Ver las maletas de Samuel en el suelo de su habitación se me hizo irreal. Estuve esperando durante tanto tiempo que regresara definitivamente que ahora ni siquiera sabía cómo sentirme al respecto. Que estaba feliz lo estaba, pero también había algo más, un poquito de desilusión porque sabía que los planes no salieron como esperábamos.
Me senté en la cama y comencé a sacar su ropa de la maleta. Estaba tan meticulosamente doblada que ni siquiera nos llevó demasiado tiempo acomodarla en el armario.
—Pronto es tu cumpleaños —comenté.
Samuel esbozó una amplia sonrisa, de pronto me dio la sensación de que se le había iluminado el rostro. Le encantaba su cumpleaños. En realidad le encantaba que le regalaran cosas en su cumpleaños. Y comer muchas porquerías dulces.
Llevaba un tiempo pensando en hacerle algo, y Johana me dio la idea de hacer una fiesta sorpresa. Me pareció algo genial, porque a Samuel le gustaban un montón las sorpresas. Así que lo planeamos entre todos. Mi mamá le haría el pastel, la señora Colman se encargaría del resto de las chucherías dulces y los papás se encargarían de hacer hamburguesas a la parrilla, para quienes disfrutábamos más de lo salado. Incluso aproveché el tiempo en el que Sam estuvo en la residencia para hacerle un cartel de feliz cumpleaños gigante, escrito en braille. El último detalle que me faltaba concretar, era conseguir el número de Boris para invitarlo.
—¿Qué quieres que te regale? —pregunté, estirando la mano para tocarle la mejilla.
—Quiero un libro nuevo. Ya leí todos los que tengo.
—Está bien, veré que puedo conseguir.
—Y también quiero otra cosa —dijo él, atrapando mi mano—. Quiero un beso.
—¿Un beso? pero te doy besos todos los días.
—Sí, pero ese beso será especial, porque será un beso de cumpleaños.
—Está bien, ¿pero no puedo darte un adelanto?
Él me sonrió. Y por primera vez en un tiempo vi aquel brillo infantil y mágico iluminando su sonrisa de nuevo.
Se acercó a mí y apoyó la palma abierta en mi pecho. Yo lo abracé por la cintura para acercarlo a mi cuerpo, y lo besé. Lo besé mucho, y él también me besó, y me acarició el rostro, y me regaló todos los mimos que pudo. Samuel era un regalón, y yo, desde luego, no ponía objeción alguna, porque me encantaba todo lo que tuviera que ver con tener contacto físico con él.
—Me alegra mucho estar de vuelta —dijo.
—Me alegra que estés de vuelta —repetí—. Me alegra tanto que me asusta.
Él soltó una risita pícara.
—Ya no me volveré a ir, lo prometo.
—Haré que rompas esa promesa si se te presenta otra buena oportunidad. No quiero que te pierdas de hacer lo que quieres solo por mí.
—Tú eres todo lo que quiero, Eli. Así que no voy a romper mi promesa.
—Está bien —dije, inflando las mejillas —. Aceptaré eso.
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La subjetividad de la belleza
Novela JuvenilElías es tímido y solitario. Samuel es espontáneo, risueño y brutalmente honesto. Por azares del destino, estos dos chicos de quince años cruzan sus caminos cuando Samuel se convierte en el vecino de Elías. Juntos descubrirán la magia de la amistad...