Bajo el mismo techo

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15:

B A J O    E L   M I S M O    T E C H O


MAIA:


El corte con la navaja fue menos profundo de lo que imaginé. De hecho, dolió mucho más la desinfección que el mismo corte. Por suerte para mi cuerpo, la herida no ameritó que me cocieran, sin embargo, tengo que usar una gaza y desinfectar la herida por al menos una semana. Sin contar que, bueno, en un par de días me tomarán una muestra de sangre para descartar alguna enfermedad que haya podido ser trasmitida.

De parte del docente Erick solo fueron heridas menores. El labio roto, el corte sobre una de sus cejas y los moretones que las patadas dejaron alrededor de su cuerpo. Dejando de lado el dolor en sus huesos, tuvo suerte de no salir peor.

Pero ante todo esto hay una noticia buena, y esa es que, nos ahorramos un pasaje en metro, ya que una patrulla se ofreció a llevarnos a casa después del tedioso interrogatorio para dar un retrato del hombre robusto a las autoridades. Si aquello no funciona, imagino que su compañero la pasará mal un buen rato.

Al llegar al edificio, nos adentramos ante las miradas de asombro del vigilante. Quien, imagino que, por consideración, no nos preguntó nada. Tomamos el ascensor hasta nuestro piso y caminamos hasta nuestros departamentos sin mencionar palabra entre nosotros. Creo que ambos no tenemos mucho de qué hablar entre nosotros, él es serio y reservado, y yo una persona que prefiere ahorrar saliva.

Saco las llaves de mi departamento y abro la puerta, mientras observo a el docente Erick revisar todos sus bolsillos. Permanezco observándolo hasta que el hombre decide probar si ha dejado la puerta sin seguro. Le da vuelta a la manija, sin embargo, la puerta no abre.

—¿Sus llaves? —indago.

—En el maletín —relata, volviendo a intentar abrir la puerta.

Él no me observa, en realidad, pareciera que mi sola presencia fuese nada más una pelusa en el basto pasillo. Desvió mi mirada y me adentro al departamento. Cierro la puerta y con calma, tomo asiento sobre el sofá mientras dejo mi bolso sobre el sillón.

No creí necesario agradecerle lo que hizo hoy. Es verdad que, gracias a él aún conservo mis cosas, pero ¿Qué hay con la inquietante idea de que me estaba siguiendo? Quizás tenía pensado robarme, o peor que eso, cometer alguna locura con mi cuerpo.

Observo hacia la puerta y pierdo mi mirada en frente.

¿Quizás estoy exagerando? Es verdad que hoy lo he inculpado demasiado, primero con la situación con mi padre, y ahora con esto. Que haya perdido sus llaves es, en cierta parte, por mi culpa.

Pero también es verdad que no lo obligué a intervenir.

Me pongo de pie y me dirijo a la puerta, la abro lentamente y asomo mi cabeza con cautela. El docente Erick está sentado sobre el piso, con su espalda apoyada a la puerta.

¿Acaso piensa dormir ahí?

Saco el resto de mi cuerpo y espero a que él note mi presencia, lo cual no sucede. Camino hasta su posición y pateo su pierna con delicadeza.

—Oiga —él alza su mirada. —. ¿Dejó la puerta de su balcón abierta?

—A diferencia de ti —menciona. —, yo si soy cauteloso.

Sus heridas están cubiertas con curitas y su cabello despeinado, lo que ya es costumbre. Su ropa polvorienta y su rostro cansado. Desvío mi cara de su intensa mirada y cruzo mis brazos al nivel de mis pechos.

Porque esta es mi primera vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora