levaban toda la mañana con lo mismo. Los comentarios desagradables iban y venía, tan hirientes como una daga, venenosos y mal intencionados. Ellos estaban en una punta del salón, nosotros en la otra. Yo intentaba hablar más fuerte que ellos para que Samuel no escuchara sus tonterías, pero sabía que a pesar de mis esfuerzos, él había escuchado demasiado.
Detestaba a los adolescentes. Detestaba ser adolescente y que me llamaran raro o aburrido por no hacer ni la mitad de las cosas que hacían ellos. No me sentía un tonto por no hacerlas, más bien tenía ganas de sermonearlos como lo haría un adulto hecho y derecho.
Samuel por su parte, parecía mucho más tranquilo que yo. No podía saber si los malos comentarios le estaban afectando porque no mostraba emoción alguna en su rostro. Solo estaba callado, pensativo, como cuando se entretenía leyendo alguno de sus libros.—No me parece justo que los profesores hagan preferencia con él porque es ciego. —Fue una de las tantas cosas que le escuché decir a una de mis compañeras—. Todos tenemos problemas, y si tanto le cuesta, que vaya a un colegio especial, este es para personas normales.
—Sirve más hacerse el víctima para acaparar toda la atención —comentó otro, chasqueando la lengua—. Lo profes le tienen lástima y no le bajan la nota porque "pobrecito el cieguito".
A esas alturas sentía que acabaría estallando. No entendía cómo era posible que pudieran salir tantos comentarios estúpidos.
Le toqué el brazo a Samuel con suavidad, y cuando sintió mi tacto se sobresaltó, como si se hubiese despertado de un trance.—¿Vamos al patio? No los aguanto más.
—Estaríamos huyendo de ellos. A mí no me gusta huir.
—Pero están diciendo demasiadas cosas estúpidas que no tienes por qué escuchar.
—Lamentablemente soy ciego, no sordo —se rio—. Ya se cansarán.
—No se trata de eso, no tenemos por qué esperar a que se cansen. Podríamos hablar con algún profesor para que los ponga en su lugar.
—¿Todavía no sabes cómo funciona la lógica de los adolescentes? Si tú hablas con un profesor se van a poner más pesados. Pero fíjate en un detalle: ninguno de ellos vino a decirme nada lo que están diciendo de frente, solo comentan entre ellos.
—Porque son unos cobardes —dije con los dientes apretados, lanzándoles una mirada furiosa—. Si dicen algo más, voy a pararlos.
—Eli, yo sé defenderme. Si no he dicho nada es porque no quiero, no es porque les tenga miedo.
En ese momento caí en cuenta de que lo estaba sobreprotegiendo tanto como sus padres. Y es que Samuel daba la sensación de ser tan frágil como un vaso de cristal, aunque tal vez era mucho más fuerte de lo que imaginaba.
Cuando el timbre sonó, los chicos se levantaron para acomodarse cada uno en su pupitre.
Fue un último comentario, uno tan pequeño y burlesco, pero tan hiriente que logró hacer estallar la bomba."Maldito ciego privilegiado".
Samuel se levantó del pupitre, golpeando la mesa con la palma de la mano. Tanteó el camino, pasando entre los otros bancos, se tropezó un par de veces pero no le importó, ni eso, ni las risas burlonas de nuestros compañeros.
—¿Qué fue lo que dijiste? —su voz sonaba firme, grave. Se había perdido aquel tono dulce con el que solía hablar—. ¿Crees que ser ciego es un privilegio? Mientras tú ves los colores, yo tuve que aprender a diferenciarlos por medio de texturas. Mientras tú tomas clases con normalidad, yo tengo que utilizar un mecanismo especial porque de otra forma se me haría imposible leer o escribir. No sé lo que es ver un cielo estrellado, o el rostro de mis amigos, ni siquiera sé cómo son mis padres. ¿Te parece eso un privilegio? Privilegio para mí sería poder ver, no tener que recibir la lástima de la gente, los comentarios estúpidos de los tontos como ustedes o la atención especial de los profesores. Privilegio para mí sería ser una persona normal, y si me anoté en este colegio y no en uno especial, es porque intento serlo. Si a ti te ofende que yo sea ciego, a mí debería ofenderme que seas tan estúpido y que no valores lo que realmente tienes.
Se giró sobre sus talones, y de la misma manera regresó a su lugar. Yo me paré con la firme intención de ayudarlo, pero cuando extendí la mano para tomar la suya, él se apartó de forma sutil.
—Antes de volver a decir alguna estupidez —prosiguió, sin siquiera girarse—, piensen en en el gran tesoro que tienen. Piensen en que pueden ver todo a su alrededor, y que nadie les grita anormales por tener una maldita discapacidad. usen el cerebro una vez en sus vidas para algo más en vez de meterse con la gente.
Estaba casi seguro de que los chicos dirían algo estúpido para intentar no quedar en ridículo, sin embargo, Samuel no obtuvo ni una sola respuesta, ni un chasquido, ni un resoplido, ni ninguna otra risita burlona. Yo, que pude ver sus rostros, noté que las palabras de Samuel se habían metido en ellos de tal manera que había calado sus huesos. Por primera vez, vi algo distinto a lo que solía ver en todos los chicos de mi edad: vi empatía. Ellos lograron imaginar lo que sentía Samuel. Lograron comprender su dolor y además, lograron hacerlo parte de ellos. Sin necesidad de golpes o más burlas, solo con sus palabras, Samuel los hirió mucho más de lo que pudieron herirlo a él.
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La subjetividad de la belleza
Teen FictionElías es tímido y solitario. Samuel es espontáneo, risueño y brutalmente honesto. Por azares del destino, estos dos chicos de quince años cruzan sus caminos cuando Samuel se convierte en el vecino de Elías. Juntos descubrirán la magia de la amistad...