Capítulo 10

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—Traje el libro para que sigas practicando.

Se me había hecho una costumbre pasar las tardes con Samuel. A veces nos la pasábamos hablando durante horas, intentando tener nuestras "charlas de adolescentes" que siempre acababan fallando en algún punto, porque ambos éramos bastante novatos en muchas cuestiones. En otras ocasiones, yo leía algún libro en braille y él escuchaba música, o algún audiolibro que yo le descargaba. Esa era nuestra manera de divertirnos, no necesitábamos más que eso y algo de comida chatarra para acompañar el momento.

—¡Genial! ¿En qué página me quedé?

—Fíjate, está marcada. Es cuando Rüdiger se lleva a Anton al cementerio.

—Ya te sabes este libro de memoria, ¿verdad?

—Lo he leído un montón de veces.

Abrí el libro en la página marcada y mientras mis dedos me iban contando la historia, se me vino una pregunta a la cabeza.

—Sam, ¿Cómo es vivir siendo ciego?

Él pestañeó, quitándose el único auricular que tenía puesto.

—¿A qué viene esa pregunta?

—Es que me parece realmente fascinante la capacidad que tienen. Quiero decir, yo no podría hacer literalmente nada si fuera ciego —me rei—, pero tú lees, escuchas música, escribes. Eres como cualquier otro chico.

—Bueno, convengamos que tengo un poco de ayuda. Dentro de esta sociedad hecha para "gente normal", hay algunas cositas que están ajustadas para quienes tenemos alguna discapacidad. Está el sistema de braille, que es lo que me ayudó a escribir y a leer, mi computadora con el teclado especial y mi teléfono, que por fortuna a alguien se le ocurrió acordarse de los no videntes y tiene un asistente instalado que me dice la hora, el tiempo y esas cosas.

—Ya, sin dudas eso es una gran ayuda para ti, pero mi pregunta va más allá... Me refiero también a tu estado emocional.

—Bueno, la verdad es que yo crecí con esta condición y me acostumbré a ella. Cuando tienes algo desde siempre tú piensas que es normal hasta que alguien te dice que en realidad te falta algo. Eso fue lo que me pasó a mí. Un día simplemente caí en cuenta de que era ciego pero para mí no significó algo terrible, porque ya me había acostumbrado a vivir así. Creo que duele más lo que te hace sentir la gente. Que te aparten del resto y te traten como un bicho raro. Es la sociedad la que no te permite ser normal, la que te hace sentir que eres diferente, no tu condición.

—En eso tienes razón. La gente apesta.

—Lo bueno es que gracias a ese filtro natural que adquieres para alejar de ti a la gente tonta, es que acabas encontrando amigos geniales, como tú.

Sentí la sangre agolpándose en mis mejillas luego de aquel comentario. Yo nunca supe recibir cumplidos y también era terrible para darlos. Y cuando venían de Samuel, que para mí se había convertido en alguien especial, todo lo que me generaba un cumplido se potenciaba el triple.

Sentí sus dedos huesudos trepando por mi cuello hasta mi mejilla, y me sobresalté.

—Lo siento, quería saber si seguías ahí. Eres demasiado silencioso y ni siquiera mi oído supersónico puede detectarte.

Solté una risa nerviosa solo para disimular mi falta de palabras.

Me había acostumbrado a su tacto repentino, no me resultaba invasivo, pero en ocasiones me tomaba por sorpresa.

Se colocó nuevamente el auricular y volvió a hablar:

—Puedes hacerme todas las preguntas que quieras, Eli. Sé que tienes curiosidad y no me molesta ni me incomoda responderlas para ti.

Y nuevamente me había sorprendido su capacidad de leerme. Sí, yo siempre fui un chico muy curioso, y por eso solía autocensurarme para no resultar pesado. Sin embargo, aquella carta libre me dio pie para soltarme un poco más con Samuel y de paso, aprovechar para conocerlo mejor.

—Bueno... ¿Qué es lo que ves realmente?, ¿por qué tienes una repisa llena de piedras? ¿Qué es lo que todavía nos has llegado a conocer?

—Wow, esas son muchas preguntas. Déjame ir respondiéndolas de a poco. La primer pregunta te la respondo con otra pregunta: ¿Qué ves tú con los pies? Nada, porque no tienes ojos allí. Eso es lo que veo yo. Nada, absolutamente nada. No veo en negro como la mayoría de la gente cree, simplemente no veo nada.

—Eso es algo difícil de procesar, ¿qué es nada?

Se acercó hasta quedar sentado frente a mí y colocó su mano sobre uno de mis ojos.

—¿Qué es lo que ves?

—Nada...

—¿Ves el color negro o alguna otra cosa?

—No... Es... en realidad es difícil de explicar, simplemente no veo absolutamente nada.

—Ya te respondiste. Exactamente así es como veo yo—dijo, apartando la mano de mi rostro—. Lo de las piedras es porque me gustaron mucho sus texturas, y es una forma de recordar los momentos. Casi todas las recogí en viajes que hice con mis padres. Son como souvenires.

—¿Y qué hay de la última pregunta?

Samuel pensó durante unos momentos.

—Creo que me faltan muchas cosas por conocer. Incluso para los profesionales es difícil traducir todo lo que hay en el mundo para nosotros. A nivel sentimental, creo que todavía no he conocido el amor verdadero. O sea, amo a mis padres y eso, tú me entiendes.

—¡Ya sé lo que voy a enseñarte a cambio! —dije de forma repentina.

Lo que me había dicho mi padre todavía seguía resonando en mi cabeza, y desde entonces solía preguntarme qué podía enseñarle a Samuel. Gracias a esa conversación, finalmente se me ocurrió cómo podría contribuir para que él conociera mejor el mundo. Le prestaría mis ojos para que él pudiera ver a través de mí.

 Le prestaría mis ojos para que él pudiera ver a través de mí

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La subjetividad de la bellezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora