estar a solas, prácticamente era para cenar y dormir.

—Eli, ¿tienes algún plan a futuro?

Me tumbé sobre su cama, con las manos en la nuca.

—No he pensado mucho en el futuro, la verdad. Todavía tengo cinco años de carrera por delante, y luego de eso supongo que me tocará buscar un trabajo decente.

—¿Y sobre nosotros...?

Me incorporé, apoyándome sobre mis codos.

—¿A qué te refieres?

—Bueno, es que estaba pensando... Ambos tenemos varios años de carrera, y ahora mismo yo estoy en una residencia en otra ciudad y tú estás aquí. ¿Qué tal si nuestra relación se desgasta con el tiempo?

—Wow, ¿Samuel Colman está teniendo un ataque de inseguridad? —pregunté en tono de broma—. ¿De verdad eres tú? Se supone que esa parte me toca a mí.

Él soltó una carcajada.

—Yo también puedo tenerlos. Tienes que tomarte un respiro de vez en cuando.

Me acerqué a él para abrazarlo. Él apoyó su cabeza en mi hombro y se acurrucó contra mí.

—La distancia no significa nada para mí, Sam. Nosotros vamos mucho más allá de eso, ¿verdad? Ambos somos conscientes de que será duro, pero estaremos bien.

—A veces siento que fui un poco impulsivo y egoísta al irme así como así.

—No lo fuiste. Estás cumpliendo tu sueño y eso es genial. Nunca acordamos que nuestra relación nos impediría hacer lo que nos gusta. Esto es como... una prueba de fuego, ¿sabes? y vamos a superarla porque nos amamos un montón y porque estamos adentro, siempre lo estuvimos.

—Nunca has dejado de decir esa frase, y cada vez que te escucho decirla siento que volvimos a tener quince años. A veces me da la sensación que nunca crecimos.

—¿Y eso es bueno o malo?

Él se encogió de hombros.

—Era divertido tener quince y ser adolescente. Pero a veces uno necesita tener la madurez suficiente para afrontar ciertas cosas. A veces siento que no soy nada maduro —admitió.

—Eres mucho más maduro que yo en muchos sentidos. Siempre eres el que me pone los pies sobre la tierra cuando quiero hacer locuras. Me aconsejas y cuidas de mí incluso estando lejos. Creo que no podría pedir a alguien mejor a mi lado.

Como respuesta, Samuel extendió sus brazos para rodear mi cintura. Me dio un abrazo apretado, luego besó mi mejilla, y yo me puse colorado hasta las orejas.

—Eres el mejor amigovio del mundo, Eli.

Solté una risa nerviosa.

—¿Lo soy? Creo que todavía soy un novato.

—Has aprendido mucho en estos tres años. Creo que ya estás en un nivel bastante alto.

Ambos nos reímos.

Samuel demostraba sus inseguridades en muy pocas ocasiones. Lo hacía cuando realmente necesitaba soltar la carga que llevaba adentro. En ese momento supe que la distancia también era difícil para él; más de lo que solía mostrarme. Me pareció irónico que ambos tuviéramos la misma inseguridad, pero los dos estábamos trabajando duro para mantener nuestra relación a flote, y eso no nos significaba un problema, porque ambos teníamos muy claros nuestros sentimientos: nos amábamos, y la distancia no podría cambiar eso.

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La subjetividad de la bellezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora