Capítulo 12

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Desperté sobresaltado con el estallido de un trueno

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Desperté sobresaltado con el estallido de un trueno.

Tuvimos dos días demasiado cálidos, y todos sabíamos que no era normal que hiciera tanto calor cuando casi estábamos entrando en invierno, así que esta tormenta estaba más que anunciada.

Bajé las escaleras, aún con el pijama puesto, y me detuve a mitad de camino cuando escuché a mi madre hablar. No estaba sola, pude reconocer de inmediato la voz de la señora Colman. Ella estaba llorando.

—Estamos haciendo todo lo posible para seguir adelante, pero todo esto es tan difícil para nosotros... No sería capaz de decirle a Samuel.

—Nosotros ya te dijimos, Elizabeth, podemos ayudarlos hasta que puedan salir de esto. Ustedes prácticamente son parte de nuestra familia.

—Yo no podría aceptar una cosa así, es que sería demasiado para ustedes.

Bajé un escalón, y otro, y caminé en puntillas hasta estar lo suficientemente cerca de ambas, pero sin que pudiesen verme.

—Por lo menos permítenos ayudarte estos meses, hasta que Gerardo encuentre otro empleo. Las cosas están difíciles y nosotros lo sabemos.

—Yo no puedo hacerle esto a Samuel. No tengo cara para plantarme frente a él y decirle que ya no tenemos dinero ni siquiera para costear una residencia más barata. Gerardo puso en venta el auto y algunas otras cosas que teníamos en el garage, pero él se va a dar cuenta que algo anda mal en cuanto se entere de que ya no tenemos el auto. ¿Qué le vamos a decir...?

Me pasé la mano por la cara cuando terminé de comprender la situación. Por un momento sentí la angustia de la señora Colman, y también tuve unas inmensas ganas de llorar. También me había enojado con mi madre por no haberme dicho lo que estaba pasando, pero entendí sus motivos.

Regresé sobre mis pasos en silencio y me metí a bañar. Ni siquiera sabía cómo enfrentaría a Samuel cuando me llamara. Esperaba que no lo hiciera hasta que se me pasara un poco la angustia.

Cuando volví a bajar, la señora Colman se había marchado. Mi madre estaba en la cocina, preparando el almuerzo.

—Les hice unas viandas a ti y a tu padre. Cuando te vayas no te olvides de llevártelas. Me dijo que no te gusta mucho la comida comprada.

La butaca de cuerina se quejó cuando yo me senté. Apoyé los codos sobre la mesada, mirando a mi madre. Ella permanecía de espaldas a mí.

—Te escuché hablar con la señora Colman durante la mañana. ¿Por qué no me lo contaron?

Ella permaneció de espaldas durante unos momentos antes de enfrentarme.

—¿Por qué escuchas conversaciones ajenas?

—No lo hice a propósito. Ustedes estaban ahí y yo solo bajé. Además, yo estoy haciendo las preguntas ahora, mamá. ¿Qué es lo que está pasando?

Ella suspiró. Apagó el fuego de la cocina, luego se sentó frente a mí.

Me contó todo lo que sucedió con lujo de detalles. El señor Colman ejercía como contador en un estudio jurídico. Trabajó allí desde que obtuvo su título, y su sueldo junto con el de la señora Colman, que era diseñadora de interiores, fue lo que los mantuvo a flote y les permitió costearse una vida medianamente cómoda. Incluso pudieron traer la computadora de Samuel del exterior y otras cosas necesarias para que su discapacidad no fuera tan limitante para él.

—Pero parece ser que uno de los dueños de la firma se metió en un problema muy gordo, y de alguna manera se las arregló para quitarle su parte al socio. Declaró el negocio en quiebra y dejó a todos sus empleados en la calle, sin derecho a recibir ni un solo centavo de indemnización. Ellos llevan sosteniendo sus gastos con los ahorros de toda su vida, pero la residencia donde está Samuel, por todos los cuidados que tiene, es carísima, y de todas maneras, ahora mismo ni siquiera podrían costear una más económica. Apenas están saliendo adelante con lo poco que les queda, pero ya tienen un par de cuentas atrasadas. Están a punto de perderlo todo.

Hice un gesto negativo. La situación era incluso peor de lo que esperaba.

—¿Podemos ayudarlos de alguna manera?

—Es lo que estoy tratando de hacer, pero Elízabeth no quiere aceptar ni un solo centavo. Incluso pensaron pedir un préstamo al banco, pero el sueldo de ella no da para cubrirlo todo. Además es una solución a muy corto plazo.

—Podrías darles a ellos lo que me tocaría cobrar a mí —dije de inmediato—. Yo no necesito el dinero, ya tengo todo mi material de estudio y si me hace falta algo puedo arreglármelas para conseguirlo.

—Eso es muy noble de tu parte, Eli. Pero incluso así... no podrían costear la residencia de Samuel.

—¿Y qué podemos hacer entonces?

—Como Elízabeth no quiere aceptar el dinero como un regalo, le propuse hacerle un préstamo, a pagar cuando ellos se recuperen. Al menos se libran de los intereses del banco y no tienen que preocuparse por pagarlo mes a mes. Me dijo que lo va a consultar con Gerardo y esta misma noche me daba una respuesta. Escúchame, Eli. Elízabeth no quiso que te lo contara porque no quiere que Samuel sepa nada de esto. Así que deposito toda mi confianza en ti, y te pido que por favor no se lo digas. Vamos a ayudarlos a salir de este aprieto en lo posible sin que Sami se entere.

—No pensaba decirle nada, pero él los escuchó discutir.

—Sí. Obviamente esta situación hizo que los dos se vinieran abajo. Llevan meses en el limbo y hace dos semanas le dieron la noticia de que se había quedado sin trabajo. Gerardo se enfermó de estrés y sufre pesadillas y ataques de pánico. Y sí, discuten muchísimo... Elízabeth me comentó que incluso pensaron en el divorcio.

—Santo cielo... ¿Y cómo planean ocultarle todo este caos a Samuel? Si venden su auto, si se divorcian... él sabrá que pasa algo. Ya lo sospecha.

—No especulemos, Eli. Esperemos a ver si aceptan nuestra ayuda, y de ahí veremos cómo sigue todo.

Pasé el resto de la tarde pensando en la charla con mi madre, en los señores Colman y en Samuel. Al principio quería saber el secreto, pero ahora sentía que apenas podía con él. Los señores Colman siempre se mostraban de buen humor, bondadosos y dispuestos a ayudar a los demás, ni siquiera podía imaginar que llevaban tanto tiempo lidiando con esto sin que nadie se diera cuenta. Era doloroso y muy frustrante que una familia prendiera de un hilo por culpa de la avaricia de otros.

Esa noche, luego de mis clases, decidí caminar hasta mi casa para despejar un poco la cabeza y tomar aire. No le había enviado mensajes a Samuel porque sentía que le estaba mintiendo, aunque entendía los motivos, no dejaba de estrujarme el pecho esa mala sensación.

Cuando llegué a casa, encontré a mis padres sentados en el sofá.

—¡Aceptaron! —exclamó mamá. 

 

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La subjetividad de la bellezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora