Llevaba dos semanas trabajando con mi padre y a pesar de que apenas estaba incursionando en todo el asunto de la atención al público, descubrí que era algo que realmente me gustaba. Desde luego, era una ventaja que la mayoría de los clientes conocieran a mi familia. Era lo que tenía vivir en un pueblo pequeño; todo el mundo se conocía.
El trabajo me ayudó a que despedirme de Samuel no fuera tan tedioso. Al menos podía mantener la mente ocupada en algo en vez de estar tirado en la cama hasta que me tocara irme a la universidad. A esto me refería cuando dije que quería invertir bien mi tiempo libre; en vez de deprimirme, ayudaba a mis padres y ganaba algo de dinero.
Mi padre me pidió que me quedara a cargo de la tienda mientras él iba a comprar algo para almorzar, así que aproveché ese momento a solas para enviarle una nota de voz a Samuel.
—La próxima vez que vengas voy a traerte a la tienda de mis papás. Estoy seguro de que te va a encantar el olor a madera barnizada. Me recuerda al olor de la biblioteca. ¿Alguna vez entraste a una?
Dejé el teléfono sobre el mostrador y miré la pantalla hasta que Samuel respondió.
—He ido un par de veces porque me gusta el silencio y la paz que hay en el ambiente. En mi anterior secundaria iba para escuchar los audiolibros sin ningún tipo de contaminación sonora de fondo. Era genial.
—Podríamos venir a escuchar algún audiolibro aquí. Este lugar siempre me resultó muy acogedor. Últimamente vengo a estudiar aquí de vez en cuando.
Conversé con Samuel hasta que mi padre regresó con dos menús. Nunca me gustó demasiado la comida comprada, quizás porque siempre estuve acostumbrado a las delicias que preparaban mis papás, pero papá había dado con una tienda que preparaba unas tartas caseras de infarto. Almorzamos juntos, luego tomé mis cosas y me marché.
Las clases de ese día me resultaron bastante pesadas. Me sentía cansado, quería regresar a casa, cenar algo delicioso y tumbarme en la cama con las frazadas hasta las orejas, y chatear con Samuel hasta que el sueño acabara conmigo.
—Olvidé contarte algo que sucedió la otra vez —regresaba a casa en el bus y mientras tanto, escuchaba los audios que me había enviado Samuel en la tarde—. Escuché a mis padres discutir la otra noche. No entendí muy bien de qué se trató porque apenas levantaron la voz. Probablemente no querían que yo escuchara porque se fueron a hablar a la cocina.
Su voz sonaba un tanto cabizbaja.
—¿No les preguntaste si sucedió algo malo?
—No quise tocar el tema porque sabía que si lo hacía, el viaje hasta la residencia iba a ser muy tenso. Además no demostraron estar molestos el uno con el otro. Creo que saben fingir bastante bien.
Me bajé en mi parada y caminé el par de cuadras hasta mi casa. Dejé la mochila en el sofá después de saludar a mis padres y le contesté.
—Tal vez sea solo una discusión de pareja. Nada grave. Hoy en la mañana vi a tu mamá porque pasó por casa a visitar a la mía, y estaba tan animada como siempre. Solo me dijo que te echaba de menos, lo normal.
Mi madre se acercó y me ofreció un plato con comida. Pude notar en su rostro un dejo de preocupación en cuanto supo de lo que estábamos hablando.
—Mamá, ¿la señora Colman te comentó algo de una discusión con el papá de Samuel?
Ella hizo un gesto negativo con la cabeza y se marchó rápidamente hacia la cocina.
Mi madre era una pésima mentirosa, solía apretar los labios y arrugar el entrecejo cuando estaba mintiendo acerca de algo, como si estuviese haciendo fuerza para que la verdad no se escapara de su boca. Dejé el plato sobre la mesa ratona y la seguí.
—Mamá...
—No puedo decírtelo y no me insistas —dijo ella, apoyándose en el borde de la mesada—. Elizabeth me lo contó pero me pidió encarecidamente que no te mencionara nada, y no puedo faltar a mi palabra porque somos amigas.
—¿Pero sucedió algo grave? —pregunté preocupado.
—No me sigas preguntando, Eli. No es nada de vida o muerte, pero yo... no te lo puedo decir, ya está.
Sus respuestas me dejaron mucho más preocupado que antes. No tenía intención alguna de seguir presionando a mi madre para que me dijera de qué se trataba, pero sí que me había puesto en alerta su reacción tan exaltada. Además de conocer a sus padres mejor que nadie, Samuel también tenía un sexto sentido para intuir cuando las cosas no estaban del todo bien. Obviamente no pensaba mencionarle nada de lo que hablé con mi madre, primero porque ni siquiera sabía lo que realmente estaba pasando, y además no tenía sentido que lo preocupara a él también cuando estaba tan lejos de su casa.
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La subjetividad de la belleza
Novela JuvenilElías es tímido y solitario. Samuel es espontáneo, risueño y brutalmente honesto. Por azares del destino, estos dos chicos de quince años cruzan sus caminos cuando Samuel se convierte en el vecino de Elías. Juntos descubrirán la magia de la amistad...