Capítulo 5

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Por primera vez en un buen tiempo, había comenzado a llover

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Por primera vez en un buen tiempo, había comenzado a llover. El aire fresco y el olor a tierra mojada inundaron mi habitación. Era todo lo que necesitaba para que mi día fuera bueno. 
Llevaba una semana sin ver a Samuel. No había vuelto a salir al patio, tampoco lo vi en el jardín delantero. Mi madre seguía yendo a visitar a la señora Colman casi a diario, ellas dos se habían hecho muy buenas amigas. 
Seguía estando molesto por lo que pasó. Aunque ahora, con la cabeza fría, quizás exageré un poco al irme así como así, pero ya estaba hecho y ni muerto pensaba regresar. Ya me había dejado clarísimo que no quería seguir relacionándose conmigo. 
El timbre sonó y de inmediato escuché a mi madre dirigirse hacia la puerta. No presté demasiada atención hasta que escuché su voz. En ese momento sentí el corazón en la garganta.

—¡Samuel! ¡estás empapado, mi vida, ¿viniste solo? ¿Pasó algo? 

—Vengo a visitar a Elías, no sabía que estaba lloviendo tan fuerte. Sí, he venido solo. 

—Pasa, voy a traerte una toalla. ¡Elías! 

Bajé las escaleras de dos zancadas cuando escuché mi nombre. 
Samuel estaba allí, empapado de pies a cabeza, con el bastón en una mano y la carpeta en la otra. Su pelo oscuro se había pegado a su rostro y las puntas rebeldes goteaban sobre sus hombros. 

—¿Te volviste loco? —le pregunté, acercándome a él. 

—No, ¿por qué? 

—¿Y todavía preguntas por qué? ¡está lloviendo a cántaros! Estás empapado, y encima viniste caminando solo hasta aquí. ¿Y si te perdías o te pasaba algo? 

—No me pasó nada. Me tropecé con algo cuando entré, creo que le pasé por encima a las plantas de tu mamá, pero no se lo digas. 

Miré por la ventana sobre su hombro y noté sus pisadas justo en el cantero de mamá. No pude evitar soltar una sonora carcajada que no pude detener incluso al notar la expresión de pena en su rostro. 

—¿En tu casa saben que viniste o te escapaste? 

—¿No decirle a mi madre cuenta como "escaparme"? 

Mi madre apareció con una toalla y lo cubrió con ella. Le secó el pelo, los hombros y la espalda. 

—Samuel, eres más que bienvenido en casa, pero no deberías salir con este tiempo. 

—Mamá, voy a prestarle ropa seca, avísale a la señora Colman que está en casa antes de que vaya a su cuarto y le de un infarto. 

—¡¿Te escapaste?! 

Le hice un gesto y mi madre se llevó ambas manos a la boca. 
Samuel estiró la mano para tomar mi brazo y cuando sentí sus dedos delgados y fríos sobre mi piel me ericé. 

—Hay escaleras más adelante, levanta los pies. 

Subimos hasta mi habitación y una vez allí, le presté una camiseta y un pantalón deportivo para que se cambie. 

—Vine para seguir enseñándote a leer en braille —dijo de repente, con la toalla en su cabeza. 

—¿Te escapaste de tu casa con semejante tormenta solo para enseñarme braille?

—No volviste a ir, y no tengo tu número de teléfono. ¿Te enojaste por lo que te dije el otro día? 

Me pasé la mano por la cara, un tanto exasperado. ¿Cómo se atrevía a preguntar una cosa así?

—Me dijiste que no querías relacionarte más conmigo porque según tú, eres aburrido. ¿Qué se supone que tenía que hacer? Prácticamente me echaste de tu casa.  

—No quise decir eso —se excusó. 

—¿Y qué se supone que quisiste decir entonces? 

Lo vi hacer una mueca antes de contestar. Parecía estar escogiendo cuidadosamente cada palabra.  

—Desde que era un niño la gente siempre se burló de mí por ser ciego. Nadie quería jugar conmigo ni acercarse; ya sabes, la típica historia del chico segregado de la sociedad por su discapacidad. En la secundaria no fue muy diferente. La gente cree que por ser ciego no me doy cuenta de lo que pasa a mi alrededor. Escuchaba sus risas y sus comentarios estúpidos a mis espaldas, y los sentía cuando estaban cerca de mí haciéndome cosas. Digamos que me acostumbré a que la gente se divierta conmigo y se me acerque por lástima, y cuando alguien quiere acercarse a mí con buenas intenciones yo... me pongo a la defensiva.  

Suspiré, tensando la mandíbula. Definitivamente le patearía el culo a quien se atreviera a hacerle eso en mi presencia. 

—Bueno, tendría que ofenderme más por juzgar a todo el mundo porque te cruzaste con un montón de estúpidos sin cerebro. 

Samuel se encogió de hombros. Casi pude ver que hacía un puchero. Por un momento tuve la sensación de que estaba hablando con un niño. Ese niño al que le habían hecho daño incontables veces, ese niño roto que todavía tenía miedo de que siguieran jugando con él. 
Me senté a su lado en la cama, con las palabras atoradas en la garganta. Quería decirle muchas cosas a la vez. 

—Mira, tal vez yo no sea la mejor persona del mundo —comencé, rascándome la nuca —, no sé si soy buen amigo o siquiera si soy buena persona, pero lo intento todos los días. Solo puedo asegurarte que no voy a aburrirme de ti, que no siento lástima porque te considero una persona muy inteligente,  y que si fui a visitarte es porque de verdad me interesa que seamos amigos. Yo soy un poco... tosco y solitario, me cuesta mucho hacer amigos porque a mí también me han fallado antes y no quiero volver a pasarlo mal por gente a la que ni siquiera le importo, pero creo que esta vez puede ser diferente para ambos. 

Lo vi asentir mientras escuchaba atentamente lo que le estaba diciendo.

—Entonces... ¿quiere decir que ya no estás enojado conmigo? 

No pude evitar reírme. 

—No, ya no estoy enojado contigo. Además, si me enojara con la única persona que conozco que puede enseñarme un código secreto, estaría siendo un tonto. 

De nuevo sonrió. 

—Gracias —dijo muy bajito, tanto que apenas pude escucharlo—. Traje mi carpeta, pero creo que se mojó. 

Tomé la carpeta que descansaba sobre mi cama, y al abrirla, algunos papeles se habían empapado. 

—Creo que vamos a tener que dejar secar todo esto antes de seguir con las clases. 

 Estiró la mano para tocar las hojas, y al comprobar que se habían mojado, chasqueó la lengua. 

Al final, el resto de esa tarde nos quedamos conversando. Al caer la noche, cuando la lluvia cesó, lo acompañé hasta su casa. La señora Colman estaba muy feliz de que Samuel estuviera haciendo un nuevo amigo, tanto, que olvidó completamente que su hijo se había escapado en medio de la lluvia. Y mi mamá, bueno, ella todavía no había visto las pisadas en su cantero, pero supongo que, dadas las circunstancias, lo dejaría pasar. 

 

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La subjetividad de la bellezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora