"Quisiera poder decírtelo", fue lo primero que pensé en cuanto desperté junto a Samuel. "Quisiera tener el permiso de hacerlo, y que no existiera ni un solo secreto más entre nosotros".
Me sentía frustrado. De verdad que lo estaba. Nunca me gustó mentir, y mucho menos por obligación, y a la persona a la cual le había entregado todo mi corazón y más. Intentar consolarme pensando que era para protegerlo ya no estaba funcionando, y eso realmente apestaba, porque ahora solo sentía que le estaba mintiendo, y ya no tenía excusas en las que refugiarme.
Me levanté de la cama, fui hasta el baño con mi ropa, y me di una larga y tendida ducha. Luego me vestí. No tenía ánimos para correr ese día.
Las malditas vacaciones que esperé con tantas ansias se estaban arruinando gracias a mi consciencia, que no paraba de machacarme.
—Te escabulliste temprano hoy.
Samuel ya se había despertado cuando regresé a la habitación. Ya se había encargado de hacer la cama.
—Sí, ya no tenía más sueño y no quería levantarte temprano a ti también. ¿Quieres que vayamos a desayunar a algún lado? Te invito.
Esbozó una sonrisa amplia que durante un momento me hizo olvidar todas mis angustias.
—Déjame darme un baño y acepto tu invitación.
Lo esperé en mi cuarto mientras se duchaba. Aproveché para cepillar a Tessa y regalarle algunos merecidos mimos. A ella también la echaba mucho de menos.
Cuando Samuel regresó, le sequé el cabello, nos pusimos el abrigo y nos marchamos.
Escogí la cafetería a la que solía ir con mis amigos, porque el ambiente siempre me resultó acogedor, y además servían unos chocolates con crema riquísimos. Pedimos un par de esos para Samuel y para mí, y unas donas glaseadas para comer. Estuvimos allí como dos horas, conversando; Samuel me contaba sus anécdotas en la universidad, sus charlas con Boris, y lo que solía hacer cuando tenía algo de tiempo libre y su amigo no lo requería para ahogar sus penas. Yo solo lo escuchaba, pero en ocasiones, mi cabeza volvía a irse de viaje y me costaba un montón mantenerme allí. Realmente detestaba no poder disfrutar totalmente del momento.
Decidimos marcharnos casi cerca del mediodía. Una tormenta amenazaba con desatarse en breve, pero no quisimos que eso nos detuviera, así que estuvimos caminando durante un rato, y cuando el frío nos congeló las manos y las mejillas, nos metimos en el centro comercial.
—El otro día Boris me invitó a ir al centro comercial de allá —comentó entre risas—. Se enojó conmigo porque le dije que no tendría mucho sentido que fuéramos nosotros dos solos. Quiero decir, ¿qué harían dos ciegos en un centro comercial? la idea es poder disfrutar de los escaparates. Me dijo que llevaría a Jonny, y al final fuimos los tres. Boris estuvo llevándolo en su silla todo el rato, y mientras tanto, Jonny nos iba contando lo que veía.
—Voy a fingir un ataque de celos en este momento.
Samuel se carcajeó.
—No describe las cosas tan bien como tú, aunque se esforzó un montón por hacerlo de la manera más clara posible. Nos tomamos un capuccino en una cafetería y luego regresamos. Creo que fue productivo para él.
—¿Solo para él?
—Sí, porque pudo pasar algo de tiempo con Jonny antes de que sus padres se lo llevaran. Por cierto, hoy me escribió, me dijo que lo llamó, y al parecer está bien, pero por lo visto no va a regresar a la residencia.
—Me parece lógico. Más allá de que los asistentes estén capacitados, ese chico necesita a alguien que esté atento a él. Tal vez ese alguien quiera ser Boris, pero él tiene que estudiar también y... bueno, es bastante complicado. Pero creo que podría ir a visitarlo a su casa,
—Oh, ¡esa es una idea genial, Eli! —exclamó—, voy a decírselo cuando volvamos a hablar.
Se nos fue el tiempo paseando por el centro comercial. Charlar con Samuel al final me sirvió para olvidarme durante un largo rato de todo lo que tenía en la cabeza. Al menos pude distenderme y disfrutar de nuestra cita hasta que llegó el momento de regresar.
Cuando llegamos a su casa, las luces del comedor estaban apagadas. Samuel giró la llave dentro de la cerradura y lo primero que escuchamos al entrar, fueron los gritos de sus padres desde el segundo piso. La señora Colman estaba llorando.
—Voy a decirles...
Samuel me sostuvo del brazo para detenerme, e hizo un gesto negativo con la cabeza.
Yo sabía que escuchar aquella conversación no traería nada bueno, porque sabía exactamente el motivo de la pelea, y si ellos no sabían que estábamos allí, probablemente dirían cosas que Samuel no tenía que escuchar.
—¡Esto ya es insostenible! —gritaba la señora Colman entre llantos—. ¿Tú crees que yo no sufro? ¿Que esconderle todo esto a Samuel no me está matando por dentro? ¡Tú piensas solamente en ti!
—¡¿Cómo puedes decir algo como eso, Elízabeth?! Ni siquiera duermo por las noches pensando en la deuda que tenemos con los padres de Elías. ¿Tú crees que es sencillo para mí ver cómo mi casa y mi matrimonio se desmorona por culpa de esto? ¡No seas egoísta! Yo no puedo más, no puedo soportarlo más...
—Entonces divorciémonos de una maldita vez, Gerardo.
Al escuchar aquello, Samuel dio un respingo. Se llevó ambas manos a la boca y su rostro se puso pálido de repente. Yo no sabía ni qué decir.
—Mejor vámonos, Sam...
Lo guié hasta la puerta y cuando estuvimos afuera, escuché su voz quebrada:
—Eli, ¿tú sabías algo de todo esto? Ellos dijeron que tienen una deuda con tus padres. Lo sabías, ¿cierto?
Temí tanto escuchar aquella pregunta en algún momento, que cuando Samuel me la hizo me quedé completamente en blanco. El corazón me martillaba en el pecho y retumbaba en mis oídos. No había manera de decirle la verdad sin que sonara a que lo estuve engañando durante todo este tiempo.
—Sam, deberíamos hablar de esto en mi casa, un poco más calmados. Está a punto de llover y hace mucho frío afuera, ¿por qué no vamos...?
Intenté tomar su brazo pero él se apartó de mí con brusquedad.
—Eso es un sí. Te pregunté el otro día si sabías algo, y tú me dijiste que no, que todo estaba bien. Me mentiste en la cara, Elías. Todos lo hicieron.
—No fue así, permíteme explicarte lo que pasó...
—Vete. No quiero escuchar ninguna explicación. Solo quiero... —se permitió un momento para tomar aire antes de continuar—. Quiero que me dejes en paz, y que te vayas.
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La subjetividad de la belleza
Ficțiune adolescențiElías es tímido y solitario. Samuel es espontáneo, risueño y brutalmente honesto. Por azares del destino, estos dos chicos de quince años cruzan sus caminos cuando Samuel se convierte en el vecino de Elías. Juntos descubrirán la magia de la amistad...