Capítulo 12

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Toda nuestra clase estaba hablando del cumpleaños de Johana

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Toda nuestra clase estaba hablando del cumpleaños de Johana. Era bien sabido por todos que sus padres tenían muchísimo dinero y que sus fiestas eran la bomba. Y además, era una de las chicas más lindas del colegio. Aparte de ser muy sexy, tenía una personalidad encantadora. Ella era muy difícil de opacar; brillaba por su frescura y su forma de ser, no le hacía falta nada más.

Lo malo del asunto era que Johana era íntima amiga de los chicos que se metieron con Samuel. Los cuales antes se llevaban bien conmigo, pero luego de la discusión también terminaron declarándome la guerra a mí también. Teníamos dos opciones: o me invitaban solo a mí para demostrar cuán malotes eran al dejar a Samuel de lado, o no nos invitaban a ninguno de los dos. Yo prefería la segunda opción.

—Eli, Sam —en medio de mi divague, escuché la dulce voz de Johana pronunciando nuestros nombres —. Les dejo las invitaciones para mi cumpleaños. ¡Los espero!

Tragué saliva mientras tomaba las dos invitaciones con las manos temblorosas.

—Gracias, pero Samuel tuvo problemas con los chicos y...

Ella hizo un gesto con la mano, interrumpiendo mi excusa.

—Yo ya hablé con ellos. Samuel es parte de nuestra clase, es nuestro compañero y punto. Sé que los chicos se comportaron como unos verdaderos idiotas, pero sabes que no son así siempre. —Se acercó a Samuel, posando la mano en su hombro. Samuel ladeó el rostro y pude notar sus mejillas coloradas y una sonrisa pícara en su rostro—. Sam, en nombre de todos mis amigos te pido una disculpa, y quiero que sepas que eres más que bienvenido a mi casa. ¡Nos vamos a divertir un montón!

Cuando se alejó de nosotros, Samuel estiró la mano para jalar mi brazo.

—¿Quién es ella?

—Es la chica más sexy de todo el colegio. Es maravillosa —comenté, embobado.

—Huele delicioso —agregó Samuel—, ¡y nos invitó a su fiesta! ¿Vamos a ir?

—No sé si sea conveniente. Johana es encantadora con todo el mundo, es así desde que la conozco, pero los demás... Bueno, ya viste que son bastante estúpidos.

—Pero ella dijo que todo estaba bien. Vamos, nunca fui a una fiesta, me encantaría ir por primera vez contigo. Si se ponen pesados nos regresamos.

Dejé escapar un suspiro. Como todo adolescente, me gustaba ir a fiestas, y también me gustaba la idea de acompañar a Samuel en su primer aventura de adolescente. Mi temor más grande era que algún comentario estúpido arruinara su experiencia. No me quedaba duda de que Samuel era un chico fuerte, pero también tenía sentimientos, y no me gustaba pensar que alguien podría llegar a herirlo y quitarle la ilusión.

Presionó mi brazo con suavidad, buscando una respuesta.

—Está bien, vamos. Y si alguno se pasa de listo, simplemente le damos unas buenas pataditas en el culo para que aprendan a no meterse con nosotros.

Lo vi esbozar una amplia sonrisa, y fue lo más hermoso de la mañana. Incluso más hermoso que el cabello rubio de Johana.

Durante el resto de la tarde nos la pasamos hablando sobre la fiesta.Todavía no le habíamos mencionado nada a nuestros padres, simplemente asumimos que nos dejarían ir, aunque eso sale mal el noventa por ciento de las veces, nosotros estábamos demasiado exaltados como para pensar en cualquier otra cosa.

—¿Me vas a ayudar a vestirme? No quiero ir descombinado justo esa noche.

—Bueno, no sé cómo haces, pero nunca te he visto descombinado. Pero sí, te ayudo.

—Intento comprar mi ropa del mismo color. Mi madre me ayuda y por lo que veo tiene buen gusto.

—Tengo otra de mis preguntas. —Me senté en su cama con las piernas cruzadas—. ¿Sueles oler a la gente a menudo?

Samuel dejó salir una sonora carcajada.

—Bueno, es mi forma de identificar a la gente. Cada persona tiene un olor característico. Por ejemplo: mi mamá huele a rosas, mi padre huele a café.

—¿A qué huele Johana?

—A gloria —contestó, y ambos nos reímos.

—¿Y yo?

—Tú... tú hueles a mermelada de durazno, y a desodorante.

—Wow, ya estás listo para convertirte en sabueso —bromeé.

—Oye, ¿me ayudas a convencer a mis padres para ir? Seguramente les va a dar el ataque de padres sobreprotectores y no van a querer que vaya, pero si les digo que voy contigo, y tú estás ahí, no van a poder decirme que no.

—¿Me estás diciendo que quieres manipular a tus padres y usarme como cebo para que te dejen ir? Eso es retorcido, pero me encanta. Acepto.

—¡Sí! Eres genial, Eli, el mejor amigo del mundo.

Y así fue como terminé delante del señor y la señora Colman mientras Samuel les explicaba lo de la fiesta. Naturalmente, al principio se espantaron, la señora Colman dio un NO rotundo, alegando que era peligroso para Samuel. Y ahí fue cuando yo intervine con mis habilidades mágicas para explicarles que Samuel estaría todo el tiempo conmigo, que iríamos y regresaríamos juntos y que además, la casa de Johana no quedaba muy lejos.

—Yo los llevo y yo los traigo —dijo ella con absoluta firmeza—. Quiero que me den la dirección, el teléfono de la casa, la hora a la que empieza y termina la fiesta.

—No tenemos el número de teléfono de su casa, mamá, solo somos compañeros de clase.

—Igual, yo puedo darles mi número de celular para que me llamen cuando quieran —volví a intervenir—. Samuel y yo vamos a estar juntos todo el tiempo. Samuel tiene la tarjeta de invitación, ahí dice la dirección y la hora de inicio y fin de la fiesta.

Aquello pareció conformar un poco más a la señora Colman. Ella miró a su esposo, que le dijo algo en voz baja. Los padres siempre eran un poco más permisivos que las madres, y esta no era la excepción.

Al final, luego de sudar como testigos falsos en una sentencia, obtuvimos el permiso de la más dura. Solo esperaba que mi madre no me lo pusiera muy difícil.

 Solo esperaba que mi madre no me lo pusiera muy difícil

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La subjetividad de la bellezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora