Capítulo 6

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Esa mañana me permití quedarme un ratito más en la cama cuando las nubes grises me advirtieron que no saliera a correr

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Esa mañana me permití quedarme un ratito más en la cama cuando las nubes grises me advirtieron que no saliera a correr. Estiré la mano para tomar el teléfono de la mesa de noche, y de inmediato sonreí cuando me encontré con un par de notas de voz de Samuel.

A veces me preguntaba si éramos como todas las demás parejas. Me preguntaba si Samuel pensaba en ello también. No conocía a ninguna pareja que llevara tres años saliendo y que aún no hayan pasado al asunto del sexo, o por lo menos, que no se hayan visto desnudos ni siquiera una vez. Entonces caí en cuenta de que nuestros momentos de intimidad existían, pero eran distintos. No sabía exactamente qué era lo que nos hacía diferentes, pero de alguna manera lo éramos.

—Sam, ¿crees que somos una pareja normal?

Le envié el audio y me quedé mirando la pantalla hasta que respondió:

—¿A qué te refieres con "normal?" Si es porque somos chicos, creo que es lo más normal del mundo.

—No, me refiero a otra cosa. —Busqué las palabras adecuadas en mi cabeza y continué—: Estaba pensando en nuestros momentos de intimidad, ya sabes... nosotros lo hacemos a nuestra manera, ¿verdad?

Vi los dos tics azules y de inmediato, Samuel me llamó.

—Prefiero que hablemos de esto por teléfono. ¿Quieres hablar del tema, Eli?

Me mordí el labio. Era la primera vez que salía de mí hablar de este asunto que me tenía tan inquieto, pero en cuanto Samuel lo mencionó, me arrepentí de inmediato.

—No exactamente. Solo estaba pensando...

—¿En qué pensabas?

Hice una mueca. Lo conocía lo suficiente como para saber que intentaría usar la mayéutica conmigo. Siempre lo hacía.

—Ya sabes... En que nosotros... Bueno... Nunca te he visto desnudo, por ejemplo.

Escuché una risa del otro lado.

—¿Quieres verme desnudo? Eso tiene solución, pero tendrás que esperar a que vuelva a ir, porque no creo que pueda tomarme una selfie, y si le pido a alguien más que la tome por mí sería un poco bochornoso.

—Eres un tonto, no me refería a eso. Lo que quiero decir es que las cosas entre nosotros son diferentes.

—Pero las cosas son diferentes porque nosotros hacemos que sea diferente. Le pusimos nuestro toque especial a nuestra relación y hacemos las cosas a nuestro ritmo, y está bien.

—¿Lo está? —pregunté un tanto inseguro.

—Sí, lo está. ¿Este ataque de inseguridad surgió porque todavía no hemos tenido sexo?

Me pasé la mano por la cara, completamente avergonzado.

—Sí, puede ser.

—¿Y por qué no hemos tenido sexo, Eli?

Me quedé en silencio. Cuando comencé la conversación sabía que en algún momento esa pregunta llegaría. Siempre estaba allí, en el tintero, esperando una respuesta que yo nunca sabía dar. Me responsabilizaba porque la negativa siempre venía por mi lado.

—¿Qué esperas que te responda?

—No lo sé, lo que sientes al respecto.

Chasqueé la lengua. De pronto me sentía molesto. No me había enojado por la pregunta de Samuel, sino por mi inmadurez. No tenía sentido que me enloqueciera tanto por algo que en teoría era normal.

—No lo sé —dije finalmente.

—¿El problema soy yo?

—No, no, tú no tienes nada que ver.

—Eli, se supone que el sexo debería ser divertido. Pero si no quieres también está bien. ¿Qué tal si eres asexual?

Solté una risotada. Mis pensamientos y fantasías que incluían a Samuel en situaciones muy comprometedoras me dejaron saber que definitivamente no era asexual.

—No, no soy asexual. Es que yo sí quiero...

Me detuve a mitad de camino. Tenía la sensación de que mis latidos acelerados retumbaban por toda la habitación.

—Yo también quiero. —Su tono de voz se suavizó. Aquella respuesta consiguió que mi cuerpo reaccionara de inmediato—. Quiero mucho.

Solté una risa nerviosa. Envidiaba la capacidad que tenía para decir lo que sentía en el momento sin que la vergüenza lo detuviera. Quería ser tan espontáneo como Samuel, que las palabras me salieran con esa facilidad y poder expresarme con total libertad sin reprimirme, pero supongo que eso era cuestión de personalidad, y la mía apestaba.

La conversación terminó yéndose por la tangente cuando yo cambié drásticamente de tema. El resultado de la charla provocó que yo acabara dando vueltas a la manzana sin parar bajo la lluvia. Necesitaba enfriar algo más que mis ideas. 

 

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La subjetividad de la bellezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora