Capítulo 22

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Samuel me llamó por teléfono pidiéndome que fuera cuanto antes a su casa

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Samuel me llamó por teléfono pidiéndome que fuera cuanto antes a su casa. Sonaba muy entusiasmado. Cuando llegué a verlo, supe inmediatamente el motivo de su felicidad: sus padres le habían regalado el perro.

Era un pastor alemán.

—Es precioso —comenté, mientras le regalaba una caricia entre las orejas.

—Es niña.

—¿Cómo se llama?

—No lo sé, solo había pensado en nombres para machos, no soy bueno para los nombres femeninos. ¿De qué tiene cara?

Me reí.

—No lo sé. Parece muy simpática y amigable.

—¿Me ayudas a pensar en uno mientras la saco a pasear?

—Claro, aunque te advierto que yo tampoco soy muy bueno para los nombres.

Salimos de la casa y cuando estiró la mano para buscar mi brazo, me sorprendí. Poco a poco las cosas volvían a ser como antes.

—¿Sabías que los perros lazarillos se eligen de acuerdo al tipo de persona al que vayan a asistir? Estuvimos un montón de tiempo yendo a visitarla para ver si éramos compatibles. Se fijan en tu edad, en tu peso, en tu rutina diaria y hasta en tu velocidad al caminar. No sabía que existían tantos protocolos.

—Es entendible. Por lo que tengo entendido, el animal te sirve de apoyo, ellos tienen que acoplarse a tu estilo de vida para poder asistirte de forma correcta o algo así. Creo que tu nueva amiga lo hace bastante bien, y además, es muy bonita.

—Me dijeron que es un pastor alemán. Suena muy rudo —comentó con una sonrisa.

—Si te guías solo por el nombre de su raza, sí, pero en realidad son perros muy nobles. Ella tiene una cara realmente adorable.

Dimos la vuelta manzana y regresamos a la casa de Samuel. Él mismo se encargó de darle de comer a su nueva amiga, luego subimos con ella a la habitación, donde ya tenía preparada su propia cama. Samuel buscó su teléfono y los auriculares en la mesilla de noche, luego se sentó en el suelo, con la espalda apoyada en el borde de la cama. Yo hice lo mismo.

—Tengo un nuevo libro para mostrarte. Es una historia de fantasía, la voz de la narradora es genial.

Extendió un auricular y yo lo tomé. En medio de aquel momento de intimidad que tuvimos en su habitación, se me vino a la cabeza la idea de que yo nunca le pregunté a Samuel cuáles eran sus sentimientos. Sé que fui yo el que dijo que no quería volver a tocar el tema, y él se lo tomó muy —demasiado—literal. Eso estaba bien para mí, que él respetara mi decisión estaba bien, pero yo quería, no, necesitaba saber qué sintió cuando nos besamos, y después también.

Obviamente me costó un montón buscar la manera de tocar el tema. No tenía idea de cómo preguntárselo sin que sonara demasiado desesperado o tonto. Casi todo lo que yo decía sonaba tonto. y más cuando pretendía que sonara de otra manera.

—Sam, ¿puedo preguntarte una cosa?

Él asintió, quitándose el auricular.

—Tú que... El día que tú y yo... Quiero decir, la otra vez que pasó lo que tú... Ya sabes, ¿cómo te sentiste?

—¿Estás intentando preguntarme si me gustó que nos besáramos?

—Síp, sí, eso.

Me sentía tan estúpido que hasta tuve intenciones de meterme debajo de la cama. En ocasiones, su nivel de madurez me resultaba aplastante.

—Sí, me gustó. Besas bien, ¿por qué?, ¿no dijiste que no querías volver a hablar de eso?

—Sí, bueno, pero me quedó esa duda y quería... Solo quería saber.

Nos quedamos en silencio durante un rato.

—¿Y a ti te gustó?

Su voz me sobresaltó.

—¿A mí? —pregunté con la voz temblorosa —Sí, yo qué sé. Estuvo... Estuvo bien. Es la primera vez que beso a un chico y pensé que se iba a sentir... No sé, diferente.

—Tú tenías la barba crecida y me raspaste las mejillas —comentó con una sonrisa pícara—. Al día siguiente mi madre me preguntó si tenía alergia, le dije que era el árbol de plátano.

Sentí la sangre agolpándose en mis mejillas. Me llevé una mano al rostro y solté un suspiro. Estaba comenzando a ponerme demasiado nervioso otra vez. Definitivamente tenía que comenzar a trabajar en mi autocontrol.

—Lo siento —contesté en un hilo de voz.

—¿Sabes? —continuó él —. Hubiera querido que tú me dieras mi primer beso en vez de Nathaly.

Aquella declaración hizo que el corazón casi se me saliera del pecho. La personalidad de Samuel era tan fresca y espontánea que nunca sabía cómo tomarme lo que me decía. Tenía claro que él no tenía filtros a la hora de decir lo que pensaba, pero no terminaba de entender la intención de aquel comentario.

—¿Por qué? —me atreví a preguntar. Noté mi voz temblorosa, esperaba que Samuel lo pasara por alto.

—Porque eres tú, y eres especial para mí.

—Pero no basta con ser especial, Sam, se supone que debe haber un sentimiento... Ya sabes, romántico de por medio. Yo soy especial para ti porque somos amigos.

Él solo sonrió. Pero esta vez, su sonrisa se quedó a mitad de camino antes de llegar a ser tan brillante como siempre. Fue una sonrisa extraña. Una sonrisa con sabor a decepción.

—Sigamos escuchando el libro. Quería enseñarte una parte pero ahora lo dejamos correr y nos adelantamos mucho.

Se colocó el auricular y comenzó a retroceder el audiolibro. Yo me quedé boquiabierto, completamente sorprendido con su repentina actitud. Él sabía cómo dar un tema por terminado, y yo había aprendido a leer sus expresiones y a darme cuenta cuando no se sentía a gusto con algo, o cuando estaba triste, enojado o decepcionado. En ese momento, parecía una mezcla de las tres cosas.

Esa noche regresé a casa con una mala sensación. Sentía que Samuel tenía mucho para decirme pero por alguna razón prefirió dar el tema por terminado. Y yo seguía sin saber cómo enfrentarlo y preguntarle directamente cómo se sentía al respecto. Me sentía patético. 

 

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La subjetividad de la bellezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora